Cobardía sin límites |
Quienes humillan a los débiles, los necesitados, no tienen agallas para hacerlo con los fuertes, los poderosos.
El pasado martes, en la Plaza Mayor de Madrid, un grupo de aficionados del PSV Eindhoven humilló cobardemente a unas mujeres que mendigaban limosna. Cuando se les aproximaron, estos jóvenes comenzaron a tirar calderilla y algún trozo de pan al suelo para que ellas, necesitadas de todo, tuvieran que arrodillarse a recogerlo y perdieran lo poco que poseen: su dignidad. El rastrero incidente trascurrió en medio de carcajadas y cánticos y sin que ningún descerebrado del grupo de seguidores recriminara al resto su actitud. Mientras, en la Plaza, la gente atónita contemplaba la escena sin hacer nada, salvo un señor que se acercó a dar educadamente algo de dinero a las mendigas mientras censuraba su conducta al numeroso grupo. Poco después otra señora se encaró a ellos para afearles, asimismo, sus malos modos. Finalmente, apareció la policía nacional que invitó a las indigentes a marcharse de allí. De acuerdo que el grupo era relativamente numeroso, pero tal vez la policía debería haber solicitado refuerzos para identificar uno a uno a sus componentes y poderlos denunciar, en lugar de expulsar de allí a quiénes no habían hecho nada. Además, quienes tuvieron la valentía de enfrentarse a estos hinchas deberían, de alguna manera, recibir el reconocimiento de las autoridades.
El vergonzoso pacto a que ha llegado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados llegados a Grecia, que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección, hace que el discurso pronunciado en septiembre pasado por Jean-Claude Juncker resuene pomposo, grandilocuente, inflado, afectado, hipócrita, engañoso, falso, tramposo, insensible, vacío, hueco y feble. La ineptitud y dejación de funciones del presidente de la CE y su pusilánime política europea en este asunto, entre cuyas transcendentales obligaciones está el vinculante cumplimiento, desde 2009, de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE que, en su artículo 18 sobre el Derecho de Asilo reza: “Se garantiza el derecho de asilo dentro del respeto de las normas de la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados y de conformidad con el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea”, nos deja sumidos en el dolor, la indignación y el sonrojo. Mientras, esta deshonra perpetrada por su indecente gobierno europeo continuará azotando las vidas de miles y miles de refugiados, niños, jóvenes, adultos y ancianos que seguirán viviendo un innecesario y trágico calvario por los helados barrizales, ríos y costas de Europa que muchas veces acabará trocando su anhelo de paz y seguridad por la lóbrega tumba.
Señor Juncker, basta ya de ilegales devoluciones en caliente y asuma su responsabilidad para remediar, conforme a las leyes humanitarias que nos hemos dado, esta gravísima situación o todas esas víctimas inocentes, incluidas las pequeñas vidas truncadas, atormentarán su conciencia.
Dos certidumbres me hacen ser inflexible en este tema: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted, señor Jean-Claude Juncker, usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo que ellos en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
¿Dónde están las alabadas y tan cacareadas raíces cristianas de Europa? ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué principios nos sustentarán? ¿Quedará prohibido ser hospitalario en Europa? Me niego a acostumbrarme a este despropósito.
¡Qué monumental deshonra para esta vieja, acomodada e hipócrita Europa!
El pasado martes, en la Plaza Mayor de Madrid, un grupo de aficionados del PSV Eindhoven humilló cobardemente a unas mujeres que mendigaban limosna. Cuando se les aproximaron, estos jóvenes comenzaron a tirar calderilla y algún trozo de pan al suelo para que ellas, necesitadas de todo, tuvieran que arrodillarse a recogerlo y perdieran lo poco que poseen: su dignidad. El rastrero incidente trascurrió en medio de carcajadas y cánticos y sin que ningún descerebrado del grupo de seguidores recriminara al resto su actitud. Mientras, en la Plaza, la gente atónita contemplaba la escena sin hacer nada, salvo un señor que se acercó a dar educadamente algo de dinero a las mendigas mientras censuraba su conducta al numeroso grupo. Poco después otra señora se encaró a ellos para afearles, asimismo, sus malos modos. Finalmente, apareció la policía nacional que invitó a las indigentes a marcharse de allí. De acuerdo que el grupo era relativamente numeroso, pero tal vez la policía debería haber solicitado refuerzos para identificar uno a uno a sus componentes y poderlos denunciar, en lugar de expulsar de allí a quiénes no habían hecho nada. Además, quienes tuvieron la valentía de enfrentarse a estos hinchas deberían, de alguna manera, recibir el reconocimiento de las autoridades.
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Sé que lo digo una y otra vez; pero es que, ante la terrible dejación e ilegalidad institucional de lo que está ocurriendo en nuestro continente, me niego a acostumbrarme.El vergonzoso pacto a que ha llegado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados llegados a Grecia, que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección, hace que el discurso pronunciado en septiembre pasado por Jean-Claude Juncker resuene pomposo, grandilocuente, inflado, afectado, hipócrita, engañoso, falso, tramposo, insensible, vacío, hueco y feble. La ineptitud y dejación de funciones del presidente de la CE y su pusilánime política europea en este asunto, entre cuyas transcendentales obligaciones está el vinculante cumplimiento, desde 2009, de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE que, en su artículo 18 sobre el Derecho de Asilo reza: “Se garantiza el derecho de asilo dentro del respeto de las normas de la Convención de Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto de los Refugiados y de conformidad con el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea”, nos deja sumidos en el dolor, la indignación y el sonrojo. Mientras, esta deshonra perpetrada por su indecente gobierno europeo continuará azotando las vidas de miles y miles de refugiados, niños, jóvenes, adultos y ancianos que seguirán viviendo un innecesario y trágico calvario por los helados barrizales, ríos y costas de Europa que muchas veces acabará trocando su anhelo de paz y seguridad por la lóbrega tumba.
Señor Juncker, basta ya de ilegales devoluciones en caliente y asuma su responsabilidad para remediar, conforme a las leyes humanitarias que nos hemos dado, esta gravísima situación o todas esas víctimas inocentes, incluidas las pequeñas vidas truncadas, atormentarán su conciencia.
Dos certidumbres me hacen ser inflexible en este tema: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted, señor Jean-Claude Juncker, usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo que ellos en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
¿Dónde están las alabadas y tan cacareadas raíces cristianas de Europa? ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué principios nos sustentarán? ¿Quedará prohibido ser hospitalario en Europa? Me niego a acostumbrarme a este despropósito.
¡Qué monumental deshonra para esta vieja, acomodada e hipócrita Europa!
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