Madrid, 25 de noviembre de 1994
Creo que sobre todo se trata de hacer un llamamiento para conservar nuestra capacidad de indignación ante lo repetitivo y habitual de ciertos hechos que casi, a modo de propia justificación de lo injustificable, nos obligan a perderla. Me explico: trabajo en La Cocinera, empresa perteneciente hasta hace unos años a una multinacional norteamericana y hoy en día a la multinacional francesa Danone, donde soy un cuadro de la misma. Al poco de desembarcar la nueva dirección, comenzó a despedir a gente de manera encubierta (jubilaciones anticipadas, despidos pactados...), pero también marcó, como prejubilables, a cierto número de personas, algunas de las cuales aceptaron después de soportar incontables presiones, y otras no todas ellas en su perfecto derecho de hacer una u otra cosa. A modo anecdótico diré que de 493 que trabajábamos en enero del 91 hemos pasado a 378 en diciembre del 93 y actualmente frisaremos las 350 personas. Mas no contentos con ello, de repente, se acucian ante la oferta del grupo Danone de darles la última oportunidad para que, las indemnizaciones por despido, no entren a formar parte de la cuenta de resultados, de tal forma que en los últimos días estamos asistiendo a despidos directos, sobre todo de aquellas personas que decidieron hacer valer su derecho al trabajo y no prejubilarse. Los despidos, indemnizados mientras un juez no dicte lo contrario a 20 días por año trabajado, se acogen a que en los últimos tres ejercicios (91, 92 y 93) se ha producido una "situación de fuerte declive”; pero se olvidan que la empresa no ha parado de dar beneficios, incluso este año los está dando, y de que, en el cercano mes de septiembre se batió el récord histórico de ventas de la compañía. Asimismo alegan "exceso de capacidad de producción” cosa que hay que recordarles son ellos mismos quienes la originan al comprar carísimas y sofisticadas maquinarias que no hacen sino destruir puestos de trabajo.
En definitiva y como poco podemos hacer, lo único que pretendo es que no nos dejemos llevar por lo habitual y, ante situaciones similares ser capaces de mostrar toda la indignación que hace años nos producían hechos semejantes y que, hoy en día, por acostumbrado, los vemos como lógicos. ¡Qué pena!
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