Las corridas de toros tienen que acabarse ¡ya! |
En pocos días comenzará en la Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid), la temporada taurina, uno de los espectáculos más crueles y lamentables que existen en el mundo y a los que la autoridad da cobijo: la tortura y sacrificio de un animal para diversión del gentío.
Imaginemos, por un momento, que las corridas de toros no existieran y que alguien solicitara permiso ante el Ministerio de Cultura con el siguiente guión: primero, y antes de salir el toro al ruedo, le hincaremos una divisa mediante un arpón que le producirá dolor, y así le encabritaremos. Una vez en la plaza, llegará el picador que, con una garrocha, le hundirá la puya en el cuello con saña. La función de esta puya es sajar y machacar los músculos para que la herida producida sea mucho más sangrante que la ocasionada con un simple puyazo, además de lesionar los músculos que le sujetan la cabeza, hasta que el toro comience a desangrase a borbotones. Más tarde vendrán los banderilleros armados con unos palos delgados, adornados con papel de colores y con un arpón en su extremo, para clavárselos, hasta seis veces, en el cerviguillo del toro, que no entenderá por qué lo están torturando con tanta rabia, aunque se hace para reanimarlo y excitarlo tras los puyazos del picador. Como colofón, y cuando el toro ya se encuentre derrengado, el torero le dará la estocada que con suerte será certera y le atravesará el corazón, aunque, en demasiadas ocasiones no lo será y los peones del matador harán girar al toro sobre sí mismo para que el estoque vaya destrozando los órganos internos, de tal forma que muera vomitando y ahogado en su propia sangre, y si no habrá que rematarlo con el verduguillo y, a menudo, padecerá otra tortura carnicera de hasta cuatro o cinco cuchilladas para seccionarle la médula espinal y paralizarlo aunque, también a menudo, no se conseguirá y dejaremos al toro simplemente paralizado aunque no muerto. Con semejante programa festivo, ¿alguien es capaz de pensar que se concedería la debida autorización gubernativa? Entonces, ¿por qué esta terquedad en ampararla? La tauromaquia es un vestigio obsoleto de otra época y la sensibilidad de la ciudadanía ha evolucionado: ya no admite ensañamiento, si no respeto hacia el mundo animal.
Es deplorable que, en estos tiempos, el mundo civilizado aún autorice el maltrato intencionado e injustificado a seres vivos con la crueldad que ello conlleva, y todo como distracción de quienes se autoproclaman seres humanos.
Imaginemos, por un momento, que las corridas de toros no existieran y que alguien solicitara permiso ante el Ministerio de Cultura con el siguiente guión: primero, y antes de salir el toro al ruedo, le hincaremos una divisa mediante un arpón que le producirá dolor, y así le encabritaremos. Una vez en la plaza, llegará el picador que, con una garrocha, le hundirá la puya en el cuello con saña. La función de esta puya es sajar y machacar los músculos para que la herida producida sea mucho más sangrante que la ocasionada con un simple puyazo, además de lesionar los músculos que le sujetan la cabeza, hasta que el toro comience a desangrase a borbotones. Más tarde vendrán los banderilleros armados con unos palos delgados, adornados con papel de colores y con un arpón en su extremo, para clavárselos, hasta seis veces, en el cerviguillo del toro, que no entenderá por qué lo están torturando con tanta rabia, aunque se hace para reanimarlo y excitarlo tras los puyazos del picador. Como colofón, y cuando el toro ya se encuentre derrengado, el torero le dará la estocada que con suerte será certera y le atravesará el corazón, aunque, en demasiadas ocasiones no lo será y los peones del matador harán girar al toro sobre sí mismo para que el estoque vaya destrozando los órganos internos, de tal forma que muera vomitando y ahogado en su propia sangre, y si no habrá que rematarlo con el verduguillo y, a menudo, padecerá otra tortura carnicera de hasta cuatro o cinco cuchilladas para seccionarle la médula espinal y paralizarlo aunque, también a menudo, no se conseguirá y dejaremos al toro simplemente paralizado aunque no muerto. Con semejante programa festivo, ¿alguien es capaz de pensar que se concedería la debida autorización gubernativa? Entonces, ¿por qué esta terquedad en ampararla? La tauromaquia es un vestigio obsoleto de otra época y la sensibilidad de la ciudadanía ha evolucionado: ya no admite ensañamiento, si no respeto hacia el mundo animal.
Es deplorable que, en estos tiempos, el mundo civilizado aún autorice el maltrato intencionado e injustificado a seres vivos con la crueldad que ello conlleva, y todo como distracción de quienes se autoproclaman seres humanos.
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
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En otro orden de cosas y después de muchos meses de muertes de inocentes, dejación y dudas, se ha consumado lo que muchos europeos contemporáneos jamás imaginamos poder llegar a ver: la incapacidad de dar respuesta a una grave crisis de refugiados que huyen, al igual que nosotros en el pasado, de los horrores bélicos, políticos, económicos…El indecente pacto que ha acordado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados que llegan a Grecia, es una burla colosal que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección, que Europa tiene obligación de cumplir, como son la Convención de Ginebra y el Estatuto de los Refugiados, porque así lo manifiesta en su artículo 18 la Carta Europea. Todo lo demás es pura patraña. Los europeos decentes nos hallamos sumidos en la consternación, la indignación, el dolor y el sonrojo.
Con esta firma Europa olvida sus raíces cristianas. ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentarán? ¿Estará prohibido ser hospitalario en Europa? A pesar de esta obscena traición a nuestros principios solidarios, nada frenará el flujo si el horror persiste. Seguirán intentándolo una y otra vez.
Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha logrado alcanzar la más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!