sábado, 20 de junio de 2015

Minas antipersonales

Madrid, 31 de octubre de 1996

Afganistán. Alrededores de Kabul. Debido a la altitud del terreno, y a pesar de haber un aire transparente y de hallarse el sol en el cenit de un cielo azul intenso, el frío se deja notar en el rostro. Por eso Hasmat, un niño de once años, se halla recogiendo leña, ramas secas más bien, inmerso en un paisaje inhóspito, con la que alimentar el hogar de su vivienda y dar calor a sus padres y hermanos. En su búsqueda, responsabilidad diaria de cooperación con su familia, se encuentra con lo que parece un maravilloso juguete: un extraño artefacto en forma de mariposa. El chaval, acostumbrado a jugar con simples palos y cajas de cartón vacías, lo echa contento en su cesto y continúa la faena. Al terminar su tarea vuelve corriendo a casa como siempre, pero en esta ocasión más alegre si cabe, deseoso de mostrar a sus familiares su increíble hallazgo. Cuando impaciente llega a su morada, su progenitor aún no ha vuelto del trabajo pero, en la pequeña cocina, reúne a su madre y hermanos para enseñarles, orgulloso, su descubrimiento. Con manos temblorosas por la excitación, con parsimonia, disfrutando cada segundo de su inesperado protagonismo, lo va sacando poco a poco del cestillo, ante los desorbitados ojos de sus hermanos pequeños que, al verlo aparecer, exclaman un '¡oh!' de admiración. Hasmat disfruta como nunca y, en el instante cumbre de su exhibición, alza lentamente su brazo portando en su mano la extraña mariposa. En un gesto natural en un niño de su edad, la lanza al aire. El objeto, como no podía ser de otra manera, cae a plomo ante la atenta mirada de todos. Al impactar en el suelo, el diabólico invento deja al descubierto el auténtico fin para el que fue fabricado: una tremenda explosión, abre paso en el corazón de esta humilde vivienda al infierno más aterrador. Los vecinos alarmados corren hacia el destrozado hogar de Hasmat abriéndose paso entre la densa polvareda y los escombros. Cuando logran llegar al interior, emerge ante su atónita visión un espectáculo dantesco: cuerpos destrozados, pero con vida, gimen desgarradoramente su dolor.
Ya se sabe: la guerra es la guerra. Cruel, implacable, desoladora con todas sus muertes, hambres, injusticias, crueldades, mezquindades, servidumbres, y  todos sus crímenes, heridos,  odios, sometimientos, etc. Por todo ello, seis miembros de una misma familia, cinco de ellos niños menores de doce años, permanecen en el hospital con graves mutilaciones que les impedirán llevar una vida normal durante el resto de sus días. Por ello precisamente, las acciones de las grandes empresas de la guerra, dedicadas al provechoso negocio de la muerte, suben en el mercado de valores puesto que sus objetivos son todo un éxito: continúan segando vidas y dejando lisiados, que es el fin primordial para el que se crearon.
En el mundo existen millones de minas que una vez firmada la paz entre beligerantes van recolectando, pacientemente, su cosecha de horror entre la desprotegida población civil.
¡Basta ya! Obliguemos a los gobiernos de la civilizada Europa a prohibir la fabricación y venta de esta cruel arma.

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