lunes, 14 de marzo de 2016

De las corridas de toros

No a las corridas de toros
Manifestación en Madrid en defensa de los animales (nov'2015)
Ayer una manifestación en Valencia reivindicó el mundo del toreo aludiendo a la “Libertad  de un Pueblo”, además de invocar a la “Cultura y las Raíces”. En la naturaleza ningún animal tortura a otro para divertirse sólo, siguiendo sus instintos, matan para alimentarse o para procrear. Pero matan limpiamente, no con sadismo. Nosotros, que por oposición nos autodenominamos civilizados, hacemos de la cruel tortura un lucrativo negocio. La inteligencia nos muestra que el toro, si es maltratado, sufre. No puedo entender a las personas que, para pasar el rato o para divertirse, incluso disfrutar dicen, hacen sufrir a otro ser vivo. Sí puedo entender y tolerar, aunque no me guste, un combate de boxeo, en el que dos personas con libre albedrío, se golpean mutuamente y otras, esto lo comprendo menos, se deleitan viéndolo. Además apelan a la tradición, a las raíces, para hablar de cultura, y la tradición de las corridas cuenta con escaso pasado, pues data de finales del siglo XVIII. Todo tiene raíces: el racismo, la guerra… también, en nombre de la tradición, en las plazas públicas de muchos países se cortan las manos a los ladrones de poca monta o se azota sin piedad, si tienen suerte, a mujeres acusadas de adulterio porque cuando no son afortunadas, resultan lapidadas. Asimismo es un inmenso contrasentido pronunciar la palabra “libertad” para defender la tauromaquia o ¿acaso alguien pregunta al toro si desea ser torturado y finalmente ejecutado en un enfrentamiento desigual? Salvo que queramos involucionar hacia una sociedad bárbara no es tolerable convivir con la crueldad, la violencia o la tortura y los que ayer se manifestaron deberían darse cuenta de que otro mundo sin crueldad, violencia y tortura ejercida gratuitamente hacia a seres indefensos es posible. ¡Ah!, y que para divertirse no es necesario torturar.
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!

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Sé que lo digo una y otra vez; pero es que es terrible la dejación e ilegalidad institucional de lo que está ocurriendo en nuestro continente.
El vergonzoso pacto a que ha llegado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados llegados a Grecia, que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección,  hace que el discurso pronunciado en septiembre pasado por Jean-Claude Juncker resuene pomposo, grandilocuente, inflado, afectado, hipócrita, engañoso, falso, tramposo, insensible, vacío, hueco y feble. La ineptitud y dejación de funciones del presidente de la CE y su pusilánime política europea en este asunto, entre cuyas transcendentales obligaciones está el vinculante cumplimiento, desde 2009, de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE que, en su artículo 18 sobre el Derecho de Asilo reza: “Se garantiza el derecho de asilo dentro del  respeto de las normas de la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados y de conformidad con el Tratado constitutivo de la Comunidad  Europea”, nos deja sumidos en el dolor, la indignación y el sonrojo. Mientras, esta deshonra perpetrada por su gobierno europeo continuará azotando las vidas de miles y miles de refugiados, niños, jóvenes, adultos y ancianos que seguirán viviendo un innecesario y trágico calvario por los helados barrizales y costas de Europa que muchas veces acabará trocando su anhelo de paz y seguridad por la lóbrega tumba.
Señor Juncker, basta de ilegales devoluciones en caliente y asuma su responsabilidad para remediar, conforme a las leyes humanitarias que nos hemos dado, esta gravísima situación o todas esas víctimas inocentes, incluidas las pequeñas vidas truncadas, atormentarán su conciencia.
Dos certidumbres me hacen ser inflexible en este tema: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted, señor Jean-Claude Juncker, usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo que ellos en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
¿Dónde están las alabadas y tan cacareadas raíces cristianas de Europa? ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué principios nos sustentarán?
¡Qué monumental deshonra para esta vieja, acomodada e hipócrita Europa!

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