Madrid, 17 de mayo de 1995
Aquella noche no quería dejar nada al azar así que, con el pretexto de celebrar su santo, había invitado a sus amigos más allegados a tomar unas copas. Aparcó el coche a unos cincuenta metros del lugar adecuado y se dirigió al bar donde había citado a los que más adelante, y sin ellos saberlo, serían su mejor coartada. Eran las ocho y media y tenía que esperar hasta las doce menos veinte. Serían, pues, casi tres horas bebiendo, fumando algún que otro canuto y cometiendo alguna que otra barrabasada hacia el final de la velada, para dejar bien claro que se encontraba borracho como una cuba, sin perder la conciencia ni el norte tal y como lo había ensayado un par de veces. Todo se fue desarrollando según lo previsto y a las once y veinte, una vez más de acuerdo con el plan establecido, se pegó una vomitona encima de la barra de padre y muy señor mío. Llegó, pues, la hora de pagar y las despedidas. Los amigos se ofrecieron a llevarle a su casa en coche pero él declinó argumentando que volvería andando para despejarse la cabeza con el airecito. Cuando llegara el momento, durante el juicio, diría que estaba tan borracho que cogió el coche sin saber por qué. En el instante que introdujo la llave en el encendido eran las once y treinta y cinco. Cuando finalmente logró desaparcarlo y hay que reconocer que le costó un poco, a cincuenta metros de allí, saliendo del restaurante aparecía, puntual cual tren británico y como era habitual en él cada jueves, su mayor enemigo. Con la mente absolutamente fría, a pesar del calor que le embargaba, aceleró a tope y pasó con su coche por encima de aquel odiado ser, llevándose por delante, a la vez, a buena parte de su escolta. El control de alcoholemia se comportó, como no podía ser menos, de acuerdo a lo previamente maquinado. El objetivo estaba cumplido. Gracias a la aprobación por parte de la Comisión de Justicia e Interior del nuevo Código Penal estaba exento (véase EL PAÍS / EL MUNDO / ABC / DIARIO 16 del 17 de mayo) de responsabilidad criminal por encontrarse bajo intoxicación plena por alcohol y/o drogas. Y por si fuera poco, también habían suprimido la agravante de premeditación. ¡Esto es Jauja, lo demás tonterías!
Aquella noche no quería dejar nada al azar así que, con el pretexto de celebrar su santo, había invitado a sus amigos más allegados a tomar unas copas. Aparcó el coche a unos cincuenta metros del lugar adecuado y se dirigió al bar donde había citado a los que más adelante, y sin ellos saberlo, serían su mejor coartada. Eran las ocho y media y tenía que esperar hasta las doce menos veinte. Serían, pues, casi tres horas bebiendo, fumando algún que otro canuto y cometiendo alguna que otra barrabasada hacia el final de la velada, para dejar bien claro que se encontraba borracho como una cuba, sin perder la conciencia ni el norte tal y como lo había ensayado un par de veces. Todo se fue desarrollando según lo previsto y a las once y veinte, una vez más de acuerdo con el plan establecido, se pegó una vomitona encima de la barra de padre y muy señor mío. Llegó, pues, la hora de pagar y las despedidas. Los amigos se ofrecieron a llevarle a su casa en coche pero él declinó argumentando que volvería andando para despejarse la cabeza con el airecito. Cuando llegara el momento, durante el juicio, diría que estaba tan borracho que cogió el coche sin saber por qué. En el instante que introdujo la llave en el encendido eran las once y treinta y cinco. Cuando finalmente logró desaparcarlo y hay que reconocer que le costó un poco, a cincuenta metros de allí, saliendo del restaurante aparecía, puntual cual tren británico y como era habitual en él cada jueves, su mayor enemigo. Con la mente absolutamente fría, a pesar del calor que le embargaba, aceleró a tope y pasó con su coche por encima de aquel odiado ser, llevándose por delante, a la vez, a buena parte de su escolta. El control de alcoholemia se comportó, como no podía ser menos, de acuerdo a lo previamente maquinado. El objetivo estaba cumplido. Gracias a la aprobación por parte de la Comisión de Justicia e Interior del nuevo Código Penal estaba exento (véase EL PAÍS / EL MUNDO / ABC / DIARIO 16 del 17 de mayo) de responsabilidad criminal por encontrarse bajo intoxicación plena por alcohol y/o drogas. Y por si fuera poco, también habían suprimido la agravante de premeditación. ¡Esto es Jauja, lo demás tonterías!
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