viernes, 10 de junio de 2016

La corrupción: una lacra que todo lo ensucia

La corrupción en las comunidades de vecinos: mal endémico
La corrupción en las comunidades de vecinos: mal endémico
Nada escapa a su maleficio. Como los tentáculos de un pulpo, lo abarca todo y las comunidades de vecinos, especialmente vulnerables, no son ajenas a este mal endémico que emerge en el rellano de nuestras casas tejiendo una red clientelar que hipoteca muchas vidas. Desde conserjes, que obligan a fontaneros y electricistas a pagar la correspondiente mordida para poder acceder al edificio, hasta los presidentes y administradores, que adjudican obras, en connivencia con constructores y arquitectos, a cambio de comisiones muy altas a los proveedores, es fiel y triste reflejo de una sociedad en la que muchos ciudadanos despreocupados votan al corrupto porque es “su corrupto”. En las comunidades ocurre lo mismo, y muchos corruptos acuden a las juntas amparados con demasiadas representaciones de copropietarios indolentes que hacen imposible una votación democrática que redunde en beneficio del interés de los propios vecinos. Y cuando al administrador se le exige rendir cuentas, lo hace de una forma tan farragosa que no hay quien se aclare, iniciándose un intercambio de acusaciones que no conduce a nada. Y, por este oscurantismo, las subvenciones para obras quedan sin gestionarse porque la documentación que la administración de la comunidad debería aportar les dejaría en evidencia.
Advirtió el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos que “el poder de infección de la corrupción es más letal que el de las pestes”. Por eso, o acabamos con la corrupción o la corrupción destruirá nuestro modo de vida.

¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!

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Por otro lado, después de muchos meses de muertes de inocentes, dejación y dudas, se ha consumado lo que muchos europeos contemporáneos jamás imaginamos poder llegar a ver: la incapacidad de dar respuesta a una grave crisis de refugiados que huyen, al igual que nosotros en el pasado, de los horrores bélicos, políticos, económicos…
El indecente pacto que ha acordado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados que llegan a Grecia, es una burla colosal que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección, que Europa tiene obligación de cumplir, como son la Convención de Ginebra y el Estatuto de los Refugiados, porque así lo manifiesta en su artículo 18 la Carta Europea. Todo lo demás es pura patraña. Los europeos decentes nos hallamos sumidos en la consternación, la indignación, el dolor  y el sonrojo.
Con esta firma Europa olvida sus raíces cristianas. ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentarán? ¿Estará prohibido ser hospitalario en Europa? A pesar de esta obscena traición a nuestros principios solidarios, nada frenará el flujo si el horror persiste. Seguirán intentándolo una y otra vez.
Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha logrado alcanzar la más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!

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