Debemos mimar nuestro planeta |
So pretexto de estrenar año, recapacite en el estrés diario que nuestra especie somete al medio ambiente: el agua que bebemos y contaminamos, la energía consumida, los alimentos ingeridos, la ropa y calzado que usamos, los libros, revistas y prensa que precisan árboles, la polución de nuestros vehículos, los animales y plantas extinguidos, los recursos usados para el ocio, los desechos eliminados por nuestros cuerpos, los kilos de basura generada, el CO2 que los fumadores expulsan al aire y el agua y suelo que sus colillas contaminan… Y no hablemos ya de la sobreexplotación de recursos naturales. Ahora extrapole y piense qué sucedería si cada ser humano, de los 7.600 millones que somos, viviera en una sociedad tan consumista como la nuestra e hiciera lo mismo que usted o yo cada uno de los días de sus vidas. ¿Cuánto tiempo soportaría el planeta ese grado de depredación y maltrato masivos?
Afirmamos que estamos dispuestos a consumir responsablemente; pero la realidad es que no. Somos absolutamente incapaces de prescindir de nuestras pequeñas comodidades. Si a esto añadimos que los políticos no se atreven a enfrentarse a los lobbies industriales, financieros o económicos –y menos a las urnas ante el temor de un castigo si optasen por tratar de invertir esta tendencia suicida prohibiendo los combustibles fósiles y cuanto fuera menester para satisfacer de manera responsable nuestras necesidades, respetando el medio ambiente y a los seres que lo habitan– para cambiar el rumbo del destino y no comprometer la calidad de vida de las futuras generaciones, el panorama es muy oscuro. Podemos continuar cerrando los ojos y hacer de la Tierra un mundo enfermo, con el único objetivo de sostener esta alocada economía que sólo aporta el enriquecimiento de unos pocos y el apuntalamiento en el poder de las élites mientras nos abocamos al desastre; pero ¿cuál será nuestro legado a nuestros descendientes? ¿Qué dirán de nosotros el día de mañana, si es que hay un mañana para la humanidad? Porque no olvidemos que, aunque nosotros necesitemos a nuestro planeta para vivir, él no nos necesita para nada. Es más, sin nosotros, hallaría más pronto el camino para regenerarse, tal y como ocurrió tras las grandes extinciones de anteriores eras geológicas.
Me temo que no tenemos remedio.
Afirmamos que estamos dispuestos a consumir responsablemente; pero la realidad es que no. Somos absolutamente incapaces de prescindir de nuestras pequeñas comodidades. Si a esto añadimos que los políticos no se atreven a enfrentarse a los lobbies industriales, financieros o económicos –y menos a las urnas ante el temor de un castigo si optasen por tratar de invertir esta tendencia suicida prohibiendo los combustibles fósiles y cuanto fuera menester para satisfacer de manera responsable nuestras necesidades, respetando el medio ambiente y a los seres que lo habitan– para cambiar el rumbo del destino y no comprometer la calidad de vida de las futuras generaciones, el panorama es muy oscuro. Podemos continuar cerrando los ojos y hacer de la Tierra un mundo enfermo, con el único objetivo de sostener esta alocada economía que sólo aporta el enriquecimiento de unos pocos y el apuntalamiento en el poder de las élites mientras nos abocamos al desastre; pero ¿cuál será nuestro legado a nuestros descendientes? ¿Qué dirán de nosotros el día de mañana, si es que hay un mañana para la humanidad? Porque no olvidemos que, aunque nosotros necesitemos a nuestro planeta para vivir, él no nos necesita para nada. Es más, sin nosotros, hallaría más pronto el camino para regenerarse, tal y como ocurrió tras las grandes extinciones de anteriores eras geológicas.
Me temo que no tenemos remedio.