Al final no fue la guerra nuclear, fuimos nosotros |
En los años 60, inmerso el mundo en la Guerra Fría, mis amigos y yo avivábamos el fértil imaginario infantil con las películas americanas serie B que echaban en la tele la sobremesa de los sábados y en los cines de barrio en sesiones dobles. Fantaseábamos con un futuro poco halagüeño donde los mutantes de aquellos celuloides, poblarían el mundo.
Años más tarde, la paranoia nuclear seguía viva y al licenciarme del servicio militar en la Marina me entregaron una “Cartilla para la defensa y protección atómicas” que aún conservo. Nos explicaban los efectos de la desintegración del átomo y a sobrevivir al apocalipsis mediante rudimentarios refugios antiradiación, principios de descontaminación radiactiva y primeros auxilios. Estábamos concienciados; pero ni en las más aterradoras pesadillas llegamos a intuir que la codicia humana maltrataría la naturaleza hasta hacerla estallar en forma de un virus que, desdibujando la sonrisa del rostro, nos arrebataría besos, abrazos y caricias del alma.
Años más tarde, la paranoia nuclear seguía viva y al licenciarme del servicio militar en la Marina me entregaron una “Cartilla para la defensa y protección atómicas” que aún conservo. Nos explicaban los efectos de la desintegración del átomo y a sobrevivir al apocalipsis mediante rudimentarios refugios antiradiación, principios de descontaminación radiactiva y primeros auxilios. Estábamos concienciados; pero ni en las más aterradoras pesadillas llegamos a intuir que la codicia humana maltrataría la naturaleza hasta hacerla estallar en forma de un virus que, desdibujando la sonrisa del rostro, nos arrebataría besos, abrazos y caricias del alma.
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