Madrid, 4 de abril de 1994
Estamos comenzando a comprender lo que son las multinacionales. Tenemos, por desgracia, casos recientes y concretos, por lo que no será necesario sacudir memorias adormiladas; pero ante esta nueva situación, que está empezando a emerger, quitémosles el maquillaje para que nos muestren su verdadero rostro y recapitulemos sobre la auténtica dimensión del vocablo: las multinacionales, tras años de operatividad en nuestro país y viendo que ya no es tan fácil obtener beneficios (en su mayor parte debido al sistema que ellas mismas han establecido: enriquecimiento de unos pocos, a la par que generación de pobreza para muchos, con la subsiguiente recesión económica que ello conlleva) repentina y unilateralmente deciden irse al tercer mundo, cerrando las fábricas que aquí tienen. Allí disfrutarán de costes estructurales mucho menores y rescribirán, con el paso del tiempo, idéntica historia.
Aclaremos el horizonte y no entremos en el juego del chantaje. ¿Qué ustedes desean marcharse? Perfecto. ¡Váyanse sin más! Pero no vuelvan y, por supuesto, no intenten vender sus productos en este país, ni tampoco los otros que también, y bajo otras marcas, comercializan sus multinacionales. Seguro que ese hueco que ustedes dejarán en el mercado, le interesará a otros que mantendrán, a pesar de todo, aquello que ustedes pretendieron destruir: el derecho al trabajo.
Por otro lado, si nuestro Gobierno no fuera capaz de adoptar medidas de este tipo —¡desafortunadas leyes internacionales que permiten situaciones como estas!—, sería obligación moral nuestra, de los ciudadanos de a pie, hacer boicot a los productos de éstas empresas. Así pues, tenemos la última palabra.
Quizá algunos tilden esta propuesta de demagoga, pero al menos es una propuesta para el debate que, lamentablemente, no tardará mucho en surgir.
Estamos comenzando a comprender lo que son las multinacionales. Tenemos, por desgracia, casos recientes y concretos, por lo que no será necesario sacudir memorias adormiladas; pero ante esta nueva situación, que está empezando a emerger, quitémosles el maquillaje para que nos muestren su verdadero rostro y recapitulemos sobre la auténtica dimensión del vocablo: las multinacionales, tras años de operatividad en nuestro país y viendo que ya no es tan fácil obtener beneficios (en su mayor parte debido al sistema que ellas mismas han establecido: enriquecimiento de unos pocos, a la par que generación de pobreza para muchos, con la subsiguiente recesión económica que ello conlleva) repentina y unilateralmente deciden irse al tercer mundo, cerrando las fábricas que aquí tienen. Allí disfrutarán de costes estructurales mucho menores y rescribirán, con el paso del tiempo, idéntica historia.
Aclaremos el horizonte y no entremos en el juego del chantaje. ¿Qué ustedes desean marcharse? Perfecto. ¡Váyanse sin más! Pero no vuelvan y, por supuesto, no intenten vender sus productos en este país, ni tampoco los otros que también, y bajo otras marcas, comercializan sus multinacionales. Seguro que ese hueco que ustedes dejarán en el mercado, le interesará a otros que mantendrán, a pesar de todo, aquello que ustedes pretendieron destruir: el derecho al trabajo.
Por otro lado, si nuestro Gobierno no fuera capaz de adoptar medidas de este tipo —¡desafortunadas leyes internacionales que permiten situaciones como estas!—, sería obligación moral nuestra, de los ciudadanos de a pie, hacer boicot a los productos de éstas empresas. Así pues, tenemos la última palabra.
Quizá algunos tilden esta propuesta de demagoga, pero al menos es una propuesta para el debate que, lamentablemente, no tardará mucho en surgir.
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