De nuevo la avidez capitalista y el egoísmo sitúan a la humanidad al borde del abimo |
A principios de los años setenta, dos científicos notaron de modo fortuito que los compuestos CFC se comían la protectora capa de ozono. Casi nadie los creyó y tuvieron que luchar contra el negacionismo y sus burlas; pero en 1985 el aumento de la radiación ultravioleta era tan evidente que el mundo entró en razón. Dos años más tarde se puso en marcha el estricto Protocolo de Montreal, con la mayoría de la humanidad ajena a la extrema gravedad de la coyuntura. De no haberlo hecho, probablemente la civilización actual no existiría, al menos como la conocemos. La descomunal radiación solar nos hubiera abrasado provocando ceguera y cáncer de piel, la temperatura global se habría disparado, la mayoría de plantas habría desaparecido y con ellas los herbívoros y carnívoros; poco después el ser humano se habría sumado a la fiesta de la muerte no sin vivir antes una violenta y caótica ley de la jungla.
Así, en los ochenta, con medidas drásticas e inmediatas, salvamos una situación crítica… pero no aprendimos. Ante el cambio climático no hemos actuado con la misma contundencia y las consecuencias están comenzando a ser terribles.
Si con urgencia no cambiamos el modelo económico/productivo, nuestros hijos y nietos, que ya lo van a pasar mal, se irán al garete.
Así, en los ochenta, con medidas drásticas e inmediatas, salvamos una situación crítica… pero no aprendimos. Ante el cambio climático no hemos actuado con la misma contundencia y las consecuencias están comenzando a ser terribles.
Si con urgencia no cambiamos el modelo económico/productivo, nuestros hijos y nietos, que ya lo van a pasar mal, se irán al garete.
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