La izquierda es internacional e integradora, no nacionalista. Sus principios son la justicia social y la unión entre pueblos.
El nacionalismo es un acto de fe colectivo que forja su irracionalidad territorial en líneas ficticias en un mapa y no en porosas fronteras de fructíferos intercambios étnicos y culturales. Para no debatir de lo importante, explota el victimismo –con agravios reales e inventados– y hace de su fantasía –pureza de lenguaje, etnia y cultura– una realidad que falsea la historia, deriva en exclusión y odio, y crea enemigos donde no hay.
Para refutarlo se necesitan Democracia y Verdad –con mayúsculas–, no agravios. La izquierda debe ser la solución; pero jamás con su indulgencia apoyar a quien antepone territorio y raza a igualdad y derechos. Esos principios que continúen siendo patrimonio de la derecha.
El nacionalismo es un acto de fe colectivo que forja su irracionalidad territorial en líneas ficticias en un mapa y no en porosas fronteras de fructíferos intercambios étnicos y culturales. Para no debatir de lo importante, explota el victimismo –con agravios reales e inventados– y hace de su fantasía –pureza de lenguaje, etnia y cultura– una realidad que falsea la historia, deriva en exclusión y odio, y crea enemigos donde no hay.
Para refutarlo se necesitan Democracia y Verdad –con mayúsculas–, no agravios. La izquierda debe ser la solución; pero jamás con su indulgencia apoyar a quien antepone territorio y raza a igualdad y derechos. Esos principios que continúen siendo patrimonio de la derecha.
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