Madrid, 9 de marzo de 1997.
Asistí durante la transición a las manifestaciones que cada 1º de mayo convocaron los sindicatos. Ciertamente uno se sentía bien porque veía en los agentes sociales un objetivo claro de mejorar las condiciones de los asalariados --recordemos los Pactos de la Moncloa-- y aquello se palpaba en el ambiente. Más tarde, en el 81, Gobierno y sindicatos alarmados por el aumento del paro, firmaron un acuerdo (Acuerdo Nacional de Empleo) para contener la escalada del mismo. Resultado: el paro continuó creciendo y el escepticismo comenzó a mellar el ánimo de los trabajadores. Después, cuando el 84 estaba a punto de concluir, se firmó el Acuerdo Económico y Social para la generación de empleo, que se tradujo en un frenazo evidente en las aspiraciones de las futuras negociaciones colectivas. Resultado: el paro no para y la desconfianza se generaliza. En el 85, con la reforma de las pensiones, trabajadores que con el antiguo sistema la hubiesen cobrado al llegar a la edad legal de jubilación, se ven obligados a retrasar su retiro y, gracias a la nueva modalidad de cómputo, ven rebajada sustancialmente la cuantía inicial de la misma. Resultado: se organiza la primera huelga general de la España democrática convocada por uno solo de los sindicatos; los trabajadores aumentan su recelo. Más tarde se firma el Estatuto de los Trabajadores, bautizado irónica y certeramente por algunos como Estatuto contra los Trabajadores, con una evidente vuelta de tuerca y, por si no fuera suficiente, al poco llega una reforma del mismo con el consiguiente retroceso. Resultado: el paro se desmadra, la precariedad se institucionaliza y los trabajadores no sabemos ya qué pensar. Hoy, en el 97, encallecido a fuerza de muchas desilusiones por el estilo, con más años y una huelga general más, y en torno a los acuerdos alcanzados entre patronal y sindicatos, me gustaría que los representantes sindicales con tan brillante historial me respondieran unas cuestiones:
¿Piensan ustedes que por abaratar el coste del despido la patronal contratará a más trabajadores de los que ahora necesita? (porque no me negarán ustedes que los empresarios contratan siempre y en cada momento cuanto necesitan, nada más) ¿Acaso un sindicalista no es alguien que defiende los intereses de los asalariados y lucha por mejorar las condiciones en que éstos trabajan?
Comprendo que para defender esos intereses y lograr las mejoras deban, en primera instancia, negociar; pero ir hacia atrás es, además de claudicar, carecer de toda ética para con las generaciones venideras y faltar a un compromiso implícito adquirido con aquellos trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo y de todas las épocas que, a fuerza de arriesgar la vida --y en algunos casos perderla--, conquistaron las mejoras que hoy disfrutamos. Por ello, ustedes deberían, en la peor de las negociaciones, haberse mantenido donde estaban, sin avanzar, ¡qué le vamos a hacer! Circunstancias mandan; pero ir hacia atrás de la forma que lo han hecho, jamás.
Me entristece, precisamente por esa falta de consideración con las generaciones pretéritas y futuras, ver cómo y con qué alegría han firmado ustedes un acuerdo con la patronal que no logra más que retroceder en las conquistas obreras, que además no son de su patrimonio, unos cuantos lustros y, para mayor bufa, nos lo venden como un gran avance.
Señores: con su pan se lo coman. Son ustedes quiénes tendrán que responder a las generaciones futuras por hacer más rico al poderoso y más grande la injusticia social.
Asistí durante la transición a las manifestaciones que cada 1º de mayo convocaron los sindicatos. Ciertamente uno se sentía bien porque veía en los agentes sociales un objetivo claro de mejorar las condiciones de los asalariados --recordemos los Pactos de la Moncloa-- y aquello se palpaba en el ambiente. Más tarde, en el 81, Gobierno y sindicatos alarmados por el aumento del paro, firmaron un acuerdo (Acuerdo Nacional de Empleo) para contener la escalada del mismo. Resultado: el paro continuó creciendo y el escepticismo comenzó a mellar el ánimo de los trabajadores. Después, cuando el 84 estaba a punto de concluir, se firmó el Acuerdo Económico y Social para la generación de empleo, que se tradujo en un frenazo evidente en las aspiraciones de las futuras negociaciones colectivas. Resultado: el paro no para y la desconfianza se generaliza. En el 85, con la reforma de las pensiones, trabajadores que con el antiguo sistema la hubiesen cobrado al llegar a la edad legal de jubilación, se ven obligados a retrasar su retiro y, gracias a la nueva modalidad de cómputo, ven rebajada sustancialmente la cuantía inicial de la misma. Resultado: se organiza la primera huelga general de la España democrática convocada por uno solo de los sindicatos; los trabajadores aumentan su recelo. Más tarde se firma el Estatuto de los Trabajadores, bautizado irónica y certeramente por algunos como Estatuto contra los Trabajadores, con una evidente vuelta de tuerca y, por si no fuera suficiente, al poco llega una reforma del mismo con el consiguiente retroceso. Resultado: el paro se desmadra, la precariedad se institucionaliza y los trabajadores no sabemos ya qué pensar. Hoy, en el 97, encallecido a fuerza de muchas desilusiones por el estilo, con más años y una huelga general más, y en torno a los acuerdos alcanzados entre patronal y sindicatos, me gustaría que los representantes sindicales con tan brillante historial me respondieran unas cuestiones:
¿Piensan ustedes que por abaratar el coste del despido la patronal contratará a más trabajadores de los que ahora necesita? (porque no me negarán ustedes que los empresarios contratan siempre y en cada momento cuanto necesitan, nada más) ¿Acaso un sindicalista no es alguien que defiende los intereses de los asalariados y lucha por mejorar las condiciones en que éstos trabajan?
Comprendo que para defender esos intereses y lograr las mejoras deban, en primera instancia, negociar; pero ir hacia atrás es, además de claudicar, carecer de toda ética para con las generaciones venideras y faltar a un compromiso implícito adquirido con aquellos trabajadores con conciencia de clase de todo el mundo y de todas las épocas que, a fuerza de arriesgar la vida --y en algunos casos perderla--, conquistaron las mejoras que hoy disfrutamos. Por ello, ustedes deberían, en la peor de las negociaciones, haberse mantenido donde estaban, sin avanzar, ¡qué le vamos a hacer! Circunstancias mandan; pero ir hacia atrás de la forma que lo han hecho, jamás.
Me entristece, precisamente por esa falta de consideración con las generaciones pretéritas y futuras, ver cómo y con qué alegría han firmado ustedes un acuerdo con la patronal que no logra más que retroceder en las conquistas obreras, que además no son de su patrimonio, unos cuantos lustros y, para mayor bufa, nos lo venden como un gran avance.
Señores: con su pan se lo coman. Son ustedes quiénes tendrán que responder a las generaciones futuras por hacer más rico al poderoso y más grande la injusticia social.
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