jueves, 22 de septiembre de 2016

Pactos y más pactos

Pero no de Gobierno, sino para fijar el precio de productos básicos; y en casi todas las industrias: vinícola, lechera, móvil, hormigón, mudanza, gasolinera, automóvil, eléctrica, pañales…
Claro, ¿para qué van a competir corriendo riesgos cuando pueden pactar precios que garanticen abultados beneficios amparados en una legislación absurda? Jamás irán a la cárcel y, si son descubiertos, las posibles sanciones a que deberán hacer frente, según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, pueden alcanzar hasta el 10% del volumen de negocio del ejercicio anterior, siempre que no se les exima porque soliciten clemencia. Es decir, pactar precios es perjudicial para el bolsillo del consumidor pero operación pingüe y de riesgo aceptable y limitado para la empresa defraudadora.
Señores supervisores de la libre competencia: ¿No deberían modificar la ley para que la conchabanza no salga a cuenta? ¿No se debería devolver todo lo defraudado más una importante sanción disuasoria para que no vuelvan a intentarlo? ¿No son cosas como estas las que van hastiando al ciudadano y, por tanto, minando el sistema que intentan proteger?

¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!

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El pasado 20 de junio se celebró el día mundial del refugiado. Europa, para conmemorarlo, contó con poco más que miles de muertes de inocentes acaecidas durante su intrincado éxodo porque, olvidando sus raíces solidarias, ha sido incapaz de dar respuesta a la grave tragedia humana protagonizada por personas que huyen, al igual que nosotros en el pasado, de horrores bélicos, políticos, económicos… Los movimientos migratorios que se han producido a lo largo de los tiempos, y que ahora presenciamos exponencialmente agravados en la aldea global, son imparables. No hay “efecto llamada” sino “efecto huida de la miseria y del horror de la guerra”. Y sean cuales sean las vergonzantes medidas disuasivas que implanten los gobiernos de cualquier rincón del mundo, no existe, ni existirá, fuerza capaz de detener la tremenda acometida de la desesperación humana: para el que todo está perdido, no hay más que perder.
¿Cómo debemos entender el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentan? ¿Nos prohibirán ser hospitalarios? Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha alcanzado las más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!

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