Tu cuerpo

En tus labios bebí la vida,
en tus ojos vi la esperanza,
en tu piel percibí la calma,
en tus poros apagué el deseo,
en tu cuerpo fundí mi cuerpo.
Es pasión cuanto poseo.
Nada podrá apagarla.

Siempre

Siempre que he amado...

Siempre que he amado me ha dolido.
Casi por cualquier motivo.
Casi por cualquier razón:
por no entregar cuanto tenía dentro,
por no expresar bien mis sentimientos,
por ser un amor imposible;
pero sobre todo,
por el anticipado olvido,
por la posible ruptura,
por el temido adiós.
Amargo sinsabor.
Lejano lo tenía,
superado lo creía.
no tengo edad para sandeces,
iluso me decía.
Pero, apareciste tú.
Y caí, de nuevo.
Sorprendentemente caí.
Amor, dolor.
Dolor, amor.
Lo sufrí en soledad.
Tal vez tú no te enteraste.
Pero te fuiste,
y, cuando cicatrizado lo creía,
de nuevo apareciste.
Vuelta a empezar.
Otra vez el respetado,
el temido
amor, dolor,
dolor, amor.
Hoy vuelvo a sufrir.
Hoy vuelvo a sentir dolor.
Hoy vuelvo a sentir maravilloso,
verdadero, simple y puro amor.

Pienso en ti

Pienso en ti

Pienso en ti, de nuevo pienso en ti.
Omnipresente desatino.
Pensamiento ubicuo.
Espíritu perverso.
Melodía del alma mía.
Angustia del corazón.
Sinfonía del destino.
Barroco desvarío.
Encontrado sentimiento.
Esperanza vivificante
del amor anhelante.

Seis letras

Seis letras me fascinan.
Seis letras me obnubilan.
Seis letras torturan mi mente.
Seis letras que, por sí solas
y revueltas en las
setecientas veinte
combinaciones diferentes,
no dicen nada.
Salvo una de ellas.
Seis letras tiene tu nombre,
seis letras musicales,
como cuerdas mi guitarra: Raquel.

Seis letras: Raquel

Qué difícil...

Qué difícil resulta a veces
desentrañar el sentimiento,
y expresar lo que uno siente.
Qué difícil resulta a veces
cuando existe aturdimiento
y se siente amor latente.

Niña bonita

Mi niña bonita,
mi niña de pelo negro,
mi niña de dulces líneas.
Déjame que te quiera,
déjame que te tenga.

Llanto

Y aquí, sentado frente al fuego, me hallo.
Las llamas consumen la leña como los años mi vida.
La tristeza absoluta me embarga, y callo.
Mirando la imposible figura del fuego surgida,
mi congoja se desparrama por doquier,
de modo tal que, hasta las algodonosas nubes,
lejanas de mí como están,
se tornan grises, oscuras y densas,
y comienzan,
en impenitente lluvia, a llorar,
esparciendo su melancolía,
que no es más que la mía.
Y la naturaleza, sin darse cuenta,
de mi tristeza, que es la tuya,
se ha llenado.

Algodonosas nubes

Arriba, abajo

Arriba nubes viajeras.
Abajo hojas caídas que,
entre el laberinto de calles, vuelan.

Tan lejana

Y yo, ayer, día de Navidad,
en una tarde gris y oscura,
de vuelta a casa,
pensé de nuevo en ti.
¿Qué estarías haciendo?
A lo mejor caminabas como yo,
en ese preciso momento,
pensando en mí,
como yo en ti.
Y tú, tan lejana en la distancia,
tan cercana en el pensamiento,
y nosotros sin saberlo,
nuestros dos corazones
al unísono latiendo.