sábado, 20 de junio de 2015

Etiquetado transgénico

Madrid, 30 de octubre de 1999.

Es sabido por todos que desde la revolución del neolítico la selección de plantas y animales por parte del hombre jamás se ha detenido, pero en la actualidad, este proceso de selección de especies más o menos natural ha llegado a un punto crucial. Ya no se trata de cruzar variedades de plantas y animales para lograr la suficiencia alimentaria de la población, ni para conseguir la especie más interesante desde el punto de vista crematístico sino que, ávidas de poder económico, las multi­nacionales desarrollan en el laboratorio nuevas variedades mediante la manipulación genética. En otras palabras: lo que antes nunca se hubiera logrado a través de un lento, pero casi libre de riesgo, proceso de selección natural, ahora es posible gra­cias a los descubrimientos de los ingenieros genéticos. Ponerlas en el mercado es tan sólo cuestión de días: Semillas que germinan la primera vez pero de descenden­cia estéril, cultivos resistentes a los pesticidas, plantaciones enteras modificadas genéticamente para envenenar a sus parásitos naturales...
A todo esto la UE se pliega a los intereses de las grandes industrias de países como EE UU, donde las cosechas transgénicas están mucho más extendidas que en Europa, aún a costa de exponer a su población a riesgos desconocidos... o conoci­dos (como pueden ser, a título de ejemplo, la resistencia a los antibióticos o contraer enfermedades como la diabetes).
La normativa de marras, con la que más parece que la UE quiere llamar gilipollas a sus ciudadanos, manifiesta que sólo se especificará si algún ingrediente está alterado en más del 1%. Se calcula que el ser humano tiene al menos 3.000 millones de pares de bases de ADN­ distribuidos entre los 23 cromosomas y es sabido que la variación media de los genomas de dos personas distintas es muy inferior al 1%. Incluso el organismo vivo más simple, una bacteria, cuenta con un genotipo de 2.000 genes. Imaginen cuántos más podrá tener cualquier vege­­­tal. ¿De qué vale, pues, el borrador de la Comisión si con sólo alterar un gen, lo que supon­dría un porcentaje despreciable cercano al cero, sería más que suficiente para lograr la mayor de las aberraciones destapando de nuevo la caja de Pandora?

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