sábado, 20 de junio de 2015

Vaticano y Cristianismo

Madrid, 24 de febrero de 1999.

Confieso que, como el resto de los mortales, soy fruto de la casualidad a la hora de venir a este mundo. Nací en España, en este país eminentemente católico. Por tanto, me bautizaron en dicha fe y, como consecuencia directa, hoy soy cristia­no, católico, apostólico, romano y practicante; esto último al menos en lo referente a ir a misa; en el resto, es decir en el día a día, debo manifestar que, aunque lo intento, no es nada fácil puesto que, el cristianismo bien entendido, es una religión comprometida y, sobre todo, comprometedora. Lógicamente, ello afecta a mi idio­sincrasia; pero no reniego de mi religión ya que la figura de Jesús me apasiona, me arroba el espíritu. Bien, sigamos: como cualquier ser humano tengo derecho a opinar y, como miembro activo de la Iglesia, me considero capacitado para dar mi opinión sobre temas que a ella afectan, y recordando que el cristianismo debe tener carácter de denuncia profética, me considero con derecho denunciar, en este caso a criticar, de manera razonada y constructiva, la intercesión del Vaticano por Pinochet, aunque para ello haya alegado razones humanitarias ya que, cuando éste dio el golpe de estado, la Iglesia oficial (aclaro que por desgracia ésta no es la de la Comunión sino la de la jerarquía) no alzó su voz en defensa de los más elementales derechos huma­nos, al fin y a la postre razones humanitarias también.
El Papa, en su homilía del nuevo año dijo algo muy bello: el secreto de la auténtica paz pasa por el respeto de los Derechos Humanos. Pues bien, la citada declaración en su artículo VIII recoge el derecho que toda persona tiene a presentar recurso ante los tribunales cuando se violen sus derechos fundamentales. Por consi­guiente, si queremos continuar con el compromiso cristiano de luchar por un mundo mucho más justo y humanizado en lo social y político, debemos plantar la simiente que haga temblar a futuros tiranos. Esta semilla, ahora, está en nuestras manos y podemos sembrarla, desde una actitud coherente y responsable, haciendo que Pino­chet sea juzgado; o podemos malbaratar esta ocasión y ocultarla en el granero haciendo que, una vez más, todo quede en una esperanzada ilusión.
Jesús en su estancia en este mundo fue un hombre en continuo conflicto que tomó durante su vida la actitud de una resistencia esperanzada; fue lo que ahora llamaríamos un insumiso, un rebelde, un revolucionario. No creo, por tanto, que en esta oportunidad tomara partido por el poderoso y más, cuando éste ha sido un cruel dictador responsable de la muerte de cientos de personas inocentes. Es por esto por lo que la actitud del Vaticano me duele más si cabe; ahora y en otras ocasiones, como cuando entró a criticar la concesión al último Premio Nobel, José Saramago.
Lo peor sobre este tipo de pareceres es que algunos cristianos nos encontra­mos sin argumentos convincentes frente a quienes, sabiendo que profesamos nuestra fe, atacan a la Iglesia. Y no sólo eso. Me consta que, con actitudes de este porte, se abren fisuras en las almas más volubles que hacen tambalear sus creencias a la vez que surgen serías dudas sobre la autenticidad del mensaje de la Iglesia de los po­bres.
Sin ambages: el cristianismo tiene que hacer ver su fe y su compromiso con el débil.

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