La nula vergüenza del PP no tiene nombre |
Y nunca mejor empleada la expresión. Durante las jornadas de la moción de censura presentada por Vox, Núñez Feijóo, además de ser tibio ordenando la abstención para no desmarcarse del desparrame ideológico de la ultraderecha –sabedor de que deberá arrimarse en autonomías y ayuntamientos–, se refugió en la Embajada de Suecia y al día siguiente se parapetó en una reunión de los Populares europeos para hablar mal de España. Y así, en lugar de aparecer por el hemiciclo y ejercer de líder de la oposición, evitó preguntas incómodas de los periodistas por su abstención.
Se escabulló, no para huir de los informadores, sino de sí mismo eludiendo abrir la boca sin haberse empollado el argumentario, ya que cada vez que improvisa sube el pan.
Finalmente la iniciativa de Vox, histriónica y anacrónica, tuvo algo bueno. Mostró, a quien aún no lo sepa, la existencia de dos modelos de España: el de la crispación y degradación de Abascal frente al del progreso y avance de la nación con la mayoría social.