2 de agosto de 1995
Hace muchos años, cuando alguien debido a la falta de información ignoraba lo que estaba sucediendo en otro punto del planeta, tal vez lograra vivir tranquilamente sin que su conciencia le remordiera. En la actualidad esta circunstancia ha cambiado radicalmente no olvidemos que nos ha tocado vivir, para bien o para mal, inmersos en plena Era de la Información enmarcados en lo que denominamos "aldea global" y resulta difícil, por no decir imposible, escapar a tanta atrocidad como acontece en todo momento y en cualquier lugar. Pero ante esta emergente realidad no debemos dejarnos arrastrar por aquello que ya parece habitual y que nos hace aceptar como normales algunos eventos que, con cierta regularidad e incluso cotidianidad, nos asaltan cada día guerra en la antigua Yugoslavia, genocidio en Chechenia, matanzas étnicas en Ruanda, la hambruna que asola de nuevo cualquier rincón de África, etc... para no llegar a perder por ello nuestra, casi ya desbordada, capacidad de asombro y nuestro derecho, casi obligación, a indignarnos y, como lógica consecuencia, nuestro deber de actuar que, además, es una de las características que nos distinguen de los seres irracionales. Hagamos entonces que todos los días se alce, por lo menos, una voz que nos obligue, mientras no varíe la situación, a abochornarnos de pertenecer al género humano; pero no nos olvidemos que ante la comprobada incapacidad e inoperancia de nuestros gobernantes para solucionar problemas como los anteriormente mencionados, y aunque sea cruel decirlo precisamente porque cada pueblo tiene el gobierno que se merece, nosotros pasaremos a la Historia como demostrados cómplices por no haber parado, o no haber hecho que nuestros flamantes gobiernos de la civilizada y vieja Europa, detengan todas esas vergonzosas lacras que, mientras no hagan temblar los intereses económicos de los poderosos, por desgracia continuarán existiendo.
No vivamos, pues, tan tranquilos creyéndonos libres de toda culpa: ellos, los masacrados, son nuestros vecinos y la complicidad nos acompaña como si de nuestra propia sombra se tratara.
Hace muchos años, cuando alguien debido a la falta de información ignoraba lo que estaba sucediendo en otro punto del planeta, tal vez lograra vivir tranquilamente sin que su conciencia le remordiera. En la actualidad esta circunstancia ha cambiado radicalmente no olvidemos que nos ha tocado vivir, para bien o para mal, inmersos en plena Era de la Información enmarcados en lo que denominamos "aldea global" y resulta difícil, por no decir imposible, escapar a tanta atrocidad como acontece en todo momento y en cualquier lugar. Pero ante esta emergente realidad no debemos dejarnos arrastrar por aquello que ya parece habitual y que nos hace aceptar como normales algunos eventos que, con cierta regularidad e incluso cotidianidad, nos asaltan cada día guerra en la antigua Yugoslavia, genocidio en Chechenia, matanzas étnicas en Ruanda, la hambruna que asola de nuevo cualquier rincón de África, etc... para no llegar a perder por ello nuestra, casi ya desbordada, capacidad de asombro y nuestro derecho, casi obligación, a indignarnos y, como lógica consecuencia, nuestro deber de actuar que, además, es una de las características que nos distinguen de los seres irracionales. Hagamos entonces que todos los días se alce, por lo menos, una voz que nos obligue, mientras no varíe la situación, a abochornarnos de pertenecer al género humano; pero no nos olvidemos que ante la comprobada incapacidad e inoperancia de nuestros gobernantes para solucionar problemas como los anteriormente mencionados, y aunque sea cruel decirlo precisamente porque cada pueblo tiene el gobierno que se merece, nosotros pasaremos a la Historia como demostrados cómplices por no haber parado, o no haber hecho que nuestros flamantes gobiernos de la civilizada y vieja Europa, detengan todas esas vergonzosas lacras que, mientras no hagan temblar los intereses económicos de los poderosos, por desgracia continuarán existiendo.
No vivamos, pues, tan tranquilos creyéndonos libres de toda culpa: ellos, los masacrados, son nuestros vecinos y la complicidad nos acompaña como si de nuestra propia sombra se tratara.
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