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Debemos seguir construyendo y creciendo en feminismo
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Para la época en que nací, la educación que recibí de mis padres no fue machista —lo sería bajo los estándares actuales—; sin embargo, por la instrucción escolar y preuniversitaria cursada durante el franquismo, donde la mujer, apartada del ámbito público, pudorosa, devota y centrada en el hogar nacionalcatólico, debía cumplir con el “deber conyugal”, aguantar vejaciones, ser sumisa, mantenerse en un discreto segundo plano y, sometida al yugo del miedo y el silencio bajo leyes que atenuaban su asesinato a pena de destierro si era sorprendida en adulterio —si solo resultaba herida, el marido era eximido de castigo—, debo esforzarme cada día en reexaminar mi actitud para desterrar estereotipos grabados a sangre y fuego en mi subconsciente por el adoctrinamiento recibido durante años en las clases de Formación del Espíritu Nacional, religión, el NO-DO en el cine, más lo absorbido a diario en aquella constreñida sociedad de tonos grises.
Y aún queda mucho machismo, consciente y no consciente, que barrer: hay muchísimos hombres, incluso demasiadas mujeres, que niegan su existencia o disculpan actitudes como las de Rubiales.
Sin duda hay que educar en igualdad en el seno familiar, sí; pero sobre todo en los colegios; porque hay hogares donde se soslaya y se mama machismo. Pero cuidado: ahora, con el auge de la derecha extrema (Vox), blanqueada por la ultraderecha (PP), las políticas de igualdad están en riesgo.
Gracias, Irene Montero… y ¡viva el feminismo! que nos iguala y, por tanto, nos hace más justos y libres.