viernes, 26 de junio de 2015

Lo último del PP: privatizar las pensiones

El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, ha dicho recientemente que “el sistema público de las pensiones no va a garantizar en el futuro el nivel de pensión que esperan los españoles” y que éstas bajarán de forma inexorable e hizo un llamamiento a que los trabajadores contraten planes privados de pensiones, muy en la línea del PP de privatizar todo cuanto sea posible para que continúen ganando más dinero los que más tienen y, además, ¿acaso nos  asegura el señor Linde que su plan privado sí nos garantizará las pensiones el día de mañana o, tal vez, cuando vayamos a cobrarlas veamos que todo lo invertido se ha reducido a un triste 10 %, porque las aseguradoras han tenido que ser rescatadas? Pero la cosa continuó, no quedó ahí, que ya hubiera sido suficiente, sino que añadió otra lindeza más al decir que “muchos jubilados tienen su casa pagada por tanto cobran parte de su pensión en 'especie', ya tienen su casa propia sin pagar hipoteca” (sic) y aconsejó por ello que la gente joven se compre una vivienda.
Sede del Banco de España
Sede del Banco de España en Cibeles
¿En qué país vive, señor Linde? ¿De verás es usted Gobernador del Banco de España? Pues no se entera. Le diré, que en su país, que es el mío y según datos de la EPA, la crisis mundial y el PP han dejado que el 34% de los trabajadores españoles gane menos de 645 euros mensuales, que el sueldo más habitual de los que trabajan ascienda a 15.500 euros brutos al año y el 51,4% de los jóvenes menores de 25 años esté en el paro. Con estos demoledores datos, que usted debería conocer por el cargo que ocupa, no se puede pedir a la gente que formalice un plan de pensiones privado y que se hipoteque, tienen otras cosas muchísimo más importantes en las que pensar, como es hacer milagros para poder llegar a fin de mes o, simplemente, encontrar trabajo.
Tal vez usted, que cobró en 2014 el bonito sueldo bruto de 174.734 euros por no enterarse de en qué país vive, pueda hacerlo.
Vergüenza y un poco de empatía, por favor.

Muertos por la industria automovilística y la dejación de las autoridades

Según la Agencia Europea de Medio Ambiente en un reciente estudio se da cuenta de que anualmente al menos 27.000 ciudadanos españoles mueren prematuramente a causa de la elevada contaminación medioambiental. También, y según la Organización Mundial de la Salud, no menos de 44,7 millones de españoles respiramos aire contaminado durante el pasado año. El 95% de la población española respira aire con niveles superiores a las recomendaciones dadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), debido principalmente al tráfico en las zonas metropolitanas. En mi ciudad, Madrid, en demasiadas ocasiones las partículas en suspensión llegan a superar con creces (hasta 10 veces) los límites permitidos por las normativas de Salud Ambiental sin que se tomen medidas para invertir esta malsana situación y lograr que se mantengan dentro de los límites establecidos en la actual legislación. Ante estos demoledores resultados, se ve claramente que son necesarias actuaciones urgentes encaminadas a velar por la salud de los urbanitas y a cumplir la normativa referente a reducir la contaminación que origina el tráfico rodado procedente de la combustión de las gasolinas.
Contaminación sobre Madrid
Cielo contaminado sobre Madrid
Por otro lado, los muertos en accidentes de tráfico en España el año pasado ascendieron a la lamentable cifra de 1.131 víctimas. Las autoridades, que siempre están salvaguardando la contaminante industria automovilística con incentivos a la compra de coches, no paran de hacer costosas campañas publicitarias llamando a la conducción responsable y al uso del cinturón de seguridad para tratar de reducir el número de bajas en la carretera, lo que me parece correcto, pero que contrasta sorprendentemente con la inacción para prohibir el uso del vehículo privado en las ciudades, responsable por sus nocivos efectos de un número de fallecimientos 24 veces superior al que se cobra el asfalto. Parece que hacer algo en este sentido no sería rentable políticamente hablando. Pero, en mi caso particular, prefiero morir instantáneamente en un accidente de tráfico que padecer una lenta agonía, para mí y mis familiares, debido a un cáncer de pulmón.
Por ello, tocaré la única fibra sensible que les queda a nuestras autoridades haciéndoles ver que, según un reciente estudio de la OMS, los costes sanitarios que se derivan de estas enfermedades originadas por respirar altas concentraciones de contaminantes provinientes de los combustibles fósiles, representan entre el 2,8% y el 4,6% del PIB español, lo que puede suponer en torno a unos 46.000 millones de euros de nada, y eso sin tener en cuenta las más que posibles demandas millonarias interpuestas por los familiares de fallecidos por problemas respiratorios a que puedan hacer frente, debido a su negligencia en velar por un aire mínimamente respirable.
Está claro que los planes de mejora de calidad del aire en nuestro país son prácticamente inexistentes por falta de voluntad política y que en esta materia las leyes están hechas para no cumplirse y acallar conciencias. Pienso que muchos ciudadanos veríamos con buenos ojos que las ciudades volvieran a ser un lugar de encuentro para disfrutar y vivir, donde los peatones fueran, junto a las bicicletas y los vehículos limpios que usan energías alternativas, los auténticos dueños de las urbes, y no para sufrirlas por los humeantes coches que han invadido todas las parcelas que deberían ocupar las personas de a pie. Además, si se cumpliera la normativa respecto a la calidad del aire, con toda seguridad se rebajaría también la contaminación acústica (otro gravísimo problema ya que también se ha publicado en repetidas ocasiones que Madrid es una de las ciudades más ruidosas del mundo), que va absolutamente emparejada a la lacra ambiental que padecemos. Podríamos copiar a la ciudad alemana de Hamburgo, entre otras, que pretende convertirse en una ciudad verde y eliminar los coches de la ciudad en unos 15 años.

jueves, 25 de junio de 2015

Economía y Constitución

Y dale que te pego con la economía, justificando recortes injustificables.
Sólo recordarle dos cosas, señor Rajoy:
1ª.-La Constitución propone un modelo de sociedad, no de mercado.
Constitución reformada
Nuestra maltratada Constitución
2ª.-El deber de todo gobernante es mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
A pesar de ello, estando usted en la oposición, junto al anterior Presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, la acercó más a un modelo de mercado tras la reforma constitucional de 2011, con alevosía y "agostidad", en la que, por encima de los intereses de los ciudadanos (la sociedad) priorizaron el pago de la deuda pública (el mercado). Y, una vez en el Gobierno, se dedicó a recortar derechos sociales empeorando las condiciones de vida de su pueblo, según testifican un sinfín de organizaciones internacionales y nacionales de máximo rigor y credibilidad.
Presidentes de Gobierno así, no los quiero.

miércoles, 24 de junio de 2015

"Ch" de chasco y "Ll" de llanto y "Ñ" de rapiña

Dinero, dinero...
El poder corruptor del dinero
Abochórname, lléname de chasco y llámame al llanto cuando escudriño el atropello y pillaje en que se halla la España nuestra, llena de villanchones, chorizos y chafallones que se están llevando, a chorros, los chavos y billetes para llenar sus huchas. Resulta chocante acechar cómo la chusma que antaño vivía en chozas o chavolas, de la noche a la mañana y al amparo del poder, cambia el chamizo por lujoso chalet, y el bachiller que poseen por brillante carrera, sin haber tenido chamba en la lotería, ni haber hollado la Universidad. Resulta chabacano querernos hacer engullir que todo ello ha sido cosechado de manera intachable. Déjense de chanzainas, no se anden choteando, pues llamativo resulta que al poco de llegar al poder, comenzaran los chanchullos, el pillaje y los cohechos. Pero entre aquellos chismes que la chusma charloteaba, asomaban los chascarrillos sobre sus empozoñados chollos hechos chapuceramente. Pero ustedes chitón, ya que no había saltado la chispa que chamuscaría la mecha que, como cuchilla que abre la llaga, revelara sus fallos y chapuzas en la búsqueda de su provechosa rapiña.
Creo que han perdido la chaveta, que están chiflados, hechizados por la calderilla, tal vez chalados, cuando, por medio del  engaño, mascullan que no saben nada. ¿Sospechan que somos gilipollas? Todo con el fin de no terminar en el trullo y continuar aprovechándose del chollo.
Espero que acaben en chirona y reembolsen los billetes birlados.
Por cierto, la letra eñe estuvo a punto de fallecer sometida a los intereses de las multinacionales informáticas. Las que eran letras che y elle no gozaron de tanta chorra.

martes, 23 de junio de 2015

De pastores y rebaños.

(Publicado en el periódico Parroquial, Noviembre de 2002)
No cabe duda de que el papado, tal vez marcado por haber dado sus primeros pasos en los momentos culminantes del imperialismo romano e imitando el modo de actuar de sus emperadores, se ha ido convirtiendo en una institución de dominación (a pesar del aire fresco del Concilio Vaticano II) inmersa en una comunidad de fe que, bien al contrario, debería estar regida por el servicio (en lugar de por el dominio) siguiendo el ejemplo del Pedro bíblico y el modelo de Gregorio Magno, que hicieron de sus primados un genuino ejercicio de responsabilidad espiritual auténticamente pastoral que buscaba activamente el bienestar, la mediación y el arbitraje de toda la comunidad eclesial. En el transcurso de sus 2.000 años de historia, la Iglesia ha pasado de ser una institución despiadadamente perseguida a ser inquisidoramente perseguidora, reemplazando a menudo el servicio por el poder.
Iglesia
Nuestra congregación de fieles, la Iglesia, fundamenta su jerarquía en una estructura piramidal, y por ende son muchos los pastores que reproducen la forma de dirigir que tienen los que están en la punta del vértice y pretenden dominar, olvidándose de las enseñanzas y de lo que en su momento significó la Iglesia primitiva.
Cuando percibimos formas de actuación como éstas, en nada acordes a los tiempos que vivimos, ni nada que tenga que ver con lo que un buen creyente debe soportar, viene bien hacer una pausa y reflexionar (y llegado el caso denunciar, porque la denuncia responsable es un deber cristiano), y proclamar lo que muchos de los feligreses de a pie deseamos, aunque probablemente choque frontalmente con lo que algunos presbíteros allegados ansían: No anhelamos la insubordinación irresponsable sino un gobernar y superar en conjunto las tareas de un poder compartido con todas sus dificultades y todos los aciertos que ello pueda conllevar. No queremos la sumisión que a veces se nos pide de caminar con la cabeza gacha de aquel al que hacen sentirse pecador, pues todos lo somos, sino que nos ayuden a levantarnos y a tratar de no tropezar de nuevo. Y es que a veces, ciertos eclesiásticos adoctrinan a sus fieles de buena fe en un tradicionalismo decadente e inoperante, induciéndoles a sentirse pecadores para poder usarlos y así moldearlos, a guisa de peldaños con los que subir y poder alcanzar aquellos puestos de honor y de prestigio que les haga llegar lejos en una carrera calculada y distinguida.
Es por ello que no necesitamos ni queremos guías espirituales que se preocupan más por escalar esa pirámide de poder que por mirar y escuchar a quienes tienen al lado aplicando el amor y la compresión que emanan de las admirables y bellas páginas del Evangelio, guías que en demasiadas ocasiones se hacen acompañar por signos exteriores de grandeza en lugar de hacerse cercanos, pobres y sencillos, como es el rebaño al que asisten, guías que deberían dejar de lado la moral de libro, una moral de exigencias incomprensible y muy a menudo obsoleta.
Y es que, de una vez por todas, la Iglesia oficial debe dejar de creer que los fieles que tutelan tengan, o tengamos, que dejar de lado nuestra propia lógica, nuestro raciocinio, nuestra conciencia; para decirlo llanamente: Nuestra propia identidad.
No debería hacer falta recordarles que Dios nos hizo libres y por tanto nos desea libres, lo cual implica que no impone su voluntad en absoluto ni pretende que quede por encima de la nuestra. Él nos quiere pasando por la vida con nuestra propia, auténtica y singular personalidad, toda ella colmada de fe gozosa y pletórica de ánimo; no coartados, no entristecidos, no humillados, ni consiguientemente apartados por este motivo de algo tan realmente hermoso como lo que Su hijo inició: El Cristianismo.
Recordemos que cuando Jesús dijo “Conozco mis ovejas” (Jn. 10, 14) quiso expresar que nos conoce y acepta tal cual somos, que por encima de todo respeta la idiosincrasia particular de cada uno de nosotros, nuestra libertad y nuestra personalidad. En dos palabras: Nos quiere tal como somos, nos escucha y acoge.
Asimismo, cuando predicó “La verdad os hará libres” (Jn. 8, 32) proclamó de una vez por todas que no hay más autoridad que la autoridad de la Verdad y por consiguiente la Iglesia ha de hablar a la sociedad del siglo XXI de manera verdadera, auténtica, genuina, esto es de manera autorizada pero no autoritaria y seguir el mismo camino que tomó Jesús: Servir a los demás.
Opino que lo anterior es motivo más que suficiente para que los pastores busquen puntos de encuentro con sus rebaños de ovejas, las escuchen y por tanto dialoguen tratando de llegar a un acuerdo razonable, en vez de darse la vuelta cuando se sienten interpelados. En fin, se podría argumentar que un día malo lo tiene cualquiera, y así es, pero cuando lo que debiera ser extraordinario se convierte en habitual, en una actitud reiterada, se comprende que nos hallamos más bien ante un carácter (que no carisma) peculiar que entiende que sus ovejas son torpes e ignorantes y necesitan mano dura que les guíe. No es así; cada una de ellas tiene también una vida por contar y de la que se puede aprender y sacar mucho provecho para el bien de la Comunidad.
Lo digo una vez más, desde esta tribuna y con total certeza: Compartiendo las responsabilidades de gobierno (sobre todo escuchando y dialogando) podremos sacar adelante, de manera más sencilla y eficaz, el proyecto de Iglesia de futuro en el que todos creemos.

lunes, 22 de junio de 2015

Respeto hacia el mundo animal

Desde que los hombres somos hombres y hollamos este pequeño planeta al que llamamos la Tierra, encontramos en el ámbito natural que nos rodeaba por doquier una enorme fuente de placer estético y de fuerza espiritual, vislumbrando en ella el misterio mismo de la Creación. Con el paso del tiempo fuimos conociendo, interpretando y comprendiendo, y por tanto sirviéndonos de esa bella y desconocida naturaleza que nos rodeaba. Y, tal vez, el exponente más claro de este servicio que continuamente nos brinda la madre naturaleza, aunque más sincero que brindar sería decir que nosotros robamos a la naturaleza sometiéndola de manera utilitaria, sea el del mundo animal.
Mi perrita Lola
Mi perrita Lola
Los seres humanos desde el principio logramos, con mucho esfuerzo y tiempo, domesticar algunas especies animales para vestirnos y darnos calor con sus pieles, las usamos como inestimable ayuda para realizar penosos trabajos, nos divertirnos con ellas teniéndolas como mascotas que nos brindaban satisfacción, pero sobre todas ellas las usamos como alimento.
En la actualidad esta servidumbre no sólo continúa sino que le hemos añadido otras nuevas como puede ser la cruel experimentación e investigación con animales en laboratorios de la industria cosmética y farmacéutica, donde son usados, lamentablemente y en muchísimas ocasiones con total y absoluta falta de ética, para aumentar el conocimiento de la fisiología de nuestra especie y para desarrollar fármacos y procedimientos con los que combatir las enfermedades que la humanidad padece.
No creo que nadie sea capaz de negar que con todo ello el mundo animal ha contribuido y contribuye de manera notoria al bienestar de nuestra especie. ¿Pero cuál ha sido y es nuestro pago a estos favores y servicios que los animales nos han prestado? Generalmente la destrucción y el maltrato: Conforme la humanidad continúa creciendo y extendiéndose por todos los ambientes naturales del planeta, sin quedar ninguno fuera de su alcance, en lugar de cuidar y proteger este inapreciable legado, lo invade, arrasa y contamina, negligentemente, reduciendo los hábitats animales a zonas cada vez más minúsculas y, a menos que esta tendencia se invierta, gran parte de la vida salvaje se encontrará en breve al borde de la extinción. No en vano, la actitud tradicional de nuestra cultura occidental hacia los animales se ha caracterizado no sólo por un maltrato generalizado y usual, con frecuencia bárbaro (desde los circos romanos cuya lacra en el tiempo presente son los espectáculos taurinos, a la tan necesaria caza que ahora ha quedado como deporte en el que sólo impera el placer de matar por matar, pasando por un sinfín de comportamientos inhumanos, por todos nosotros conocidos, que causan un enorme sufrimiento animal), sino especialmente por la convicción de que el hombre está por encima de todo y es poseedor de «espíritu» o mente, en tanto que el animal es «simple materia», o de que el hombre ocupa, sin más según las escrituras sagradas, una posición privilegiada con relación al mundo animal. Éstas y otras posturas similares no son más que muestras destacadas, con alguna imperceptible excepción, del antropocentrismo cultural y ético, dominante a lo largo de los siglos en occidente, posturas diametralmente opuestas a expresiones de mayor comprensión hacia los animales, propias de las religiones y filosofías orientales, que, en un futuro no muy lejano, serán un prólogo universal de un trato que se caracterizará por el respeto y la no-violencia hacia el mundo de nuestros hermanos los animales, pues todos habitamos el mismo hogar.
De todos modos y a decir verdad, algo puede estar cambiando. Resulta evidente que, desde hace algunos años y debido a la evolución natural de la inteligencia humana, la cuestión ética se ha replanteado y algunas personas se formulan la cuestión de si los animales son o no son dignos de consideración y, por tanto, pueden o no pueden ser sujetos de derechos. Si bien es cierto que mucha gente piensa, probablemente de manera errónea, que los animales no tienen derechos, lo que no deja lugar a dudas es que el hombre sí tiene deberes respecto a los animales.
En esta línea ya hay quien discute sin llegar a un acuerdo si son o no seres racionales; pero en lo que no hay lugar para la discrepancia, y por tanto existe total armonía, es en que los animales sufren: el dolor es un proceso neurofisiológico real y objetivo, cuya finalidad, al igual que en nosotros las personas, no es otro que servir a la supervivencia del individuo y de la especie y, de ello se colige que los animales tienen intereses, lo mismo que nosotros los hombres, y esto los iguala, entre otras cosas, en su derecho a no padecer sufrimientos: hacerlos sufrir voluntariamente carece por tanto de cualquier justificación moral y, por consiguiente, los seres racionales tenemos el deber y compromiso ético de no hacer sufrir a los animales. Y en los tiempos actuales también debemos pensar que existen personas que no pueden soportar el sufrimiento animal. Por tanto, aunque sólo sea por consideración y respeto hacia ellas, deberían prohibirse ciertas prácticas dolorosas con los animales como pueden ser las corridas de toros o la caza como, mal llamado, deporte.
Por ello, y si queremos seguir creciendo, me refiero a evolucionar en humanidad, en grandeza interior, y ya que no nos queda otra que utilizarlos como alimento, deberemos tratarlos de manera digna desde su nacimiento hasta su muerte/asesinato (odio aquí el uso eufemístico de la palabra sacrificio) para servirnos en la mesa. Porque ¿qué tiene más vida: un elefante, una hormiga o tal vez el hombre? ¿Tal vez todos posean la misma y enriquecedora vida a la luz de la naturaleza? Desconozco la respuesta, aunque la intuyo, y eso me hace ser prudente. Ya lo dijo Gandhi: "En mi mente, la vida de un cordero no es menos preciada que la de un humano". O San Francisco de Asís :"Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos". O Milan Kundera cuando manifiesta: "La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda, radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales".
Y si de momento no somos capaces de mejorar el destino humano dejando de comer animales, como preconizaba el filósofo H. D. Thoreau, seamos al menos capaces de erradicar la destrucción de la naturaleza y el maltrato hacia los animales en esta sociedad de la opulencia de principios del siglo XXI, sea por sádico placer, por motivos económicos (granjas avícolas, mataderos, transportes de animales vivos, etc.), o por cualquier otra causa como la execrable diversión a costa del sufrimiento (corridas de toros, cacerías...), que también es negocio de sangre y dolor.
Quizás, aprendiendo a amar a los más débiles, en el caso que nos ocupa los animales, aprendamos a amarnos a nosotros. Y así, mientras caminamos por la senda del respeto entre los seres que habitamos este trocito de Universo, esperemos que llegue pronto ese día anunciado por Leonardo Da Vinci en que los hombres veamos el asesinato de los animales como el de nuestros semejantes.

Las personas no se rompen


14 de octubre de 2000

Ya son varias las ocasiones que en los titulares de la sección deportiva del periódico que usted dirige, aparece que tal o cual deportista “se ha roto”. Le aseguro, que la primera vez que leí un titular de noticia así escrito, hube de hacerlo repetidas veces, y, mientras lo releía una y otra vez, mi ansiedad aumentaba pensando que el marido de Marion Jones había tenido un grave accidente que le había segado la vida al quedar su cuerpo dividido en dos mitades. Decidí leer más sobre el trágico suceso a ver si aportaba más luz que el escueto pero impactante encabezamiento, y fue cuan­do comprendí, que el mencionado atleta, tan sólo causaba baja del equipo olímpico de su país por haber tenido una simple lesión.
De nuevo, el 13 de octubre, leo en su periódico: “Kluibert y Overmars se rompen con Holanda...” y pienso que cada día comprendo menos cómo unos profesionales, cuyo oficio es el empleo correcto del idioma, lo vulneran de semejante manera, sobre todo siendo el castellano una lengua tan exuberante y de una riqueza semántica inigualable, que permite tantas, tan variadas y correctas formas de dar la noticia.
Romperse no puede usarse para personas, para miembros del cuerpo o cosas sí, salvo que, el periodista considere a los jugadores como aquellos soldaditos de plomo que tenía cuando era pequeño y se le rompían. El Diccionario de la Real Acade­mia no contempla esta posibilidad en ninguna de las 22 acepciones que vienen sobre el verbo romper. Tal vez en una próxima revisión...