Manifestación contra el maltrato animal en Madrid |
Uno de los “espectáculos” más crueles y lamentables que existen es la tauromaquia. Sorprendentemente la autoridad cobija el tormento y sacrificio de animales para diversión de algunos.
Imaginemos que las corridas de toros no existieran y que alguien solicitara permiso ante el Ministerio de Cultura con el siguiente guión: primero, y antes de soltar el toro al ruedo, se le clavará una divisa mediante un arpón para encabritarlo. Una vez en la plaza, un picador armado con una garrocha hundirá una puya en el cuello del animal con fiereza hasta que sangre a borbotones. Poco después vendrán banderilleros armados con palos delgados adornados con papel de colores y con un arpón en su extremo, para hincarlos en el cerviguillo del astado, hasta tres pares, que no comprenderá por qué lo están torturando con tanta saña. Como colofón, y cuando el toro esté derrengado, el torero le dará la estocada que con suerte será certera y, si no, habrá que rematarlo con el verduguillo, soportando otra carnicería de cuatro o cinco cuchilladas.
Con semejante “programa festivo”, ¿alguien supone que se otorgaría la preceptiva autorización gubernativa? Entonces, ¿por qué esta terquedad en ampararla? La tauromaquia es un vestigio obsoleto y despiadado de otra época. La sensibilidad de la ciudadanía ha evolucionado y ya no admite ensañamiento, si no respeto hacia el mundo animal. ¿Será capaz el Tribunal Constitucional avalarla? ¿Con qué argumentos? No sólo debería refrendar el paso valiente dado en Cataluña, es que tendría que recomendar su prohibición en todo el territorio nacional. Es imperdonable que se permita aún el maltrato intencionado e injustificado a seres vivos, fomentando la carencia de empatía, sólo por distracción y negocio de quienes se autoproclaman seres humanos.
Imaginemos que las corridas de toros no existieran y que alguien solicitara permiso ante el Ministerio de Cultura con el siguiente guión: primero, y antes de soltar el toro al ruedo, se le clavará una divisa mediante un arpón para encabritarlo. Una vez en la plaza, un picador armado con una garrocha hundirá una puya en el cuello del animal con fiereza hasta que sangre a borbotones. Poco después vendrán banderilleros armados con palos delgados adornados con papel de colores y con un arpón en su extremo, para hincarlos en el cerviguillo del astado, hasta tres pares, que no comprenderá por qué lo están torturando con tanta saña. Como colofón, y cuando el toro esté derrengado, el torero le dará la estocada que con suerte será certera y, si no, habrá que rematarlo con el verduguillo, soportando otra carnicería de cuatro o cinco cuchilladas.
Con semejante “programa festivo”, ¿alguien supone que se otorgaría la preceptiva autorización gubernativa? Entonces, ¿por qué esta terquedad en ampararla? La tauromaquia es un vestigio obsoleto y despiadado de otra época. La sensibilidad de la ciudadanía ha evolucionado y ya no admite ensañamiento, si no respeto hacia el mundo animal. ¿Será capaz el Tribunal Constitucional avalarla? ¿Con qué argumentos? No sólo debería refrendar el paso valiente dado en Cataluña, es que tendría que recomendar su prohibición en todo el territorio nacional. Es imperdonable que se permita aún el maltrato intencionado e injustificado a seres vivos, fomentando la carencia de empatía, sólo por distracción y negocio de quienes se autoproclaman seres humanos.
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