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Cada día, según la ONU, del frágil patrimonio que alberga la pequeña esfera azul rebosante de vida que habitamos en medio del espacio, se extinguen 150 especies. Desde hace milenios, la humanidad ha hecho uso de este importantísimo legado para alimentarse, vestirse o elaborar medicamentos con que combatir enfermedades. Hoy dilapidamos esta irrepetible herencia natural a un ritmo frenético. Algo alarmante para el porvenir de nuestra especie. Aún así, imaginemos que el hombre con su tecnología sea capaz de sobrevivir cuando el ecocidio haya aniquilado la biodiversidad. En el camino se habrá apagado para siempre la rayada fiereza del tigre, la vigorosa mirada del gorila, la belleza plateada del atún, el delicado vuelo de la mariposa, la esbeltez cónica del pinsapo, el pausado andar del rinoceronte, el fascinante canto de las ballenas, el ambarino néctar de las abejas… y, entonces, aflorará la más turbadora de las dudas: ¿merece la pena vivir en un mundo monótono carente de biodiversidad? Probablemente, no; pero ya será demasiado tarde.
El próximo lunes, 22 de mayo, se celebra este día tan crucial para la preservación de la fauna y la flora.
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