Como si estuviésemos en otoño, el suelo del parque de Galileo de Madrid, cubierto con un manto de hojas en pleno agosto |
Días atrás, en diversos puntos de nuestra geografía percibimos con asombro una caída de hojas masiva, un otoño adelantado en lo simbólico. En general, y aunque probablemente fuera una suma de factores, seguramente se nos mostrara un síntoma más del desolador cambio climático. Las olas de calor y la escasez de lluvias, generan una intensa sequedad ambiental que hacen que las hojas de los árboles requieran más evaporación; pero cuando la lluvia escasea, las raíces no puedan satisfacer esta demanda de agua y las hojas se preservan cerrando sus estomas para evitar pérdidas de humedad. Al cerrarlos, el árbol no puede absorber el CO2 que necesita para realizar la fotosíntesis y comienza a gastar sus reservas de carbono para no morir de hambre. Ante el dilema de morir de sed o de hambre, muchos árboles, para no perder tanta agua, se protegen desprendiéndose de parte de sus hojas y poder seguir nutriéndose.
En estos tiempos, son demasiadas las señales que la naturaleza nos envía. Escuchémosla.
En estos tiempos, son demasiadas las señales que la naturaleza nos envía. Escuchémosla.
Un árbol vestido con ropaje otoñal en pleno mes de agosto, en el pequeño parque madrileño de la calle Joaquín María López, entre Andrés Mellado y Gaztambide |