Madrid, 5 de febrero de 1997
¿Ha tenido usted oportunidad de ojear parte del texto, publicado a mediados de los setenta, en que el señor Pujol (sí, el Honorable) vertió su sentir sobre los andaluces? Si no ha podido, le propongo que no se pierda esta perla cultivada, esta joya del pensamiento raquítico-xenófobo. Si por el contrario, ya lo leyó, le propongo un divertimento imaginativo: coja el texto de marras; tradúzcalo al alemán; localice la palabra 'andaluz', los gentilicios correspondientes a su región, sus derivados y sinónimos; cámbielos por la palabra 'judío' y la que mejor corresponda en cada momento; trasládese mentalmente en el tiempo, a la Alemania tenebrosa y trágica de los años treinta y principios de los cuarenta. ¿Ya lo ha hecho? Bien, relájese y tómese un respiro. Vuélvalo a leer. Ahora, dígame en qué difiere este texto de los que, por aquel entonces, editaban los nazis y sus partidarios. La similitud es abrumadoramente desoladora ¿no?; aunque, de momento (menos mal), existe una diferencia en el grado de ejecución: el señor Pujol, que se sepa, aún no ha exterminado a nadie. Pero ¡ojo!, los nazis en sus orígenes, tampoco lo hacían.
Una cosa que agradecerle al señor Pujol: el hecho de habernos impulsado a detenernos, en nuestra agitada y loca existencia, para reflexionar y, en este juego imaginativo que les he propuesto, percatarnos de que, en el fondo, unos y otros, personas de cualquier condición, raza o etnia, incluyendo la catalana, no somos más que ciudadanos del mundo: seres humanos. Lo demás, nazismo.
¿Ha tenido usted oportunidad de ojear parte del texto, publicado a mediados de los setenta, en que el señor Pujol (sí, el Honorable) vertió su sentir sobre los andaluces? Si no ha podido, le propongo que no se pierda esta perla cultivada, esta joya del pensamiento raquítico-xenófobo. Si por el contrario, ya lo leyó, le propongo un divertimento imaginativo: coja el texto de marras; tradúzcalo al alemán; localice la palabra 'andaluz', los gentilicios correspondientes a su región, sus derivados y sinónimos; cámbielos por la palabra 'judío' y la que mejor corresponda en cada momento; trasládese mentalmente en el tiempo, a la Alemania tenebrosa y trágica de los años treinta y principios de los cuarenta. ¿Ya lo ha hecho? Bien, relájese y tómese un respiro. Vuélvalo a leer. Ahora, dígame en qué difiere este texto de los que, por aquel entonces, editaban los nazis y sus partidarios. La similitud es abrumadoramente desoladora ¿no?; aunque, de momento (menos mal), existe una diferencia en el grado de ejecución: el señor Pujol, que se sepa, aún no ha exterminado a nadie. Pero ¡ojo!, los nazis en sus orígenes, tampoco lo hacían.
Una cosa que agradecerle al señor Pujol: el hecho de habernos impulsado a detenernos, en nuestra agitada y loca existencia, para reflexionar y, en este juego imaginativo que les he propuesto, percatarnos de que, en el fondo, unos y otros, personas de cualquier condición, raza o etnia, incluyendo la catalana, no somos más que ciudadanos del mundo: seres humanos. Lo demás, nazismo.
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