viernes, 26 de junio de 2015

Lo último del PP: privatizar las pensiones

El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, ha dicho recientemente que “el sistema público de las pensiones no va a garantizar en el futuro el nivel de pensión que esperan los españoles” y que éstas bajarán de forma inexorable e hizo un llamamiento a que los trabajadores contraten planes privados de pensiones, muy en la línea del PP de privatizar todo cuanto sea posible para que continúen ganando más dinero los que más tienen y, además, ¿acaso nos  asegura el señor Linde que su plan privado sí nos garantizará las pensiones el día de mañana o, tal vez, cuando vayamos a cobrarlas veamos que todo lo invertido se ha reducido a un triste 10 %, porque las aseguradoras han tenido que ser rescatadas? Pero la cosa continuó, no quedó ahí, que ya hubiera sido suficiente, sino que añadió otra lindeza más al decir que “muchos jubilados tienen su casa pagada por tanto cobran parte de su pensión en 'especie', ya tienen su casa propia sin pagar hipoteca” (sic) y aconsejó por ello que la gente joven se compre una vivienda.
Sede del Banco de España
Sede del Banco de España en Cibeles
¿En qué país vive, señor Linde? ¿De verás es usted Gobernador del Banco de España? Pues no se entera. Le diré, que en su país, que es el mío y según datos de la EPA, la crisis mundial y el PP han dejado que el 34% de los trabajadores españoles gane menos de 645 euros mensuales, que el sueldo más habitual de los que trabajan ascienda a 15.500 euros brutos al año y el 51,4% de los jóvenes menores de 25 años esté en el paro. Con estos demoledores datos, que usted debería conocer por el cargo que ocupa, no se puede pedir a la gente que formalice un plan de pensiones privado y que se hipoteque, tienen otras cosas muchísimo más importantes en las que pensar, como es hacer milagros para poder llegar a fin de mes o, simplemente, encontrar trabajo.
Tal vez usted, que cobró en 2014 el bonito sueldo bruto de 174.734 euros por no enterarse de en qué país vive, pueda hacerlo.
Vergüenza y un poco de empatía, por favor.

Muertos por la industria automovilística y la dejación de las autoridades

Según la Agencia Europea de Medio Ambiente en un reciente estudio se da cuenta de que anualmente al menos 27.000 ciudadanos españoles mueren prematuramente a causa de la elevada contaminación medioambiental. También, y según la Organización Mundial de la Salud, no menos de 44,7 millones de españoles respiramos aire contaminado durante el pasado año. El 95% de la población española respira aire con niveles superiores a las recomendaciones dadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), debido principalmente al tráfico en las zonas metropolitanas. En mi ciudad, Madrid, en demasiadas ocasiones las partículas en suspensión llegan a superar con creces (hasta 10 veces) los límites permitidos por las normativas de Salud Ambiental sin que se tomen medidas para invertir esta malsana situación y lograr que se mantengan dentro de los límites establecidos en la actual legislación. Ante estos demoledores resultados, se ve claramente que son necesarias actuaciones urgentes encaminadas a velar por la salud de los urbanitas y a cumplir la normativa referente a reducir la contaminación que origina el tráfico rodado procedente de la combustión de las gasolinas.
Contaminación sobre Madrid
Cielo contaminado sobre Madrid
Por otro lado, los muertos en accidentes de tráfico en España el año pasado ascendieron a la lamentable cifra de 1.131 víctimas. Las autoridades, que siempre están salvaguardando la contaminante industria automovilística con incentivos a la compra de coches, no paran de hacer costosas campañas publicitarias llamando a la conducción responsable y al uso del cinturón de seguridad para tratar de reducir el número de bajas en la carretera, lo que me parece correcto, pero que contrasta sorprendentemente con la inacción para prohibir el uso del vehículo privado en las ciudades, responsable por sus nocivos efectos de un número de fallecimientos 24 veces superior al que se cobra el asfalto. Parece que hacer algo en este sentido no sería rentable políticamente hablando. Pero, en mi caso particular, prefiero morir instantáneamente en un accidente de tráfico que padecer una lenta agonía, para mí y mis familiares, debido a un cáncer de pulmón.
Por ello, tocaré la única fibra sensible que les queda a nuestras autoridades haciéndoles ver que, según un reciente estudio de la OMS, los costes sanitarios que se derivan de estas enfermedades originadas por respirar altas concentraciones de contaminantes provinientes de los combustibles fósiles, representan entre el 2,8% y el 4,6% del PIB español, lo que puede suponer en torno a unos 46.000 millones de euros de nada, y eso sin tener en cuenta las más que posibles demandas millonarias interpuestas por los familiares de fallecidos por problemas respiratorios a que puedan hacer frente, debido a su negligencia en velar por un aire mínimamente respirable.
Está claro que los planes de mejora de calidad del aire en nuestro país son prácticamente inexistentes por falta de voluntad política y que en esta materia las leyes están hechas para no cumplirse y acallar conciencias. Pienso que muchos ciudadanos veríamos con buenos ojos que las ciudades volvieran a ser un lugar de encuentro para disfrutar y vivir, donde los peatones fueran, junto a las bicicletas y los vehículos limpios que usan energías alternativas, los auténticos dueños de las urbes, y no para sufrirlas por los humeantes coches que han invadido todas las parcelas que deberían ocupar las personas de a pie. Además, si se cumpliera la normativa respecto a la calidad del aire, con toda seguridad se rebajaría también la contaminación acústica (otro gravísimo problema ya que también se ha publicado en repetidas ocasiones que Madrid es una de las ciudades más ruidosas del mundo), que va absolutamente emparejada a la lacra ambiental que padecemos. Podríamos copiar a la ciudad alemana de Hamburgo, entre otras, que pretende convertirse en una ciudad verde y eliminar los coches de la ciudad en unos 15 años.

jueves, 25 de junio de 2015

Economía y Constitución

Y dale que te pego con la economía, justificando recortes injustificables.
Sólo recordarle dos cosas, señor Rajoy:
1ª.-La Constitución propone un modelo de sociedad, no de mercado.
Constitución reformada
Nuestra maltratada Constitución
2ª.-El deber de todo gobernante es mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
A pesar de ello, estando usted en la oposición, junto al anterior Presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, la acercó más a un modelo de mercado tras la reforma constitucional de 2011, con alevosía y "agostidad", en la que, por encima de los intereses de los ciudadanos (la sociedad) priorizaron el pago de la deuda pública (el mercado). Y, una vez en el Gobierno, se dedicó a recortar derechos sociales empeorando las condiciones de vida de su pueblo, según testifican un sinfín de organizaciones internacionales y nacionales de máximo rigor y credibilidad.
Presidentes de Gobierno así, no los quiero.

miércoles, 24 de junio de 2015

"Ch" de chasco y "Ll" de llanto y "Ñ" de rapiña

Dinero, dinero...
El poder corruptor del dinero
Abochórname, lléname de chasco y llámame al llanto cuando escudriño el atropello y pillaje en que se halla la España nuestra, llena de villanchones, chorizos y chafallones que se están llevando, a chorros, los chavos y billetes para llenar sus huchas. Resulta chocante acechar cómo la chusma que antaño vivía en chozas o chavolas, de la noche a la mañana y al amparo del poder, cambia el chamizo por lujoso chalet, y el bachiller que poseen por brillante carrera, sin haber tenido chamba en la lotería, ni haber hollado la Universidad. Resulta chabacano querernos hacer engullir que todo ello ha sido cosechado de manera intachable. Déjense de chanzainas, no se anden choteando, pues llamativo resulta que al poco de llegar al poder, comenzaran los chanchullos, el pillaje y los cohechos. Pero entre aquellos chismes que la chusma charloteaba, asomaban los chascarrillos sobre sus empozoñados chollos hechos chapuceramente. Pero ustedes chitón, ya que no había saltado la chispa que chamuscaría la mecha que, como cuchilla que abre la llaga, revelara sus fallos y chapuzas en la búsqueda de su provechosa rapiña.
Creo que han perdido la chaveta, que están chiflados, hechizados por la calderilla, tal vez chalados, cuando, por medio del  engaño, mascullan que no saben nada. ¿Sospechan que somos gilipollas? Todo con el fin de no terminar en el trullo y continuar aprovechándose del chollo.
Espero que acaben en chirona y reembolsen los billetes birlados.
Por cierto, la letra eñe estuvo a punto de fallecer sometida a los intereses de las multinacionales informáticas. Las que eran letras che y elle no gozaron de tanta chorra.

martes, 23 de junio de 2015

De pastores y rebaños.

(Publicado en el periódico Parroquial, Noviembre de 2002)
No cabe duda de que el papado, tal vez marcado por haber dado sus primeros pasos en los momentos culminantes del imperialismo romano e imitando el modo de actuar de sus emperadores, se ha ido convirtiendo en una institución de dominación (a pesar del aire fresco del Concilio Vaticano II) inmersa en una comunidad de fe que, bien al contrario, debería estar regida por el servicio (en lugar de por el dominio) siguiendo el ejemplo del Pedro bíblico y el modelo de Gregorio Magno, que hicieron de sus primados un genuino ejercicio de responsabilidad espiritual auténticamente pastoral que buscaba activamente el bienestar, la mediación y el arbitraje de toda la comunidad eclesial. En el transcurso de sus 2.000 años de historia, la Iglesia ha pasado de ser una institución despiadadamente perseguida a ser inquisidoramente perseguidora, reemplazando a menudo el servicio por el poder.
Iglesia
Nuestra congregación de fieles, la Iglesia, fundamenta su jerarquía en una estructura piramidal, y por ende son muchos los pastores que reproducen la forma de dirigir que tienen los que están en la punta del vértice y pretenden dominar, olvidándose de las enseñanzas y de lo que en su momento significó la Iglesia primitiva.
Cuando percibimos formas de actuación como éstas, en nada acordes a los tiempos que vivimos, ni nada que tenga que ver con lo que un buen creyente debe soportar, viene bien hacer una pausa y reflexionar (y llegado el caso denunciar, porque la denuncia responsable es un deber cristiano), y proclamar lo que muchos de los feligreses de a pie deseamos, aunque probablemente choque frontalmente con lo que algunos presbíteros allegados ansían: No anhelamos la insubordinación irresponsable sino un gobernar y superar en conjunto las tareas de un poder compartido con todas sus dificultades y todos los aciertos que ello pueda conllevar. No queremos la sumisión que a veces se nos pide de caminar con la cabeza gacha de aquel al que hacen sentirse pecador, pues todos lo somos, sino que nos ayuden a levantarnos y a tratar de no tropezar de nuevo. Y es que a veces, ciertos eclesiásticos adoctrinan a sus fieles de buena fe en un tradicionalismo decadente e inoperante, induciéndoles a sentirse pecadores para poder usarlos y así moldearlos, a guisa de peldaños con los que subir y poder alcanzar aquellos puestos de honor y de prestigio que les haga llegar lejos en una carrera calculada y distinguida.
Es por ello que no necesitamos ni queremos guías espirituales que se preocupan más por escalar esa pirámide de poder que por mirar y escuchar a quienes tienen al lado aplicando el amor y la compresión que emanan de las admirables y bellas páginas del Evangelio, guías que en demasiadas ocasiones se hacen acompañar por signos exteriores de grandeza en lugar de hacerse cercanos, pobres y sencillos, como es el rebaño al que asisten, guías que deberían dejar de lado la moral de libro, una moral de exigencias incomprensible y muy a menudo obsoleta.
Y es que, de una vez por todas, la Iglesia oficial debe dejar de creer que los fieles que tutelan tengan, o tengamos, que dejar de lado nuestra propia lógica, nuestro raciocinio, nuestra conciencia; para decirlo llanamente: Nuestra propia identidad.
No debería hacer falta recordarles que Dios nos hizo libres y por tanto nos desea libres, lo cual implica que no impone su voluntad en absoluto ni pretende que quede por encima de la nuestra. Él nos quiere pasando por la vida con nuestra propia, auténtica y singular personalidad, toda ella colmada de fe gozosa y pletórica de ánimo; no coartados, no entristecidos, no humillados, ni consiguientemente apartados por este motivo de algo tan realmente hermoso como lo que Su hijo inició: El Cristianismo.
Recordemos que cuando Jesús dijo “Conozco mis ovejas” (Jn. 10, 14) quiso expresar que nos conoce y acepta tal cual somos, que por encima de todo respeta la idiosincrasia particular de cada uno de nosotros, nuestra libertad y nuestra personalidad. En dos palabras: Nos quiere tal como somos, nos escucha y acoge.
Asimismo, cuando predicó “La verdad os hará libres” (Jn. 8, 32) proclamó de una vez por todas que no hay más autoridad que la autoridad de la Verdad y por consiguiente la Iglesia ha de hablar a la sociedad del siglo XXI de manera verdadera, auténtica, genuina, esto es de manera autorizada pero no autoritaria y seguir el mismo camino que tomó Jesús: Servir a los demás.
Opino que lo anterior es motivo más que suficiente para que los pastores busquen puntos de encuentro con sus rebaños de ovejas, las escuchen y por tanto dialoguen tratando de llegar a un acuerdo razonable, en vez de darse la vuelta cuando se sienten interpelados. En fin, se podría argumentar que un día malo lo tiene cualquiera, y así es, pero cuando lo que debiera ser extraordinario se convierte en habitual, en una actitud reiterada, se comprende que nos hallamos más bien ante un carácter (que no carisma) peculiar que entiende que sus ovejas son torpes e ignorantes y necesitan mano dura que les guíe. No es así; cada una de ellas tiene también una vida por contar y de la que se puede aprender y sacar mucho provecho para el bien de la Comunidad.
Lo digo una vez más, desde esta tribuna y con total certeza: Compartiendo las responsabilidades de gobierno (sobre todo escuchando y dialogando) podremos sacar adelante, de manera más sencilla y eficaz, el proyecto de Iglesia de futuro en el que todos creemos.

lunes, 22 de junio de 2015

Respeto hacia el mundo animal

Desde que los hombres somos hombres y hollamos este pequeño planeta al que llamamos la Tierra, encontramos en el ámbito natural que nos rodeaba por doquier una enorme fuente de placer estético y de fuerza espiritual, vislumbrando en ella el misterio mismo de la Creación. Con el paso del tiempo fuimos conociendo, interpretando y comprendiendo, y por tanto sirviéndonos de esa bella y desconocida naturaleza que nos rodeaba. Y, tal vez, el exponente más claro de este servicio que continuamente nos brinda la madre naturaleza, aunque más sincero que brindar sería decir que nosotros robamos a la naturaleza sometiéndola de manera utilitaria, sea el del mundo animal.
Mi perrita Lola
Mi perrita Lola
Los seres humanos desde el principio logramos, con mucho esfuerzo y tiempo, domesticar algunas especies animales para vestirnos y darnos calor con sus pieles, las usamos como inestimable ayuda para realizar penosos trabajos, nos divertirnos con ellas teniéndolas como mascotas que nos brindaban satisfacción, pero sobre todas ellas las usamos como alimento.
En la actualidad esta servidumbre no sólo continúa sino que le hemos añadido otras nuevas como puede ser la cruel experimentación e investigación con animales en laboratorios de la industria cosmética y farmacéutica, donde son usados, lamentablemente y en muchísimas ocasiones con total y absoluta falta de ética, para aumentar el conocimiento de la fisiología de nuestra especie y para desarrollar fármacos y procedimientos con los que combatir las enfermedades que la humanidad padece.
No creo que nadie sea capaz de negar que con todo ello el mundo animal ha contribuido y contribuye de manera notoria al bienestar de nuestra especie. ¿Pero cuál ha sido y es nuestro pago a estos favores y servicios que los animales nos han prestado? Generalmente la destrucción y el maltrato: Conforme la humanidad continúa creciendo y extendiéndose por todos los ambientes naturales del planeta, sin quedar ninguno fuera de su alcance, en lugar de cuidar y proteger este inapreciable legado, lo invade, arrasa y contamina, negligentemente, reduciendo los hábitats animales a zonas cada vez más minúsculas y, a menos que esta tendencia se invierta, gran parte de la vida salvaje se encontrará en breve al borde de la extinción. No en vano, la actitud tradicional de nuestra cultura occidental hacia los animales se ha caracterizado no sólo por un maltrato generalizado y usual, con frecuencia bárbaro (desde los circos romanos cuya lacra en el tiempo presente son los espectáculos taurinos, a la tan necesaria caza que ahora ha quedado como deporte en el que sólo impera el placer de matar por matar, pasando por un sinfín de comportamientos inhumanos, por todos nosotros conocidos, que causan un enorme sufrimiento animal), sino especialmente por la convicción de que el hombre está por encima de todo y es poseedor de «espíritu» o mente, en tanto que el animal es «simple materia», o de que el hombre ocupa, sin más según las escrituras sagradas, una posición privilegiada con relación al mundo animal. Éstas y otras posturas similares no son más que muestras destacadas, con alguna imperceptible excepción, del antropocentrismo cultural y ético, dominante a lo largo de los siglos en occidente, posturas diametralmente opuestas a expresiones de mayor comprensión hacia los animales, propias de las religiones y filosofías orientales, que, en un futuro no muy lejano, serán un prólogo universal de un trato que se caracterizará por el respeto y la no-violencia hacia el mundo de nuestros hermanos los animales, pues todos habitamos el mismo hogar.
De todos modos y a decir verdad, algo puede estar cambiando. Resulta evidente que, desde hace algunos años y debido a la evolución natural de la inteligencia humana, la cuestión ética se ha replanteado y algunas personas se formulan la cuestión de si los animales son o no son dignos de consideración y, por tanto, pueden o no pueden ser sujetos de derechos. Si bien es cierto que mucha gente piensa, probablemente de manera errónea, que los animales no tienen derechos, lo que no deja lugar a dudas es que el hombre sí tiene deberes respecto a los animales.
En esta línea ya hay quien discute sin llegar a un acuerdo si son o no seres racionales; pero en lo que no hay lugar para la discrepancia, y por tanto existe total armonía, es en que los animales sufren: el dolor es un proceso neurofisiológico real y objetivo, cuya finalidad, al igual que en nosotros las personas, no es otro que servir a la supervivencia del individuo y de la especie y, de ello se colige que los animales tienen intereses, lo mismo que nosotros los hombres, y esto los iguala, entre otras cosas, en su derecho a no padecer sufrimientos: hacerlos sufrir voluntariamente carece por tanto de cualquier justificación moral y, por consiguiente, los seres racionales tenemos el deber y compromiso ético de no hacer sufrir a los animales. Y en los tiempos actuales también debemos pensar que existen personas que no pueden soportar el sufrimiento animal. Por tanto, aunque sólo sea por consideración y respeto hacia ellas, deberían prohibirse ciertas prácticas dolorosas con los animales como pueden ser las corridas de toros o la caza como, mal llamado, deporte.
Por ello, y si queremos seguir creciendo, me refiero a evolucionar en humanidad, en grandeza interior, y ya que no nos queda otra que utilizarlos como alimento, deberemos tratarlos de manera digna desde su nacimiento hasta su muerte/asesinato (odio aquí el uso eufemístico de la palabra sacrificio) para servirnos en la mesa. Porque ¿qué tiene más vida: un elefante, una hormiga o tal vez el hombre? ¿Tal vez todos posean la misma y enriquecedora vida a la luz de la naturaleza? Desconozco la respuesta, aunque la intuyo, y eso me hace ser prudente. Ya lo dijo Gandhi: "En mi mente, la vida de un cordero no es menos preciada que la de un humano". O San Francisco de Asís :"Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos". O Milan Kundera cuando manifiesta: "La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda, radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales".
Y si de momento no somos capaces de mejorar el destino humano dejando de comer animales, como preconizaba el filósofo H. D. Thoreau, seamos al menos capaces de erradicar la destrucción de la naturaleza y el maltrato hacia los animales en esta sociedad de la opulencia de principios del siglo XXI, sea por sádico placer, por motivos económicos (granjas avícolas, mataderos, transportes de animales vivos, etc.), o por cualquier otra causa como la execrable diversión a costa del sufrimiento (corridas de toros, cacerías...), que también es negocio de sangre y dolor.
Quizás, aprendiendo a amar a los más débiles, en el caso que nos ocupa los animales, aprendamos a amarnos a nosotros. Y así, mientras caminamos por la senda del respeto entre los seres que habitamos este trocito de Universo, esperemos que llegue pronto ese día anunciado por Leonardo Da Vinci en que los hombres veamos el asesinato de los animales como el de nuestros semejantes.

Las personas no se rompen


14 de octubre de 2000

Ya son varias las ocasiones que en los titulares de la sección deportiva del periódico que usted dirige, aparece que tal o cual deportista “se ha roto”. Le aseguro, que la primera vez que leí un titular de noticia así escrito, hube de hacerlo repetidas veces, y, mientras lo releía una y otra vez, mi ansiedad aumentaba pensando que el marido de Marion Jones había tenido un grave accidente que le había segado la vida al quedar su cuerpo dividido en dos mitades. Decidí leer más sobre el trágico suceso a ver si aportaba más luz que el escueto pero impactante encabezamiento, y fue cuan­do comprendí, que el mencionado atleta, tan sólo causaba baja del equipo olímpico de su país por haber tenido una simple lesión.
De nuevo, el 13 de octubre, leo en su periódico: “Kluibert y Overmars se rompen con Holanda...” y pienso que cada día comprendo menos cómo unos profesionales, cuyo oficio es el empleo correcto del idioma, lo vulneran de semejante manera, sobre todo siendo el castellano una lengua tan exuberante y de una riqueza semántica inigualable, que permite tantas, tan variadas y correctas formas de dar la noticia.
Romperse no puede usarse para personas, para miembros del cuerpo o cosas sí, salvo que, el periodista considere a los jugadores como aquellos soldaditos de plomo que tenía cuando era pequeño y se le rompían. El Diccionario de la Real Acade­mia no contempla esta posibilidad en ninguna de las 22 acepciones que vienen sobre el verbo romper. Tal vez en una próxima revisión...

Voto por el voto blanco

Madrid, 23 de diciembre de 1996.

Manifiesto que cada vez que se aproximan nuevas elecciones, y ante la mediocridad de nuestros políticos, mi incapacidad para depositar en la urna un voto consecuentemente meditado es grande. ¡Con lo sencillo que podría resultar, en casos como estos, si estuviera instituido el voto en blanco con representación parlamentaria, por supuesto!
Me explicaré: votar es un derecho, nada de deber como nos lo quieren vender, síntoma inequívoco de madurez democrática. Como tal, debe hacerse de una forma responsable; pero, cuando se intenta ejercer esta opción de manera meditada, reposada y sensata, enjuiciando los pros y contras de todas las candidaturas que concurren, mirando cómo éstas han utilizado nuestro voto en el pasado, resulta una tarea titánica y a veces totalmente imposible. Sin embargo, si pudiéramos votar en blanco con la certeza de que este voto serviría para que una porción de escaño se quedara vacío al tiempo que sirviera de advertencia para que ciertos políticos cambiasen de actitud. Asimismo podría servir para que, dependiendo de la satisfacción del pueblo hacia sus gobernantes y por ello del número de escaños vacíos, la mayoría absoluta fuera más difícil de conseguir y, por tanto, se vieran obligados a, por lo menos, tres cosas, que redundarían en beneficio de la salud democrática:

1ª.- Asistir a las sesiones parlamentarias para sacar adelante leyes y enmiendas en lugar de faltar como tan a menudo parecen hacerlo.
2ª.- Si éstas hubieran de ser aprobadas con un número determinado de votos, deberían dialogar y discutir al encontrarse más alejados de la mayoría absoluta, en suma: consensuar, debatir y escuchar las razones del contrario que, a lo mejor, hasta tiene razón en lo que dice y no, a lo votar, sin pensar más, lo que dicta el partido. Algo que parece hoy en día totalmente olvidado.
3ª.- Revalidar, verdaderamente, su estancia en el Parlamento con sus modos de hacer y comportarse en política.

¡Sería maravilloso! ¿No creen?
Un último ruego: por favor, señores políticos, escuchen y acojan esta propuesta como lo que es: un camino para hacernos más libres y responsable, en suma a crecer en ser persona. No se desconecten tanto de la calle y su realidad. Sondeen un poco a la opinión pública y verán que bastante gente piensa de esta manera. ¿Acaso les produce intranquilidad? Si así fuera, que no lo creo, mediten el por qué.

domingo, 21 de junio de 2015

Crisis económica mundial

El dinero cumple la Ley de la Conservación de la Energía: ni se crea ni se destruye, tan sólo cambia de manos. Por eso las crisis económicas no son tales, sino estafas al pueblo donde el dinero no se desvanece, tan sólo muda de manos. Y ahí están los indicadores macroeconómicos delatándolo: caen las ventas de coches utilitarios pero se disparan escandalosamente las ventas de los de alta gama, bajan los salarios de los trabajadores pero se incrementan los de los directivos y consejeros, suben los impuestos indirectos pero no los directos, etc.
En resumen, las auténticas crisis afectan a todos por igual, las grandes estafas únicamente a los pobres.

Corrupción

Pantallazo
SMS del Presidente


Madrid, 4 de noviembre de 2014

Dijo María Dolores de Cospedal el pasado día 3 que, en materia de corrupción “el PP ha hecho todo lo que podía”, y no le falta razón. Si no, hay tienen los SMS del Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, a su amigo Luis Bárcenas: “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo”. Dicho mensaje se lo envíó tras haberse descubierto cuatro cuentas en Suiza con al menos 22 millones de euros (más adelante se hallaría otra cuenta con otros 25 millones).
Sin comentarios.

sábado, 20 de junio de 2015

Madrid 2016 se equivoca de fecha

5/06/2008

Cansado de oír tanto sobre Madrid 2016 me veo obligado a escribir la presente: Es de muchos sabido que el Comité Olímpico Internacional tiene una regla no escrita para no repetir continente en dos olimpiadas consecutivas. Tan es así que desde hace más de medio siglo, concretamente desde que fuera sede olímpica la ciudad de Helsinki en 1952, nunca se ha repetido continente en el siguiente evento, y ya serán 16. Por tanto, no sé a qué viene gastar tanto dinero y esfuerzo en lograr que Madrid sea sede en 2016 cuando, de entrada, partimos con un importantísimo “handicap” como es la repetición de continente, tras Londres 2012. Y si no al tiempo. Más valdría concentrar los esfuerzos y el dinero público en 2020 que ahí será mucho más probable la consecución del objetivo.

La Bolsa o... la vida.

Madrid, 13 de octubre de 2001.
(Publicado en el periódico Parroquial)

ADVERTENCIA: Casi todo lo que sigue, excepto algunas consideraciones, es copia fiel del documento de reflexión “La Caridad en la vida de la Iglesia” de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, aprobado por la LX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española en noviembre de 1993.
¿Qué imagen daríamos de Dios si los cristianos calláramos ante la injusta situación de tantos millones de seres humanos en el mundo? ¿No facilitaríamos así, como dijo el Concilio Vaticano II, el ateísmo de tantos hombres de buena voluntad, que no pueden comprender un Dios que permite que algunos derrochen mientras otros mueren de hambre? (Gaudium et spes, 19). Para evitar ese silencio de Dios, que sería culpable y blasfemo, la Iglesia debe hablar y debe obrar, bien sea luchando por la justicia cuando la pobreza sea ocasionada por la injusticia, bien actuando por caridad.
¿Y por qué debe actuar la Iglesia y no Dios? Sencillamente, porque Dios creó al hombre libre, por eso no puede intervenir en el mundo sin que salga perdiendo la dignidad humana, y puesto que Dios no quiere permanecer indiferente ni desea mantenerse en silencio ante la injusticia, es obligación de los cristianos actuar en Su nombre estando siempre interesados y preocupados por la injusticia que produce tanta pobreza y miseria entre los hombres, y mediante la acción y la denuncia (denuncia que tiene al fin y a la postre la doble finalidad de defender al inocente y transformar al culpable) hacer todo lo posible para que, por fin, reine la justicia en la Tierra.
Si existe algo que se opone nítidamente a la justicia y que por tanto hay que luchar para erradicar de este mundo es la pobreza, que no es otra cosa que la manifestación y el resultado de una insolidaria desigualdad en el reparto de las riquezas, donde nuestro sistema económico es culpable por tener grandes desequilibrios sociales. Por ello, moralmente, no se puede dar la espalda a la realidad de la pobreza ya que está en juego “la dignidad de la persona humana, cuya defensa y promoción nos ha sido confiada por el Creador y de la que, rigurosa y responsablemente, son deudores los hombres y mujeres de cada coyuntura histórica” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 47).
En la medida que actuemos todos de esta manera, practicando la justicia y el amor misericordioso, iremos haciendo que la sociedad sea más justa, fraternal y humana (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14). La Iglesia y los cristianos debemos mirar a los pobres con la mirada de Dios, que se nos ha manifestado en Jesús, y tenemos que tratar de hacer nuestros sus mismos sentimientos y actuaciones respecto de ellos, por medio del servicio a los pobres, que es una manera evidente de hacer presente a Jesús (“a mí me los hicisteis” Mt 25, 40 ss). Por tanto, en el grito de todos los pobres, los creyentes descubrimos y reconocemos la presencia del Señor doliente.
Con este espíritu se debe salir al encuentro con el necesitado. Pero este encuentro no puede ser para la Iglesia y el cristiano una mera anécdota intrascendente, ya que en su reacción y en su actitud se define su ser y también su futuro. En esa coyuntura quedamos todos, individuos e instituciones, implicados y comprometidos de un modo decisivo. La Iglesia sabe que ese encuentro con los pobres tiene para ella un valor de justificación o de condena, según nos hayamos comprometido o inhibido ante los pobres. Los pobres son sacramento de Cristo. No olvidemos que, según Juan Pablo II, “la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia” (Dives in misericordia, 13). Y, en ese profesar y proclamar la misericordia, se encuentra obviamente la solidaridad de compartir bienes económicos. Por tanto, el testimonio de la Iglesia ha de ser elocuente y significativo, como profecía en acción. Si en algún sitio se juega el ser y actuar de la Iglesia es precisamente en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento. La actuación, el mensaje y el ser de una Iglesia auténtica consisten en ser, aparecer y actuar como una Iglesia-misericordia; una Iglesia que siempre y en todo es, dice y ejercita el amor compasivo y misericordioso hacia el miserable y el perdido, para liberarle de su miseria y de su perdición. Por consiguiente, como Jesús, toda la comunidad cristiana debe estar al servicio del Reino, abandonando falsas seguridades. No es posible servir al Dios verdadero, que quiere la vida para todos, y vivir obsesionados con la seguridad de las riquezas. El que trata de “guardar la vida”, realizarse como persona, despreocupándose de los otros, oprimiéndoles, o siendo cómplice de la opresión, se deshumaniza (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 38). La misión de la Iglesia es ser la Iglesia de los pobres, en un doble sentido: en el de una Iglesia pobre, y una Iglesia para los pobres (Juan Pablo II, Dives in misericordia).
La Iglesia concibe la pobreza como una forma de vida modesta y sencilla, pero digna y honesta; que no busca acaparar riquezas para un mañana siempre incierto, sino que vive trabajando honestamente para vivir en el presente (Catecismo de la Iglesia Católica, nn 2544-2547). Para lograrlo, la pobreza evangélica debería ser la actitud ideal del cristiano ante los bienes materiales, viviendo con sencillez y sobriedad, compartiendo generosamente con los necesitados, no acumulando riquezas que acaparan el corazón, trabajando para el propio sustento y confiando en la providencia de Dios Padre. No está de más en este punto, recordar a San Ambrosio cuando decía: “Aquel que envió sin oro a los Apóstoles (Mt 10,9) fundó también la Iglesia sin oro. La Iglesia posee oro no para tenerlo guardado, sino para distribuirlo y socorrer a los necesitados. Pues ¿qué necesidad hay de reservar lo que, si se guarda, no es útil para nada? Acaso nos dirá el Señor: ¿Por qué habéis tolerado que tantos pobres murieran de hambre, cuando poseíais oro con el que procurar alimento?” (San Ambrosio, De officiis ministrorum II, XXVIII, 137 PL 16, 140). O recordar también que, cuando San Juan de Dios gritaba por las calles de Granada pidiendo para sus pobres, empleaba el siguiente eslogan: “Hermanos: haced bien a vosotros mismos”. Así que la pobreza evangélica ha de ser una vocación universal para todos los bautizados, pero sobre todo para los que asumen con un voto especial la pobreza de la vida consagrada.
Las palabras de Jesús son claras al insistir frecuentemente en su predicación sobre el grave peligro que para la salvación suponen las riquezas: más difícil que entrar un camello por el ojo de una aguja (Mt 19, 24). Por ello, no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt 6, 24). De este modo advirtió que los ricos tienen grave peligro de perderse, por orgullosos, injustos, y adoradores del dios-dinero. Jesús predica y vive conforme a su predicación. Como Hijo de Dios, Jesús vive abandonado y confiado en la providencia de su Padre, e impone la misma actitud a sus discípulos. No hay que vivir angustiados por el mañana, diciendo; “¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?”, “pues ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso (Mt 6, 31-32)”. La experiencia de todos los tiempos demuestra que las riquezas terminan por acaparar y esclavizar el corazón del hombre, convertido en un servidor dependiente del dios del dinero, al que sacrifica y se sacrifica constantemente. El Señor también supone que muchos obrarán a su favor sin saberlo expresamente: “¿Cuándo te vimos desnudo y te vestimos? Cuando lo hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25, 31-46)”. No olvidemos pues que nuestro destino eterno, estará condicionado por nuestra actitud afectiva y efectiva hacia los hombres más débiles y necesitados. Bien podríamos decir, por tanto, teniendo en cuenta la necesaria adaptación del mensaje cristiano a las condiciones sociales de cada tiempo y lugar, que la acción caritativa y social será la piedra de toque para los cristianos y la Iglesia de nuestro tiempo, para que el Señor pueda decirnos al fin de nuestra vida terrena y al final de los tiempos: Venid, benditos de mi Padre, porque estaba parado y me disteis trabajo; era inmigrante y me acogisteis; estaba hundido en la droga, el alcoholismo o el juego, y me tendisteis una mano para levantarme... Conmigo lo hicisteis (Mt 25, 31-46).
Por desgracia, la Iglesia con su actitud ha ayudado, a lo largo de los siglos, al desprestigio de la palabra caridad, alabando como muy caritativas a personas que daban como limosna unas migajas de lo mucho que, por otra parte, adquirían injustamente en sus empresas o negocios. Y puesto que cada domingo afirmamos que la actividad caritativo-social pertenece esencialmente a la constitución de la Iglesia, no logro comprender, por mucho que traten de explicármelo leyéndome una carta, en lugar de hacer la correspondiente homilía, cómo habiendo tanta penuria en el mundo (recordemos que ahora mismo una tremenda hambruna azota las tierras de Centroamérica donde cada día mueren un sinnúmero de niños) se pueda tratar de justificar, manifestando incluso que los inversores de Gescartera no son culpables sino víctimas (nadie discute eso), destinar el dinero a la especulación financiera en la Bolsa (se invierte lo que a uno le sobra) donde, también cabe recordar, cotizan muchas empresas que, precisamente en este primer mundo rico y lleno de desigualdades, no brillan por su ética (fabricantes de armamentos, multinacionales farmacéuticas que se niegan a ceder sus patentes al tercer mundo, empresas que despiden a sus trabajadores, no por no obtener beneficios, sino por querer más, etc.). El dinero que sobra (insisto que es el que se invierte), siempre será indispensable para el ejercicio de la caridad cristiana en forma de asistencia inmediata a los necesitados, con el fin de paliar o remediar una situación, que no admite espera, sino que necesita urgentemente del buen samaritano que se le acerque, le vende las heridas y le lleve a la posada. ¿Cómo podríamos concebir la vida de Jesús, viviendo en la abundancia mientras otros hombres estuvieran en la miseria? ¿No es una contradicción flagrante que nos llamemos Hijos de Dios si no nos sentimos hermanos de todos los hombres? ¿Y cómo podemos decir con verdad que somos hermanos de los hombres si nosotros acaparamos lo que nos es innecesario cuando a otros les falta hasta lo imprescindible para poder vivir?
Y si en la Iglesia falta la caridad, nuestras instituciones serán frías, sin alma, y nuestra acción caritativa y social carecerá de impulso, entusiasmo, entrega, constancia, paciencia, ternura y generosidad, tan necesarias siempre en este campo de la atención a la indigencia, la miseria y la marginación. Y puesto que según el Concilio Vaticano II “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Lumen Gentium, 4), es mi deber, como parte integrante de la Iglesia que soy, tratar de interpretar estos tiempos sorprendentes que corren donde el hombre pobre y excluido, el dolor y la miseria humana, las vivas y lacerantes heridas abiertas por la pobreza y la marginación social en el corazón de la libertad y la dignidad de tantos seres humanos están llenos de interrogantes, hacer que mis pulmones anhelen estallar gritando alto y claro, para que lo escuche el alto clero, y dejen de una vez por todas de justificar lo injustificable: la Bolsa o... la Vida Eterna.

A propósito de los presos

Madrid, 29 de agosto de 2000.

Érase una vez un preso que cumplía condena muy cerca de su hogar. Sus familiares y amigos le visitaban a diario, y tras esas visitas se cuestio­naba si no estaría errado en sus planteamientos puesto que sus allegados, manteniendo casi idéntica ideología, gozaban de plena libertad en tanto él permanecía detrás de los barrotes.
Érase otro preso que penaba su castigo muy lejos de su casa. A éste, por contra, sus familiares y amigos le visitaban rara vez por lo gravoso del viaje. En las escasas ocasiones que el reencuentro tenía lugar, al llegar la hora de la partida maldecía a las autoridades que lo mantenían separado de los suyos, y esta situación, por incongruente, alimentaba la llama de su odio interior.
Moraleja: una de las medidas más integradoras que se puede ofrecer a la población reclusa es que la cárcel se encuentre próxima a sus seres queridos.

Etiquetado transgénico

Madrid, 30 de octubre de 1999.

Es sabido por todos que desde la revolución del neolítico la selección de plantas y animales por parte del hombre jamás se ha detenido, pero en la actualidad, este proceso de selección de especies más o menos natural ha llegado a un punto crucial. Ya no se trata de cruzar variedades de plantas y animales para lograr la suficiencia alimentaria de la población, ni para conseguir la especie más interesante desde el punto de vista crematístico sino que, ávidas de poder económico, las multi­nacionales desarrollan en el laboratorio nuevas variedades mediante la manipulación genética. En otras palabras: lo que antes nunca se hubiera logrado a través de un lento, pero casi libre de riesgo, proceso de selección natural, ahora es posible gra­cias a los descubrimientos de los ingenieros genéticos. Ponerlas en el mercado es tan sólo cuestión de días: Semillas que germinan la primera vez pero de descenden­cia estéril, cultivos resistentes a los pesticidas, plantaciones enteras modificadas genéticamente para envenenar a sus parásitos naturales...
A todo esto la UE se pliega a los intereses de las grandes industrias de países como EE UU, donde las cosechas transgénicas están mucho más extendidas que en Europa, aún a costa de exponer a su población a riesgos desconocidos... o conoci­dos (como pueden ser, a título de ejemplo, la resistencia a los antibióticos o contraer enfermedades como la diabetes).
La normativa de marras, con la que más parece que la UE quiere llamar gilipollas a sus ciudadanos, manifiesta que sólo se especificará si algún ingrediente está alterado en más del 1%. Se calcula que el ser humano tiene al menos 3.000 millones de pares de bases de ADN­ distribuidos entre los 23 cromosomas y es sabido que la variación media de los genomas de dos personas distintas es muy inferior al 1%. Incluso el organismo vivo más simple, una bacteria, cuenta con un genotipo de 2.000 genes. Imaginen cuántos más podrá tener cualquier vege­­­tal. ¿De qué vale, pues, el borrador de la Comisión si con sólo alterar un gen, lo que supon­dría un porcentaje despreciable cercano al cero, sería más que suficiente para lograr la mayor de las aberraciones destapando de nuevo la caja de Pandora?

Vaticano y Cristianismo

Madrid, 24 de febrero de 1999.

Confieso que, como el resto de los mortales, soy fruto de la casualidad a la hora de venir a este mundo. Nací en España, en este país eminentemente católico. Por tanto, me bautizaron en dicha fe y, como consecuencia directa, hoy soy cristia­no, católico, apostólico, romano y practicante; esto último al menos en lo referente a ir a misa; en el resto, es decir en el día a día, debo manifestar que, aunque lo intento, no es nada fácil puesto que, el cristianismo bien entendido, es una religión comprometida y, sobre todo, comprometedora. Lógicamente, ello afecta a mi idio­sincrasia; pero no reniego de mi religión ya que la figura de Jesús me apasiona, me arroba el espíritu. Bien, sigamos: como cualquier ser humano tengo derecho a opinar y, como miembro activo de la Iglesia, me considero capacitado para dar mi opinión sobre temas que a ella afectan, y recordando que el cristianismo debe tener carácter de denuncia profética, me considero con derecho denunciar, en este caso a criticar, de manera razonada y constructiva, la intercesión del Vaticano por Pinochet, aunque para ello haya alegado razones humanitarias ya que, cuando éste dio el golpe de estado, la Iglesia oficial (aclaro que por desgracia ésta no es la de la Comunión sino la de la jerarquía) no alzó su voz en defensa de los más elementales derechos huma­nos, al fin y a la postre razones humanitarias también.
El Papa, en su homilía del nuevo año dijo algo muy bello: el secreto de la auténtica paz pasa por el respeto de los Derechos Humanos. Pues bien, la citada declaración en su artículo VIII recoge el derecho que toda persona tiene a presentar recurso ante los tribunales cuando se violen sus derechos fundamentales. Por consi­guiente, si queremos continuar con el compromiso cristiano de luchar por un mundo mucho más justo y humanizado en lo social y político, debemos plantar la simiente que haga temblar a futuros tiranos. Esta semilla, ahora, está en nuestras manos y podemos sembrarla, desde una actitud coherente y responsable, haciendo que Pino­chet sea juzgado; o podemos malbaratar esta ocasión y ocultarla en el granero haciendo que, una vez más, todo quede en una esperanzada ilusión.
Jesús en su estancia en este mundo fue un hombre en continuo conflicto que tomó durante su vida la actitud de una resistencia esperanzada; fue lo que ahora llamaríamos un insumiso, un rebelde, un revolucionario. No creo, por tanto, que en esta oportunidad tomara partido por el poderoso y más, cuando éste ha sido un cruel dictador responsable de la muerte de cientos de personas inocentes. Es por esto por lo que la actitud del Vaticano me duele más si cabe; ahora y en otras ocasiones, como cuando entró a criticar la concesión al último Premio Nobel, José Saramago.
Lo peor sobre este tipo de pareceres es que algunos cristianos nos encontra­mos sin argumentos convincentes frente a quienes, sabiendo que profesamos nuestra fe, atacan a la Iglesia. Y no sólo eso. Me consta que, con actitudes de este porte, se abren fisuras en las almas más volubles que hacen tambalear sus creencias a la vez que surgen serías dudas sobre la autenticidad del mensaje de la Iglesia de los po­bres.
Sin ambages: el cristianismo tiene que hacer ver su fe y su compromiso con el débil.

La ONU ¿dechado para la humanidad?

Madrid, 18 de febrero de 1999

Existen ocasiones en las que uno se avergüenza de la humana condición: cuando el juez, atenazado por el miedo o movido por oscuros intereses, prevarica; cuando el policía, atraído por la tenue llamada de lo ajeno, resulta ser el delincuente; cuando el político, complacido por el olor del dinero fácil, se convierte en corrupto; cuando el militar, en un arrebato de patriotismo mal entendido, se torna en salvapa­trias oprimiendo al pueblo al que se debe; cuando el gobernante sintiéndose llamado a mayores glorias, y aupado por el anterior, se convierte en cruel dictador; cuando el banquero, tentado por la riqueza desmedida, comete usura; cuando el empresario, educado con mentalidad neoliberal, no administra personas sino simples números, y se hace un frío y calculador explotador; cuando el religioso, en lugar de predicar la buena nueva, se transforma en inquisidor fundamentalista; cuando el médico olvida su juramento hipocrático y no atiende al inmigrante por falta de papeles...
Pero esta vergüenza se transmuta en una mezcolanza de estupor, indignación y rabia difícilmente contenida por ser parte de la humanidad cuando vemos que, precisamente aquél que debiera sanar nuestras pustulosas heridas, se torna en origen y pesadilla viviente de nuestros males o, lo que es lo mismo, cuando a las violacio­nes de mujeres inválidas perpetradas hace ya dos años por cascos azules de la ONU durante el desempeño de sus “misiones humanitarias de pacificación” amparados precisamente en la incapacidad de éstas para huir de sus garras, se añaden hoy las denuncias a altos diplomáticos del citado organismo por explotación rayana en la esclavitud a sus empleados del hogar y a los trabajadores en sus misiones diplomáti­cas (sueldos míseros en condiciones deplorables).
He meditado mucho sobre este asunto. Pero tras recordar las increíbles decla­raciones de hace dos años en el sentido de que la ONU no tiene capacidad para hacer casi nada (ni siquiera nos pueden desvelar el país de procedencia de tan ho­nesto ejército violador de mujeres desvalidas) y de que, en los casos actuales de esclavitud y abusos sexuales a sus asalariados, los altos imputados se niegan a cumplir las condenas e indemnizaciones dictadas, sólo se me ha ocurrido una res­puesta coherente a todo este tenebroso asunto: por favor, díganme dónde me tengo que apuntar para presentar mi baja testimonial del género humano, en tanto que los culpables de estas atrocidades no sean sometidos a un juicio público y castigados como corresponde de manera efectiva, tal y como sucedió en Nuremberg con los responsables de crímenes contra la humanidad cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.

De vicios y virtudes: La egolatría de Arzallus

Madrid, 21 de enero de 1999.

Debe ser cierto aquello que comentan filósofos y psicólogos sobre la admiración que profesa en nosotros el reconocimiento en otro de virtudes que no poseemos. De este modo, y aunque sólo sea por no tenerlas cogidas el truco y ser conscientes de que nos rebasan, nada nos asombra tanto como ver a alguien actuando del modo que nos gustaría hacerlo pero a sabiendas de que somos incapaces.
Sostienen dichos expertos que por idéntica razón, a nada despreciamos tanto como a nuestros propios vicios mostrados en la forma de ser de los demás. De ahí puede ser que Arzalluz, viendo reconocido su defecto en el otro, llame ególatra a Tarradellas.

Pinochet: el rostro de la vergüenza

Madrid, 18 de diciembre de 1998.

Parafraseando a Luther King: “He tenido un sueño...”, soñé que flotaba en una nube y desde allí podía observar cómo nuestro mundo se concienciaba para hacer que la justicia se impartiese sin importar a qué condición perteneciera aquél que la había violado. Un mundo en el que lo verdaderamente importante en política mundial era cumplir objetivamente con los compromisos firmados sobre respeto a los Derechos Humanos. Un mundo en el que todos los políticos y jueces debían estar efectivamente comprometidos en la defensa de la citada Declaración Universal que, por si fuera poco y con gran cinismo de su parte, sus países habían firmado hacía cincuenta años. Un mundo en el que el hombre fuese hermano para el hom­bre...
Pero de repente, en mitad de este bello sueño, los señores del mundo supues­tamente encargados de velar por el cumplimiento de tan elemental principio, de un pase de varita mágica transmutaron la impunidad en inmunidad logrando deshacer lo hecho y desbaratando, de este modo, los escasos cimientos que una esperanzada humanidad se esforzaba en construir. Con el fabuloso toque mágico de varita, también mi nube se deshizo en la nada precipitándome contra las duras piedras de un gran muro de la vergüenza con forma de rostro humano. Me desperté súbitamen­te en medio de sudores, con gran desasosiego en mi alma, jadeando porque me faltaba el oxígeno del aire limpio y fresco que había ventilado mis pulmones durante el sueño. Y allí, tendido sobre mi lecho en mitad de la oscura noche recordé, no sin amargura, que justicia es “dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece...”.
Una vez caído del guindo, de manera tan desoladora e impactante por cierto, me di cuenta de que los hombres no estamos capacitados para impartir justicia. Con gran pesar de mi ánimo deduje que la justicia no es de este mundo. Del otro, tal vez. Pero habrá que esperar a llegar a él o gritar antes a nuestros gobernantes, aunando todas las voces en un clamor inconformista: ¡Que paren el mundo que nos queremos bajar!

Pinochet: que se haga justicia

Madrid,  de octubre de 1998.

Señores miembros del Gobierno de España:

Si ustedes tramitan la solicitud de extradición de Pinochet, supuesto responsa­ble de desapariciones, torturas y muertes de algunos españoles (de cara a hacer justicia carece de importancia de qué nacionalidad sean), tendrán una oportunidad inigualable de demostrar al mundo que Vds. están del lado de la Justicia, y que desean cumplir con aquello que está claramente expresado en la Declaración Uni­versal de los Derechos del Hombre, de la que, por otro lado, nuestro país es signata­rio y de la que el próximo 10 de diciembre se cumplen 50 años. La citada Declara­ción proclama, "a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión" el que “todas las naciones deben asegurar su reconocimiento y aplicación universales con medidas progresivas de carácter nacional e internacional”; el que todos "los estados miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo de los derechos y libertades fundamentales del hombre"; el que "no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacio­nal del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía"; el que "todo indivi­duo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona"; que "nadie será sometido a torturas"; el que "nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado"; el que "nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida priva­da, su familia, su domicilio o su correspondencia"; el que "en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país" teniendo en cuenta, eso sí, que "este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial, realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas"; el que "todo individuo tiene dere­cho a la libertad de opinión y de expresión" y a "no ser molestado a causa de sus opiniones", y que nada de la citada "Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho al Estado, a un grupo o a una persona para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendentes a la supresión de cualesquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración".
Señores del Gobierno, más claro imposible. Ahora que el Reino Unido ha movido ficha, un clamor que se eleva desde todos los rincones del planeta, les exige un gesto claro de modo que no dejen pasar el tiempo sin más. En sus manos está el dar un paso de gigante para que sirva de escarmiento a los dictadores del presente (aunque estén retirados) y de freno a futuros tiranos, para que nadie se crea ya con derecho a la impunidad absoluta. Dar ese paso seria una excelente forma de cumplir con la Justicia y de celebrar el quincuagenario de uno de los más bellos manifiestos que jamás haya alumbrado la mente humana: la Declaración de los Derechos del Hombre. De todos modos, no olviden que, al fin y al cabo, Pinochet dispondrá de todo aquello que sus detenidos carecieron: un juicio justo e imparcial con todas las garantías democráticas que le permitan demostrar al mundo la inocencia que tanto pregona. Que se haga justicia.

Derechos humanos y desarrollo: una súplica

Madrid, 20 de octubre de 1998.

Con motivo del último informe de la ONU sobre desarrollo humano en el que se confirma que aumentan las diferencias sociales (como muestra señalar que las 225 personas más ricas acumulan un patrimonio equivalente al que tienen los 2.500 millones de habitantes más pobres del planeta, es decir el 47% de la humanidad, cuando hace tan sólo dos años hacía falta sumar las fortunas de los 358 primeros acaudalados para llegar a una cifra parecida), y coincidiendo con la celebración en estos días del quincuagenario de la Declaración Universal de los Derechos Huma­nos, viene bien recordar que la misma proclama, entre otros derechos fundamenta­les, el derecho a un nivel de vida adecuado para la salud y el bienestar de todos. Asimismo,  y con el fin de que el hombre no se crea merecedor del derecho utópico de poder disfrutar ilimitadamente de estos derechos, establece que éstos se verán limitados por el reconocimiento de los derechos y libertades de los demás, así como por los requisitos de moralidad, orden público y bienestar general.
A raíz de ello me pregunto cómo, si 800 millones de seres humanos sufren desnutrición crónica y 35.000 niños mueren cada día (uno cada dos segundos y medio) de hambre y otras enfermedades fácilmente evitables, se está vulnerando este derecho fundamental y sin embargo no se limita, tal y como recoge la citada declaración, y como sería el deber de la ONU, el derecho a la riqueza infinita mien­tras no exista salud plena y bienestar en el mundo, riqueza desmedida que, por otro lado, es generadora, si no de la pobreza endémica, sí de la injusticia social para muchos. Por tanto resulta una práctica hipócrita el que, existiendo esta resolución de la ONU aprobada por unanimidad hace medio siglo, 225 personas acumulen los bienes de una población equivalente a la actual de 63 Españas.
Una súplica: no aprueben más resoluciones, o leyes, para luego no cumplirlas o terminaremos pensando que se trata de un mero asunto de maquillaje político de cara a la opinión pública de cada país para la búsqueda de votos.

Pateras y desarrollo

Madrid, 7 de julio de 1998.

¿Qué hago aquí, Dios mío? El dinero que pedí prestado a mis vecinos para llegar hasta aquí, ¿lo podré devolver algún día? ¿Merecerá la pena o será una locu­ra?... Me siento como un pelele sin voluntad propia al que fueran a mantear. Es como si no tuviese capacidad de acción, simplemente me dejo llevar atrapado por los acontecimientos: asustado, metido en esta barca de mala muerte que rebosa con otros muchos que, como yo, van en busca de una oportunidad. En esta noche sin luna, plena de estrellas, puedo oler sus miedos. Puedo ver sus enormes ojos blancos exageradamente abiertos. Percibo el brillo del sudor que, en pequeñas gotas, perla sus frentes... Me doy cuenta de que mis manos están heladas pero sudorosas, de que, a pesar de no estar haciendo nada malo, comparto sus miedos y angustias: estamos en medio del agitado mar entrando en un país que no es el nuestro, entrando de forma ilegal en un país extraño... Es injusto. No comprendo por qué no podemos ir a donde queramos. Los ricos y poderosos sí pueden... En esta patera las olas, con sus crestas blancas sobre el oscuro telón de la noche, que en un barco de línea ni se dejarían sentir, dan terror. Me pregunto una vez más para qué tanto jaleo, por qué. Sí, ya sé: para dar un futuro mejor a mi prole, por dar una esperanza por la que vivir a mi familia que ahora siento tan desgarradoramente lejana. Mi familia... qué palabra tan evocadora de gratos momentos... Pero, ¿qué ocurre? ¿qué son esos focos? Aque­llos gritos remotos vienen de otras barcas como la nuestra. ¡Dios mío! ¿Qué hacéis? ¡No os lancéis al agua! ¡Quietos! ¡Vais a volcar el bote! ¡No sé nadar! Si me ocurre algo, ¿qué será de mis hijos anclados en la miseria y sin esperanza? ¡Qué alguien me ayude, esto se vuelca!...
No sé dónde estoy. Sólo puedo decir que una gran paz interior colma cada célula de mi cuerpo embriagándome con una serenidad infinita. Desde esta nueva percepción de las cosas, veo el mundo como lo que es: algo insignificante y sin las fronteras disgregadoras que dibujan los hombres. Ahora, que confirmo con total certeza que la razón estaba de mi parte, sé que si volviera a vivir, lo volvería a intentar.
Moraleja: lo único que puede ayudar a solventar estas muertes, de las que todos somos alícuotamente responsables, es un desarrollo justo, equilibrado y verda­dero, henchidor de anhelos y esperanzas en las zonas deprimidas del planeta. ¡0,7 %, ya!

Azar o premeditación

Madrid, 28 de junio de 1998.

Érase una vez una remota región en la que un cónsul, erigiéndose en abande­rado de los derechos más fundamentales del hombre y prometiendo un futuro mejor para todos, se hizo con el mando. Su estancia en el poder le fue moldeando hasta convertirlo en un magnífico embelesador a la vez que en un gran megalómano en posesión de la verdad y, por tanto, creyendo estar siempre por encima del bien y del mal. Desde esta nueva percepción del mundo que tenía, y sin poderse establecer el nexo de unión, en la región por él gobernada surgió una tenebrosa guardia pretoriana que, con la excusa de eliminar a todos aquéllos que pusieran en peligro el sistema implantado, no tardó demasiado en cometer desmanes, incluso en regiones vecinas, pues se creían impunes y amparados por su cónsul.
El tiempo pasó y, por avatares de la vida, el cónsul dejó de serlo. Al cabo de unos años un consejo de sabios se reunió para investigar los crímenes cometidos por la guardia pretoriana y, justo el día (¿azar o premeditación?) en que el cónsul había sido citado para declarar ante los venerables ancianos, un lunático, armado con un simple punzón de escritura, secuestró una galera repleta de pasajeros entre los cuales se hallaba, casualmente, una distinguida pitonisa meridional en viaje promo­cional para que la susodicha región albergara los próximos juegos olímpicos.
Aquel día los mensajeros del imperio dieron como primera noticia la que no debería haber sido más que una simple anécdota: el secuestro de la galera. Así el cónsul, una vez más, pasó por la historia como si a él no le concerniera lo que allí se estaba investigando.

¿España va bien?

Madrid, 13 de junio de 1998

Ignoro qué grado de credibilidad le concederá el Presidente de nuestro Go­bierno a una asociación como Cáritas Española que, durante todos los años que lleva desarrollando su rica, intensa e invaluable actividad, ha demostrado ser de las más serias de este país.
Tampoco sé si habrá leído el informe que esta asociación ha presentado sobre la pobreza en España y, asimismo desconozco si, una vez leído, habrá llegado a reconocer, y por tanto a concluir que, en contra de lo que con tanta vehemencia sostiene, España, al menos para ocho millones y medio de personas, no va tan bien.
Ignoro si dicho informe le habrá dado qué pensar y, si al ver que la tendencia de los últimos años ha cambiado y que ahora la pobreza se ceba en los jóvenes (44,1% de estos ocho millones y medio son menores de 25 años), se habrá dado cuenta de algo tan evidente como demoledor: que quienes llegan ahora al mercado de trabajo en busca de su primer empleo, a pesar de ser las generaciones de niños fruto del brutal descenso en la tasa de natalidad acaecido hace años en el seno de la familia española, sencillamente, no encuentran trabajo. Por tanto, queda en total evidencia que el razonamiento de que el crecimiento económico genere empleo y, de igual modo, que por mucho que se abarate el despido no se va a solucionar el problema del paro puesto que ningún empresario contrata mano de obra a no ser que ello vaya a reportarle beneficios y, sin embargo, un abaratamiento en los costes del despido improcedente si puede ayudar a destruir empleo en el caso de un empresario muy ambicioso
.

Felicitaciones al Gobierno

Madrid, 25 de mayo de 1998.

Distinguidos miembros del Gobierno (de éste y del anterior):
Reciban mi felicitación más sincera. Después de muchos años de machacar el subconsciente de la gente, cual incansable martillo pilón, no cabe duda de que han logrado su objetivo. Sí, señor. Ha sido todo un reto que ha tomado su tiempo: planificación, esfuerzo, inversión; en suma: dedicación; pero al final han obtenido, además de su preciada recompensa, la satisfacción y orgullo del deber bien cumpli­do. Todo un éxito que no les voy a negar. Incluso puedo imaginarme sus rostros complacidos, y me atrevería a apuntar que entusiasmados, después de ver cómo medio millón de personas (sí, medio millón y en una sola ciudad) se echa a las calles a altas horas de la noche, de manera espontánea tras el desenlace de un partido de futbol y, constatar paralelamente, cómo los bulevares permanecen inalterables cuando ustedes deciden modificar, a peor, condiciones de trabajo que afectan a algo tan sumamente importante como puede ser la indemnización por despido improce­dente o la supresión, de buenas a primeras, de medicamentos incluidos en las listas de la Seguridad Social.
De nuevo mi más cordial felicitación; pero ánimo y no se duerman en los laureles: el siguiente reto que requiere todo su apoyo y esfuerzo ha de ser la fiesta nacional. Adelante con mucha garra (la tarea así lo requiere) y, si logran un efecto similar, enhorabuena. Entre futbol y toros, el país no hablará de otra cosa.

Pena de muerte

Madrid, 4 de febrero de 1998. (A la memoria de Fernando Pereira, Chico Mendes y tantos otros)

Toda vida es sagrada y sólo aquél que nos la dio nos puede privar de ella. Y, aquél que nos la dio, no se debe molestar si, en caso de grave enfermedad, la propia persona decide sobre su propio destino. Por eso, resulta lamentable que al filo del tercer milenio existan Gobiernos que ejecuten la pena capital como medio represor para hacer cumplir las leyes. De todos modos, esta institucionalización de la muerte, aunque claramente terrible, no deja de ser una postura muchísimo más ética que la de muchos Gobiernos del llamado mundo civilizado que dicen no estar de acuerdo con la pena de muerte y, sin embargo, montan servicios paralelos para quitarse de en medio a todo aquél que les molesta, lo mismo da que se trate de un terrorista que un pacífico ecologista.

Para ante la Oficina del Defensor del Pueblo

(Escrito envíado al Defensor del Pueblo el 2 de febrero de 1998, hastiado de los retrocesos firmados entre la Patronal y los Sindicatos al Estatuto de los Trabajadores. El Defensor del Pueblo se salió por peteneras y envíe esta carta a algún Diputado y a algún Juez. No sirivió para nada: la callada por respuesta)
PARA ANTE LA OFICINA DEL DEFENSOR DEL PUEBLO

D. xxx, mayor de edad, con DNI nº xxx, con domicilio en xxx, c/xxx nº 4, piso x, ante esa oficina comparece y, una vez examinados los principios de irrenunciabilidad, representa­ción, norma mínima y norma más favorable, por medio del presente escrito y como mejor en derecho proceda, viene en manifestar las razones que subsiguen:


PRIMERA.- Que el artículo 3 punto 5 del Estatuto de los Trabajadores deter­mina textualmente: “Los trabajadores no podrán disponer válidamente, antes o después de su adquisición, de los derechos que tengan reconocidos por disposicio­nes legales de derecho necesario. Tampoco podrán disponer válidamente de los derechos reconocidos como indisponibles por convenio colectivo”, lo que, en espíri­tu de ley, recoge y expresa clara y concisamente la irrenunciabilidad de todo trabaja­dor a sus derechos inalienables sin que en ningún caso pueda vulnerarlos, bien por ambigua conveniencia, bien por presiones o bien por cualquiera otra causa, por otros que no mejoren en nada, e incluso empeoren, lo que hasta ese momento se venía por derecho disfrutando.

SEGUNDA.- Que el Estatuto de los Trabajadores se enmarca dentro del denominado derecho laboral y es, por tanto, un derecho tuitivo y como tal debe guardar, amparar y defender a los trabajadores, como parte más débil que somos en las delicadas relaciones entre empresarios y trabajadores y, debido a este carácter tuitivo que ostenta, consagra unos derechos que no pueden ser derogados por volun­tad privada ni pública.

TERCERA.- Que siempre que en un marco de diálogo social deba modificar­se la legislación laboral vigente con objeto de corregir una situación coyuntural negativa, o a fin de promover un avance en materia de creación de empleo, ha de hacerse con el firme propósito de mejorar o mantener, pero nunca menoscabar, los derechos hasta ese momento reconocidos, en clara consonancia con la historia del movimiento reivindicativo obrero en España y en el mundo.

CUARTA.- A) Que dado que el derecho a ejercer cualquier acción es llama­do autoridad, y por autoridad se entiende siempre el derecho a hacer cualquier acto, hecho por autorización es lo hecho por comisión o licencia de aquél a quien el derecho pertenece. Por ello, cuando el representante celebra un pacto por autoriza­ción, obliga con ello al representado, no menos que si lo hubiera hecho él mismo, y no le sujeta menos a todas las consecuencias de aquél.
B) Que, como ciudadano y trabajador que soy de un Estado social y democrático de Derecho, en donde el sistema político establecido es la representación como esencia del contrato social y no la dominación, acepto y reco­nozco en los sindicatos a mis interlocutores válidos con capacidad para tratar y negociar temas laborales con la patronal, quedando ellos, en este marco de diálogo social, como representantes, y yo, por tanto, como representado.
C) Que, en este binomio representante/representado, se da por hecho que al imperar el talante democrático en la sociedad española actual, un representante no puede representar a su representado más allá de los límites que a este último le reconoce el sistema legal vigente y menos aún cuando negocia modifi­caciones a artículos establecidos y, dado que los trabajadores, es decir los represen­tados, no podemos renunciar a derechos que como tales tenemos reconocidos con calidad de indisponibles, nuestros representantes tampoco pueden hacerlo ni en su propio nombre (ya que no son trabajadores propiamente dicho sino liberados de sus obligaciones laborales) ni por su condición, ni tan siquiera argumentando un hipoté­tico “interés general” que, en realidad, no deja de ser un eufemismo para modificar, a peor, el ordenamiento jurídico-laboral vigente.

QUINTA.- Que de forma objetiva y no subjetiva de mi persona ­basta con ceñirnos a términos de muy reciente acuñación lingüística, y ya completamente aceptados por la sociedad y recogidos por los medios de comunicación a raíz de las últimas reformas, como puede ser el oír hablar de “contratos basura”, “empleo precario”, “capitalismo salvaje” o la necesidad de “sanear la estructu­ra” de una empresa­, considero que las sucesivas modificaciones al Estatuto de los Trabajado­res han sido una continuada dejación de los derechos más irrenunciables que como trabajadores tenemos, habiendo empeorado con ello de manera notoria la calidad de las condiciones laborales que reconocía el primer Estatuto a los trabajadores, a la vez que han ido claramente en contra de la génesis histórica de progreso en dere­chos laborales.

SEXTA.- Que, por lo expuesto en el punto anterior, estimo que nuestros representantes se han extralimitado ampliamente en el desempeño de sus obligacio­nes durante las negociaciones al tomar decisiones que han alienado ciertos derechos irrenunciables reconocidos por ley y considero que sus capacidades de actuación y representación han quedado en entredicho y por tanto no reconozco las sucesivas modificaciones que se han hecho del susodicho Estatuto, al menos en lo que a derechos irrenunciables se refiere, ni reconozco por ello la legitimidad de mis repre­sentantes en aquellas desafortunadas ocasiones en que, vulnerando el sentido común y, aún peor, la legalidad vigente, han excedido gravemente su cometido de repre­sentación en la mesa de negociación.

SÉPTIMA.- Que el Estatuto de los Trabajadores (Ley 8/1980, de 10 de marzo) en su artículo 3 punto 3 dice: “Los conflictos originados entre los preceptos de dos o más normas laborales, tanto estatales como pactadas, que deberán respetar en todo caso los mínimos de derecho necesario, se resolverán mediante aplicación de lo más favorable para el trabajador apreciado en su conjunto, y en cómputo anual respecto de los conceptos cuantificables.” y dado que éste primer Estatuto sólo ha sido modificado por Decretos Leyes y Leyes Ordinarias, y rigiendo en el derecho laboral vigente los principios de norma mínima y norma más favorable, el primer Estatuto es anterior y más favorable que las últimas modificaciones; por tanto éstas, al ser posteriores, del mismo rango jurídico y contener condiciones menos favora­bles en su conjunto, son nulas de pleno derecho y no vinculan a nadie.

OCTAVA.- Que de acuerdo al principio de norma mínima, para admitir condiciones menos favorables que las del primer Estatuto de los Trabajadores (Ley 8/1980, de 10 de marzo), sería necesario requerir normas jurídicas de rango supe­rior, es decir, una Ley Orgánica.

NOVENA.- Que, por si fuera poco, el artículo 14 de la Constitución Española dispone textualmente: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevale­cer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquiera otra condición o circunstancia personal o social”, lo cual deja en eviden­cia las nuevas modalidades de contratación indefinida que permite el modificado Estatuto de los Trabajadores tras los últimos acuerdos entre patronal y sindicatos, ya que, cualquier nuevo contrato acogido a dicha modalidad, cuenta con unas condi­ciones generales distintas y, más en concreto, con una indemnización para el supues­to de despido improcedente mucho menor que la de aquellos trabajadores que ten­gan contrataciones anteriores a la entrada en vigor de esta nueva reforma de la ley y que disponen por ello de una indemnización mayor, produciéndose por eso mismo una clara discriminación personal y social con trabajadores de la misma empresa o de cualquier otra del territorio español, siendo éste un concepto absolutamente cuantificable (ver razón séptima); y eso por no entrar a hablar ahora del principio de aplicación de la norma más favorable que tanto amparo goza en la legislación laboral.

DÉCIMA.- Que, ya que ninguna persona está obligada a cumplir un pacto hecho contra la autorización que concedió o más allá de la misma, puesto que dicho pacto no le representaría, aquél que celebra un pacto con un representante no cono­ciendo la autorización que éste tiene, lo hace bajo su propio riesgo y, dado que esto es así, la otra parte de estas desafortunadas negociaciones, es decir la patronal, también lo ha hecho bajo su propio riesgo y no tiene derecho a exigir que se cumpla algo que, pese haberlo firmado de buena fe por creer contar con un interlocutor válido, lo ha hecho con unos representantes que no estaban capacitados por ley a negociar y modificar ciertas cosas.

DECIMOPRIMERA.- Que, dado el calibre de los derechos que están en juego, el “interés general” se debe apoyar en la evidencia más absoluta y contrasta­da y no en meras teorías de muy diferentes corrientes económicas que además no son compartidas por todos y, sin embargo, sí es evidente que el neoliberalismo económico no sólo ha sido incapaz de alcanzar sino que va en contra de los princi­pios rectores de la política social y económica recogidos en el Título I, Capítulo III de nuestra Carta Magna (artículos 40, 41 y, lógicamente, el 42 que al legislar que el Estado salvaguardará “los derechos económicos y sociales de los españoles en el extranjero”, con idéntica razón ha de hacerlo aquí).

DECIMOSEGUNDA.- Que el Gobierno, como representante del Estado, debe hacerse cargo del carácter tuitivo del derecho laboral y no ratificar y promover leyes nacidas de un vicio de representación. Asimismo, el Parlamento no puede legislar la cesación de derechos de los trabajadores cuando la Constitución sólo recoge algunos supuestos (derecho a la huelga y derecho de conflicto colectivo) en el caso concreto en que se acuerde la declaración del estado de excepción o de sitio.

DECIMOTERCERA.- Que el abaratamiento del coste de la indemnización, en el supuesto de despido improcedente, en ningún caso debe ser considerado ni como una mejora de las condiciones laborales existentes, ni como una mejora de “interés general” para la sociedad basándose en una hipotética, y por tanto incierta, consecución de un mayor y más estable empleo; sino más bien todo lo contrario: es una inequívoca, e instantánea disminución en las condiciones laborales de los asala­riados, ya que es bien sabido que un empresario jamás contratará a más empleados que los que necesite en cada momento, independientemente de cómo trate la legis­lación laboral en ese instante el supuesto del despido: si necesita mano de obra, contratará; si no la necesita, por muy barato que esté el despido, no contratará, y, bien al contrario, este abaratamiento sí que mejora, claramente, los intereses particu­lares de sólo una de las partes: la del empresariado, que se ve apoyado así con una herramienta barata para aumentar sus propios beneficios sin revertirlos en la socie­dad (despidiendo el excedente de mano de obra de su negocio atribuible, por otro lado y en la mayoría de los casos, a la compra de costosa y sofisticada maquinaria automática), empeorando, por contra, la estabilidad laboral y la paz social y creando al trabajador una mayor precariedad en las condiciones de trabajo pactadas que hasta ese momento venía disfrutando, no tanto en cuanto que su puesto de trabajo sea más inestable, que evidentemente lo es (aunque para aquellas empresas que tienen liquidez este asunto de cuantías económicas a desembolsar por indemnizacio­nes carezca de relevancia), sino en cuanto que de resultar despedido, gozará de menor estabilidad emocional al verse presionado sobremanera por el entorno social ya que, al tener una menor cobertura económica, carece de la tranquilidad necesaria a la hora de enfrentarse al reto de buscar y conseguir rápidamente un nuevo empleo, lo cual, sin duda, repercutirá negativamente en la calidad de vida familiar y en las relaciones sociales con su entorno. Luego si no se produce mejora, o al menos estabilidad para el trabajador, la reforma y sus “benéficas” consecuencias quedan en clara evidencia.

DECIMOCUARTA.- Que resulta tautológico, cuando no una paradoja absur­da, el que los denominados interlocutores sociales a la hora de hablar de creación de empleo, supuestamente lo liguen a un “lógico abaratamiento del despido”.

DECIMOQUINTA.- Que la legislación en una sociedad democrática como la española, y en este caso me remito a los citados artículos 3 punto 3 y 3 punto 5 del Estatuto de los Trabajadores y a los 14, 40, 41 y 42 de la Constitución Española, no es una cuestión de maquillaje político de cara a la sociedad y a la comunidad internacional, sino que está escrita y aprobada para cumplirse y, por tanto, forma parte de la Justicia, así pues, cualquier ilegalidad, injusticia o simple injuria a ésta, y más aún si es oficialmente confirmada, sería más que suficiente para romper todo el contrato social.


Una vez expuestas las razones supracitadas y dado que la imparcialidad jurídica debe estar en la base de cualquier sistema político o normativo que intente incorporar la idea de justicia y puesto que el artículo 9 de nuestra Carta Magna en su punto 2º precisa que “corresponde a los poderes públicos promover las condicio­nes para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas”, no queda más que SOLICITAR de esa Oficina el estudio del presente razonamiento para lograr, si es de Justicia, LA ANULACIÓN DE TODAS LAS REFORMAS DE ARTÍCULOS QUE HAYAN IDO EN CON­TRA DE DERECHOS INDISPONIBLES DEL ESTATUTO DE LOS TRA­BAJADORES DESDE SU PRIMERA EDICIÓN PARA QUE VUEL­VAN A QUEDAR TAL Y COMO FUERON CONCEBIDOS, Y a la vez ROGAR LA TUTELA DEL DEFENSOR DEL PUEBLO, como garante que es de los dere­chos irrenunciables del pueblo español, ANTE FUTURAS NEGOCIACIONES ENTRE PATRONAL Y SINDICATOS QUE PUEDAN PONER EN PELI­GRO LOS DERECHOS INDISPONIBLES DEL REPRESENTADO, el pueblo trabajador.

----------------------------------------------------------------------------------------

Petición que envío de nuevo ante  la increíble respuesta que me dan.
EXPEDIENTE: xxxxxxxx
ÁREA: x / xxx

Madrid, a 29 de junio de 1998.

A LA ATENCIÓN DEL DEFENSOR DEL PUEBLO
D. FERNANDO ÁLVAREZ DE MIRANDA

Muy señor mío:

Quiero comunicarle que la respuesta que su distinguido Adjunto Primero, el señor Rovira Viñas, ha dado al asunto de referencia (registro de salida de fecha 28/04/98 y número 019457) me ha dejado sorprendido.

Deseo aclararle a Vd., por si desconoce el contenido del mismo, que en ningún momento solicité que se decretara la inconstitucionalidad de las reformas al Estatuto de los Trabajadores, sino que su Institución procediese a estudiar la nulidad de pleno derecho de las citadas reformas por nacer éstas de actos viciados material y formalmente (vicio de representación y rotura de la jerarquía de las leyes), nulidad ésta para la que entiendo no existen plazos.

Asimismo, y dado que pretendo la nulidad de pleno derecho, no viene ni a qué ni a cuento la lista de artículos concretos del Estatuto cuya anulación se solicita, y que su Adjunto Primero me indica que debería precisar.

Por tanto, LE RUEGO DÉ LAS ÓRDENES OPORTUNAS PARA QUE SUS COLABORADORES RETOMEN DE NUEVO EL CITADO EXPE­DIENTE Y ENTREN A FONDO A ESTUDIAR EL QUID DE LA CUES­TIÓN.

Sin otro particular y a la espera de sus siempre gratas noticias, reciba la expresión de mi consideración más distinguida.