De nuevo el sinsentido del cambio de hora |
Último domingo de marzo. Después de una noche fresquita, el sol se acicala aprestándose a templar la península ibérica. Al despuntar sus primeros rayos y ver a tanta gente despierta a tan temprana hora, mira sobresaltado el despertador mientras con el rabillo del ojo atisba el meridiano de Greenwich. No puede reprimir su asombro. ¿Cómo es posible que, una vez más, España haya adelantado su reloj una hora, empecinándose en ir dos horas por delante de lo que debería ser el horario idóneo para el ritmo circadiano? Estas dos horas hacen que escuchemos idéntico número de campanadas en el mismo momento que países de Europa Central como Rumania, Hungría o Polonia, muchísimo más al este; es decir, en el instante que en Madrid amanece o se pone el sol, en Varsovia, con idéntico horario, hace dos horas que esto ocurrió.
Se mire como se mire, es absurdo. Examinando el planisferio sería más racional ajustar el reloj peninsular con el del Reino Unido, Portugal o el de nuestras bellísimas islas Canarias.
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