Son los olvidados de la sociedad. Pocos reparan en ellos |
En la confluencia de la avenida Complutense con la calle de José Antonio Novais, en la madrileña Ciudad Universitaria, hay un semáforo. Desde hace años allí puede verse a un mendigo –un ser humano– limosnear a los conductores que se detienen en la luz roja. Fines de semana y festivos, haga frío o calor, cuando paseo con mis perros, allí está. Nos saludamos y a veces tratamos de intercambiar algunas palabras; pero, al ser un marginado de la sociedad y a pesar del tiempo que lleva en nuestro país, es tarea peliaguda.
Tristemente, mis perros murieron, pero en mis paseos continúo atravesando ese cruce. Desde hace tres semanas, y coincidiendo con la escalada de la pandemia, además de a mis fieles compañeros, también noto el vacío que ha dejado.
¿Alguien más, de los habituales que por allí transitamos, habrá reparado en su ausencia? Y si lo han hecho, ¿habrán sentido alivio al quitarse de encima una realidad incómoda?
Probablemente faltarán más. Son los invisibles, los olvidados de la sociedad.
Tristemente, mis perros murieron, pero en mis paseos continúo atravesando ese cruce. Desde hace tres semanas, y coincidiendo con la escalada de la pandemia, además de a mis fieles compañeros, también noto el vacío que ha dejado.
¿Alguien más, de los habituales que por allí transitamos, habrá reparado en su ausencia? Y si lo han hecho, ¿habrán sentido alivio al quitarse de encima una realidad incómoda?
Probablemente faltarán más. Son los invisibles, los olvidados de la sociedad.
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