Ayuda al refugiado (ACNUR). Más necesarios que nunca. |
Las recientes excusas de nuestros gobernantes, los dirigentes del PP, en torno al problema de la inmigración llaman a la vergüenza y merecen que queden por escrito para que sus inmorales palabras no se las lleve el viento:
Ante la solicitud de la Comisión Europea para que nuestro país acogiera a 4.288 personas, el Gobierno del PP mantuvo que la cifra de acogidos estaría en torno a los 2.000, dado que la capacidad de auxilio española es limitada. Pocos días más tarde, ante Ángela Merkel, Rajoy se humilla, y reclama a la Comisión Europea que fije el reparto de refugiados teniendo en cuenta “la situación económica de cada país”, así como “el PIB y la tasa de paro”. Pero, ¿España no iba tan bien?
Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, en unas declaraciones criticando el plan de cuotas de inmigración propuesto por la UE dijo que “en lugar de taponar esas goteras lo que hacemos es distribuir el agua que cae entre distintas habitaciones. Ese es el programa de reubicación”, también añadió que “nosotros no tenemos objeciones de fondo con el programa de reasentamiento y somos muy críticos con el programa de reubicación, porque va a generar un efecto llamada”. Más de lo mismo, siguen sin enterarse que en este problema no existe el “efecto llamada”, si no el “efecto desesperación”.
José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores también criticó los planes de Bruselas: “Comprometerte a integrar inmigrantes a los que no puedes dar trabajo es un mal servicio. El esfuerzo que hace España en controlar la inmigración desde Marruecos, Mauritania y Senegal es inmenso y repercute en toda la UE. Estamos controlando mucho mejor que otros”. De nuevo el eufemismo “controlar” por no decir concertinas, muros, gases lacrimógenos, sufrimiento, pelotas de gomas y… muertes.
A todo esto, el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, propone ahora crear un registro de inmigrantes irregulares para que reciban asistencia sanitaria (la que ellos arrebataron), algo que las ONG ven “sospechoso y discriminatorio”, porque “nadie da sus datos y señas para que le vayan a buscar y le deporten”.
Ahora el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se conmueve ante algo que se veía venir y, cuando fotos de niños muertos en el éxodo aparecen en los telediarios, se horripila y entiende que las imágenes del cadáver del niño sirio sobre la playa turca son “dramáticas y espeluznantes”. ¡A buenas horas, mangas verdes!
Pero no veamos en esta conmoción momentánea una brizna de esperanza. La dejación del deber de auxilio continuará y todo seguirá igual mientras en Europa, y en casa, se discute sobre si son galgos o podencos. Entretanto, la gente continúa muriendo, la gente continúa sufriendo.
En el fondo, la solución del problema es bien sencillo: Sólo tiene que preguntarse, también los ministros y presidentes de gobierno, ¿qué haría usted en idénticas circunstancias? La respuesta es obvia: probablemente lo mismo. Son personas que necesitan ayuda y nos la piden y, por tanto, merecen ser ayudadas y, si no queremos que vengan aquí, tenemos que lograr que no tengan ganas de salir de allí. Pero mientras no logremos que no quieran venir, hay que abrir las puertas. A lo mejor, el día de mañana, somos nosotros quienes les solicitamos ayuda.
Ante la solicitud de la Comisión Europea para que nuestro país acogiera a 4.288 personas, el Gobierno del PP mantuvo que la cifra de acogidos estaría en torno a los 2.000, dado que la capacidad de auxilio española es limitada. Pocos días más tarde, ante Ángela Merkel, Rajoy se humilla, y reclama a la Comisión Europea que fije el reparto de refugiados teniendo en cuenta “la situación económica de cada país”, así como “el PIB y la tasa de paro”. Pero, ¿España no iba tan bien?
Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, en unas declaraciones criticando el plan de cuotas de inmigración propuesto por la UE dijo que “en lugar de taponar esas goteras lo que hacemos es distribuir el agua que cae entre distintas habitaciones. Ese es el programa de reubicación”, también añadió que “nosotros no tenemos objeciones de fondo con el programa de reasentamiento y somos muy críticos con el programa de reubicación, porque va a generar un efecto llamada”. Más de lo mismo, siguen sin enterarse que en este problema no existe el “efecto llamada”, si no el “efecto desesperación”.
José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores también criticó los planes de Bruselas: “Comprometerte a integrar inmigrantes a los que no puedes dar trabajo es un mal servicio. El esfuerzo que hace España en controlar la inmigración desde Marruecos, Mauritania y Senegal es inmenso y repercute en toda la UE. Estamos controlando mucho mejor que otros”. De nuevo el eufemismo “controlar” por no decir concertinas, muros, gases lacrimógenos, sufrimiento, pelotas de gomas y… muertes.
A todo esto, el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, propone ahora crear un registro de inmigrantes irregulares para que reciban asistencia sanitaria (la que ellos arrebataron), algo que las ONG ven “sospechoso y discriminatorio”, porque “nadie da sus datos y señas para que le vayan a buscar y le deporten”.
Ahora el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se conmueve ante algo que se veía venir y, cuando fotos de niños muertos en el éxodo aparecen en los telediarios, se horripila y entiende que las imágenes del cadáver del niño sirio sobre la playa turca son “dramáticas y espeluznantes”. ¡A buenas horas, mangas verdes!
Pero no veamos en esta conmoción momentánea una brizna de esperanza. La dejación del deber de auxilio continuará y todo seguirá igual mientras en Europa, y en casa, se discute sobre si son galgos o podencos. Entretanto, la gente continúa muriendo, la gente continúa sufriendo.
En el fondo, la solución del problema es bien sencillo: Sólo tiene que preguntarse, también los ministros y presidentes de gobierno, ¿qué haría usted en idénticas circunstancias? La respuesta es obvia: probablemente lo mismo. Son personas que necesitan ayuda y nos la piden y, por tanto, merecen ser ayudadas y, si no queremos que vengan aquí, tenemos que lograr que no tengan ganas de salir de allí. Pero mientras no logremos que no quieran venir, hay que abrir las puertas. A lo mejor, el día de mañana, somos nosotros quienes les solicitamos ayuda.