Una colilla enteramente consumida en un alcorque de Madrid. Triple delito: agua, aire y suelo. |
Tirar la colilla sin apagar, inocente aunque incívico acto reflejo, acarrea graves consecuencias: mientras se consume bosquejando barrocas volutas de humo, nos consume la vida y aumenta el efecto invernadero al deteriorar la calidad del aire con gases que dificultan la oxigenación de la sangre y dañan nuestros órganos, en especial pulmón, corazón y cerebro; y eso sin tener en cuenta sus casi setenta sustancias químicas cancerígenas ni el alquitrán que bloquea los bronquios de quien lo respira. Si un nene tropieza, o nuestro perro paseando la aplasta, pueden sufrir quemaduras. Pero aunque se apague, cada colilla libera al contacto con el agua muchos tóxicos; por eso, cuando se usan el suelo o los alcorques como ceniceros, el veneno que contiene –mercurio, plomo, cianuro, cadmio…– contamina con la lluvia hasta 500 litros de este vital líquido.
Sabiendo que este residuo tóxico no es biodegradable y amenaza la biodiversidad, por favor, si fuma, al menos apague la colilla en un cenicero.