Madrid, 30 de octubre de 1999.
Es sabido por todos que desde la revolución del neolítico la selección de plantas y animales por parte del hombre jamás se ha detenido, pero en la actualidad, este proceso de selección de especies más o menos natural ha llegado a un punto crucial. Ya no se trata de cruzar variedades de plantas y animales para lograr la suficiencia alimentaria de la población, ni para conseguir la especie más interesante desde el punto de vista crematístico sino que, ávidas de poder económico, las multinacionales desarrollan en el laboratorio nuevas variedades mediante la manipulación genética. En otras palabras: lo que antes nunca se hubiera logrado a través de un lento, pero casi libre de riesgo, proceso de selección natural, ahora es posible gracias a los descubrimientos de los ingenieros genéticos. Ponerlas en el mercado es tan sólo cuestión de días: Semillas que germinan la primera vez pero de descendencia estéril, cultivos resistentes a los pesticidas, plantaciones enteras modificadas genéticamente para envenenar a sus parásitos naturales...
A todo esto la UE se pliega a los intereses de las grandes industrias de países como EE UU, donde las cosechas transgénicas están mucho más extendidas que en Europa, aún a costa de exponer a su población a riesgos desconocidos... o conocidos (como pueden ser, a título de ejemplo, la resistencia a los antibióticos o contraer enfermedades como la diabetes).
La normativa de marras, con la que más parece que la UE quiere llamar gilipollas a sus ciudadanos, manifiesta que sólo se especificará si algún ingrediente está alterado en más del 1%. Se calcula que el ser humano tiene al menos 3.000 millones de pares de bases de ADN distribuidos entre los 23 cromosomas y es sabido que la variación media de los genomas de dos personas distintas es muy inferior al 1%. Incluso el organismo vivo más simple, una bacteria, cuenta con un genotipo de 2.000 genes. Imaginen cuántos más podrá tener cualquier vegetal. ¿De qué vale, pues, el borrador de la Comisión si con sólo alterar un gen, lo que supondría un porcentaje despreciable cercano al cero, sería más que suficiente para lograr la mayor de las aberraciones destapando de nuevo la caja de Pandora?
Es sabido por todos que desde la revolución del neolítico la selección de plantas y animales por parte del hombre jamás se ha detenido, pero en la actualidad, este proceso de selección de especies más o menos natural ha llegado a un punto crucial. Ya no se trata de cruzar variedades de plantas y animales para lograr la suficiencia alimentaria de la población, ni para conseguir la especie más interesante desde el punto de vista crematístico sino que, ávidas de poder económico, las multinacionales desarrollan en el laboratorio nuevas variedades mediante la manipulación genética. En otras palabras: lo que antes nunca se hubiera logrado a través de un lento, pero casi libre de riesgo, proceso de selección natural, ahora es posible gracias a los descubrimientos de los ingenieros genéticos. Ponerlas en el mercado es tan sólo cuestión de días: Semillas que germinan la primera vez pero de descendencia estéril, cultivos resistentes a los pesticidas, plantaciones enteras modificadas genéticamente para envenenar a sus parásitos naturales...
A todo esto la UE se pliega a los intereses de las grandes industrias de países como EE UU, donde las cosechas transgénicas están mucho más extendidas que en Europa, aún a costa de exponer a su población a riesgos desconocidos... o conocidos (como pueden ser, a título de ejemplo, la resistencia a los antibióticos o contraer enfermedades como la diabetes).
La normativa de marras, con la que más parece que la UE quiere llamar gilipollas a sus ciudadanos, manifiesta que sólo se especificará si algún ingrediente está alterado en más del 1%. Se calcula que el ser humano tiene al menos 3.000 millones de pares de bases de ADN distribuidos entre los 23 cromosomas y es sabido que la variación media de los genomas de dos personas distintas es muy inferior al 1%. Incluso el organismo vivo más simple, una bacteria, cuenta con un genotipo de 2.000 genes. Imaginen cuántos más podrá tener cualquier vegetal. ¿De qué vale, pues, el borrador de la Comisión si con sólo alterar un gen, lo que supondría un porcentaje despreciable cercano al cero, sería más que suficiente para lograr la mayor de las aberraciones destapando de nuevo la caja de Pandora?
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