El autobús serpenteaba por la carretera mientras descendía de la montaña. En su interior unos pasajeros conversaban en informal charla:
—¡Qué!, ¿vas a ver a la novia? —le dijo el vendedor de lotería al emigrante magrebí que tenía sentado delante de él.
—No, yo no “tenir” novia —le respondió éste con acento inconfundible—. Es “mu” difícil “par” mí “tenir” novia...
—¿Por qué? Yo te considero un ciudadano como otro cualquiera.
—No, yo no ciudadano como “espaniol cuarquiera”. Yo marroquí.
—¡Y qué más da! Para mí, ni marroquí ni nada. Como si eres del Congo Belga. Como los demás. Tú vives aquí en España y eres como cualquier otro. Y si te quieres echar novia, ¿por qué no? Mira a Sebastián—continuó señalando al viajero que se sentaba a su derecha—. Ahí lo tienes. ¿No se va a casar con una extranjera? Pues tú, lo mismo. Tú, que eres extranjero, te casas con una española.
—No, sino lo digo por eso. Para mí, una mujer “tenir” que ser algo “mu” bueno, “mu” lindo, “mu espesial”.
—Qué “jodio”. Y qué, ¿vas a Villalba? —continuó el lotero con evidentes ganas de conversar, todo lo contrario que su interlocutor.
—No, a Villalba no. Ahora trabajo en Los Molinos.
—¡En Los Molinos!... Allí unos paisanos tuyos me timaron veinte mil pesetas... A lo mejor, hasta tú los conoces.
—No, yo no “conosco” a nadie —dijo el marroquí un tanto inquieto.
—Anda que como les agarre, menuda paliza iba a darles. Los iba a moler. Pues no me estafaron veinte mil pesetas con unos billetes falsos…
—¿Qué pasó? —terció otro norteafricano en la conversación que había ido siguiendo con poco disimulo pero con evidente interés—. ¿No “vistes” que el dinero era malo?
—No, si no fue con dinero falso. Me estafaron con unos billetes de lotería trucados. Les pagué la terminación de dos cifras del gordo y cuando fui a cobrar, los metieron por la máquina y cantaron. ¡Ay, como los coja! Les voy a dar una paliza por engañarme de aquella manera.
—Tú si que “enganiar”, que “vendir” lotería que no toca —volvió a terciar el marroquí.
—Ése es otro cantar —se justificó el lotero, con evidente malestar y sorpresa—. Y, mírale cómo defiende a sus paisanos. Él, que parecía tan calladito cuando llegó aquí, cómo ha espabilado.
—¡Qué!, ¿vas a ver a la novia? —le dijo el vendedor de lotería al emigrante magrebí que tenía sentado delante de él.
—No, yo no “tenir” novia —le respondió éste con acento inconfundible—. Es “mu” difícil “par” mí “tenir” novia...
—¿Por qué? Yo te considero un ciudadano como otro cualquiera.
—No, yo no ciudadano como “espaniol cuarquiera”. Yo marroquí.
—¡Y qué más da! Para mí, ni marroquí ni nada. Como si eres del Congo Belga. Como los demás. Tú vives aquí en España y eres como cualquier otro. Y si te quieres echar novia, ¿por qué no? Mira a Sebastián—continuó señalando al viajero que se sentaba a su derecha—. Ahí lo tienes. ¿No se va a casar con una extranjera? Pues tú, lo mismo. Tú, que eres extranjero, te casas con una española.
—No, sino lo digo por eso. Para mí, una mujer “tenir” que ser algo “mu” bueno, “mu” lindo, “mu espesial”.
—Qué “jodio”. Y qué, ¿vas a Villalba? —continuó el lotero con evidentes ganas de conversar, todo lo contrario que su interlocutor.
—No, a Villalba no. Ahora trabajo en Los Molinos.
—¡En Los Molinos!... Allí unos paisanos tuyos me timaron veinte mil pesetas... A lo mejor, hasta tú los conoces.
—No, yo no “conosco” a nadie —dijo el marroquí un tanto inquieto.
—Anda que como les agarre, menuda paliza iba a darles. Los iba a moler. Pues no me estafaron veinte mil pesetas con unos billetes falsos…
—¿Qué pasó? —terció otro norteafricano en la conversación que había ido siguiendo con poco disimulo pero con evidente interés—. ¿No “vistes” que el dinero era malo?
—No, si no fue con dinero falso. Me estafaron con unos billetes de lotería trucados. Les pagué la terminación de dos cifras del gordo y cuando fui a cobrar, los metieron por la máquina y cantaron. ¡Ay, como los coja! Les voy a dar una paliza por engañarme de aquella manera.
—Tú si que “enganiar”, que “vendir” lotería que no toca —volvió a terciar el marroquí.
—Ése es otro cantar —se justificó el lotero, con evidente malestar y sorpresa—. Y, mírale cómo defiende a sus paisanos. Él, que parecía tan calladito cuando llegó aquí, cómo ha espabilado.
Billete de lotería |
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