Las tierras de España engalanadas de sangre y degradación |
En el estío, cuando la canícula se ancla a España y la campiña se transmuta en pajizo secarral donde las cigarras entonan sin pudor su ensordecedora llamada al apareamiento, la mayoría de poblaciones festejan a sus patronos y perpetúan, tristemente, la bárbara, ancestral y cruel costumbre –anacrónica desde hace lustros– de torturar e inmolar atrozmente a millares de animales, en especial novillos y toros, dejando nuestras abrasadas y resecas tierras conmocionadas al contemplarse engalanadas de ropajes color sangre.
Jamás fue ético ni justificable convertir en espectáculo festivo el sufrimiento animal. Pero menos en el siglo XXI. Si el Gobierno tuviera la valentía de prohibir el maltrato a todo ser vivo, consolidaría una sociedad más justa. Y, como ocurrió con otras leyes avanzadas –matrimonio homosexual, divorcio, ley antitabaco, memoria o carné por puntos–, en unos años no podremos creer que en el cercano pasado se permitía maltratar animales como pasatiempo de unos y negocio de otros.