lunes, 22 de junio de 2015

Respeto hacia el mundo animal

Desde que los hombres somos hombres y hollamos este pequeño planeta al que llamamos la Tierra, encontramos en el ámbito natural que nos rodeaba por doquier una enorme fuente de placer estético y de fuerza espiritual, vislumbrando en ella el misterio mismo de la Creación. Con el paso del tiempo fuimos conociendo, interpretando y comprendiendo, y por tanto sirviéndonos de esa bella y desconocida naturaleza que nos rodeaba. Y, tal vez, el exponente más claro de este servicio que continuamente nos brinda la madre naturaleza, aunque más sincero que brindar sería decir que nosotros robamos a la naturaleza sometiéndola de manera utilitaria, sea el del mundo animal.
Mi perrita Lola
Mi perrita Lola
Los seres humanos desde el principio logramos, con mucho esfuerzo y tiempo, domesticar algunas especies animales para vestirnos y darnos calor con sus pieles, las usamos como inestimable ayuda para realizar penosos trabajos, nos divertirnos con ellas teniéndolas como mascotas que nos brindaban satisfacción, pero sobre todas ellas las usamos como alimento.
En la actualidad esta servidumbre no sólo continúa sino que le hemos añadido otras nuevas como puede ser la cruel experimentación e investigación con animales en laboratorios de la industria cosmética y farmacéutica, donde son usados, lamentablemente y en muchísimas ocasiones con total y absoluta falta de ética, para aumentar el conocimiento de la fisiología de nuestra especie y para desarrollar fármacos y procedimientos con los que combatir las enfermedades que la humanidad padece.
No creo que nadie sea capaz de negar que con todo ello el mundo animal ha contribuido y contribuye de manera notoria al bienestar de nuestra especie. ¿Pero cuál ha sido y es nuestro pago a estos favores y servicios que los animales nos han prestado? Generalmente la destrucción y el maltrato: Conforme la humanidad continúa creciendo y extendiéndose por todos los ambientes naturales del planeta, sin quedar ninguno fuera de su alcance, en lugar de cuidar y proteger este inapreciable legado, lo invade, arrasa y contamina, negligentemente, reduciendo los hábitats animales a zonas cada vez más minúsculas y, a menos que esta tendencia se invierta, gran parte de la vida salvaje se encontrará en breve al borde de la extinción. No en vano, la actitud tradicional de nuestra cultura occidental hacia los animales se ha caracterizado no sólo por un maltrato generalizado y usual, con frecuencia bárbaro (desde los circos romanos cuya lacra en el tiempo presente son los espectáculos taurinos, a la tan necesaria caza que ahora ha quedado como deporte en el que sólo impera el placer de matar por matar, pasando por un sinfín de comportamientos inhumanos, por todos nosotros conocidos, que causan un enorme sufrimiento animal), sino especialmente por la convicción de que el hombre está por encima de todo y es poseedor de «espíritu» o mente, en tanto que el animal es «simple materia», o de que el hombre ocupa, sin más según las escrituras sagradas, una posición privilegiada con relación al mundo animal. Éstas y otras posturas similares no son más que muestras destacadas, con alguna imperceptible excepción, del antropocentrismo cultural y ético, dominante a lo largo de los siglos en occidente, posturas diametralmente opuestas a expresiones de mayor comprensión hacia los animales, propias de las religiones y filosofías orientales, que, en un futuro no muy lejano, serán un prólogo universal de un trato que se caracterizará por el respeto y la no-violencia hacia el mundo de nuestros hermanos los animales, pues todos habitamos el mismo hogar.
De todos modos y a decir verdad, algo puede estar cambiando. Resulta evidente que, desde hace algunos años y debido a la evolución natural de la inteligencia humana, la cuestión ética se ha replanteado y algunas personas se formulan la cuestión de si los animales son o no son dignos de consideración y, por tanto, pueden o no pueden ser sujetos de derechos. Si bien es cierto que mucha gente piensa, probablemente de manera errónea, que los animales no tienen derechos, lo que no deja lugar a dudas es que el hombre sí tiene deberes respecto a los animales.
En esta línea ya hay quien discute sin llegar a un acuerdo si son o no seres racionales; pero en lo que no hay lugar para la discrepancia, y por tanto existe total armonía, es en que los animales sufren: el dolor es un proceso neurofisiológico real y objetivo, cuya finalidad, al igual que en nosotros las personas, no es otro que servir a la supervivencia del individuo y de la especie y, de ello se colige que los animales tienen intereses, lo mismo que nosotros los hombres, y esto los iguala, entre otras cosas, en su derecho a no padecer sufrimientos: hacerlos sufrir voluntariamente carece por tanto de cualquier justificación moral y, por consiguiente, los seres racionales tenemos el deber y compromiso ético de no hacer sufrir a los animales. Y en los tiempos actuales también debemos pensar que existen personas que no pueden soportar el sufrimiento animal. Por tanto, aunque sólo sea por consideración y respeto hacia ellas, deberían prohibirse ciertas prácticas dolorosas con los animales como pueden ser las corridas de toros o la caza como, mal llamado, deporte.
Por ello, y si queremos seguir creciendo, me refiero a evolucionar en humanidad, en grandeza interior, y ya que no nos queda otra que utilizarlos como alimento, deberemos tratarlos de manera digna desde su nacimiento hasta su muerte/asesinato (odio aquí el uso eufemístico de la palabra sacrificio) para servirnos en la mesa. Porque ¿qué tiene más vida: un elefante, una hormiga o tal vez el hombre? ¿Tal vez todos posean la misma y enriquecedora vida a la luz de la naturaleza? Desconozco la respuesta, aunque la intuyo, y eso me hace ser prudente. Ya lo dijo Gandhi: "En mi mente, la vida de un cordero no es menos preciada que la de un humano". O San Francisco de Asís :"Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos". O Milan Kundera cuando manifiesta: "La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda, radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales".
Y si de momento no somos capaces de mejorar el destino humano dejando de comer animales, como preconizaba el filósofo H. D. Thoreau, seamos al menos capaces de erradicar la destrucción de la naturaleza y el maltrato hacia los animales en esta sociedad de la opulencia de principios del siglo XXI, sea por sádico placer, por motivos económicos (granjas avícolas, mataderos, transportes de animales vivos, etc.), o por cualquier otra causa como la execrable diversión a costa del sufrimiento (corridas de toros, cacerías...), que también es negocio de sangre y dolor.
Quizás, aprendiendo a amar a los más débiles, en el caso que nos ocupa los animales, aprendamos a amarnos a nosotros. Y así, mientras caminamos por la senda del respeto entre los seres que habitamos este trocito de Universo, esperemos que llegue pronto ese día anunciado por Leonardo Da Vinci en que los hombres veamos el asesinato de los animales como el de nuestros semejantes.

Las personas no se rompen


14 de octubre de 2000

Ya son varias las ocasiones que en los titulares de la sección deportiva del periódico que usted dirige, aparece que tal o cual deportista “se ha roto”. Le aseguro, que la primera vez que leí un titular de noticia así escrito, hube de hacerlo repetidas veces, y, mientras lo releía una y otra vez, mi ansiedad aumentaba pensando que el marido de Marion Jones había tenido un grave accidente que le había segado la vida al quedar su cuerpo dividido en dos mitades. Decidí leer más sobre el trágico suceso a ver si aportaba más luz que el escueto pero impactante encabezamiento, y fue cuan­do comprendí, que el mencionado atleta, tan sólo causaba baja del equipo olímpico de su país por haber tenido una simple lesión.
De nuevo, el 13 de octubre, leo en su periódico: “Kluibert y Overmars se rompen con Holanda...” y pienso que cada día comprendo menos cómo unos profesionales, cuyo oficio es el empleo correcto del idioma, lo vulneran de semejante manera, sobre todo siendo el castellano una lengua tan exuberante y de una riqueza semántica inigualable, que permite tantas, tan variadas y correctas formas de dar la noticia.
Romperse no puede usarse para personas, para miembros del cuerpo o cosas sí, salvo que, el periodista considere a los jugadores como aquellos soldaditos de plomo que tenía cuando era pequeño y se le rompían. El Diccionario de la Real Acade­mia no contempla esta posibilidad en ninguna de las 22 acepciones que vienen sobre el verbo romper. Tal vez en una próxima revisión...

Voto por el voto blanco

Madrid, 23 de diciembre de 1996.

Manifiesto que cada vez que se aproximan nuevas elecciones, y ante la mediocridad de nuestros políticos, mi incapacidad para depositar en la urna un voto consecuentemente meditado es grande. ¡Con lo sencillo que podría resultar, en casos como estos, si estuviera instituido el voto en blanco con representación parlamentaria, por supuesto!
Me explicaré: votar es un derecho, nada de deber como nos lo quieren vender, síntoma inequívoco de madurez democrática. Como tal, debe hacerse de una forma responsable; pero, cuando se intenta ejercer esta opción de manera meditada, reposada y sensata, enjuiciando los pros y contras de todas las candidaturas que concurren, mirando cómo éstas han utilizado nuestro voto en el pasado, resulta una tarea titánica y a veces totalmente imposible. Sin embargo, si pudiéramos votar en blanco con la certeza de que este voto serviría para que una porción de escaño se quedara vacío al tiempo que sirviera de advertencia para que ciertos políticos cambiasen de actitud. Asimismo podría servir para que, dependiendo de la satisfacción del pueblo hacia sus gobernantes y por ello del número de escaños vacíos, la mayoría absoluta fuera más difícil de conseguir y, por tanto, se vieran obligados a, por lo menos, tres cosas, que redundarían en beneficio de la salud democrática:

1ª.- Asistir a las sesiones parlamentarias para sacar adelante leyes y enmiendas en lugar de faltar como tan a menudo parecen hacerlo.
2ª.- Si éstas hubieran de ser aprobadas con un número determinado de votos, deberían dialogar y discutir al encontrarse más alejados de la mayoría absoluta, en suma: consensuar, debatir y escuchar las razones del contrario que, a lo mejor, hasta tiene razón en lo que dice y no, a lo votar, sin pensar más, lo que dicta el partido. Algo que parece hoy en día totalmente olvidado.
3ª.- Revalidar, verdaderamente, su estancia en el Parlamento con sus modos de hacer y comportarse en política.

¡Sería maravilloso! ¿No creen?
Un último ruego: por favor, señores políticos, escuchen y acojan esta propuesta como lo que es: un camino para hacernos más libres y responsable, en suma a crecer en ser persona. No se desconecten tanto de la calle y su realidad. Sondeen un poco a la opinión pública y verán que bastante gente piensa de esta manera. ¿Acaso les produce intranquilidad? Si así fuera, que no lo creo, mediten el por qué.

domingo, 21 de junio de 2015

Crisis económica mundial

El dinero cumple la Ley de la Conservación de la Energía: ni se crea ni se destruye, tan sólo cambia de manos. Por eso las crisis económicas no son tales, sino estafas al pueblo donde el dinero no se desvanece, tan sólo muda de manos. Y ahí están los indicadores macroeconómicos delatándolo: caen las ventas de coches utilitarios pero se disparan escandalosamente las ventas de los de alta gama, bajan los salarios de los trabajadores pero se incrementan los de los directivos y consejeros, suben los impuestos indirectos pero no los directos, etc.
En resumen, las auténticas crisis afectan a todos por igual, las grandes estafas únicamente a los pobres.

Corrupción

Pantallazo
SMS del Presidente


Madrid, 4 de noviembre de 2014

Dijo María Dolores de Cospedal el pasado día 3 que, en materia de corrupción “el PP ha hecho todo lo que podía”, y no le falta razón. Si no, hay tienen los SMS del Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, a su amigo Luis Bárcenas: “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo”. Dicho mensaje se lo envíó tras haberse descubierto cuatro cuentas en Suiza con al menos 22 millones de euros (más adelante se hallaría otra cuenta con otros 25 millones).
Sin comentarios.

sábado, 20 de junio de 2015

Madrid 2016 se equivoca de fecha

5/06/2008

Cansado de oír tanto sobre Madrid 2016 me veo obligado a escribir la presente: Es de muchos sabido que el Comité Olímpico Internacional tiene una regla no escrita para no repetir continente en dos olimpiadas consecutivas. Tan es así que desde hace más de medio siglo, concretamente desde que fuera sede olímpica la ciudad de Helsinki en 1952, nunca se ha repetido continente en el siguiente evento, y ya serán 16. Por tanto, no sé a qué viene gastar tanto dinero y esfuerzo en lograr que Madrid sea sede en 2016 cuando, de entrada, partimos con un importantísimo “handicap” como es la repetición de continente, tras Londres 2012. Y si no al tiempo. Más valdría concentrar los esfuerzos y el dinero público en 2020 que ahí será mucho más probable la consecución del objetivo.

La Bolsa o... la vida.

Madrid, 13 de octubre de 2001.
(Publicado en el periódico Parroquial)

ADVERTENCIA: Casi todo lo que sigue, excepto algunas consideraciones, es copia fiel del documento de reflexión “La Caridad en la vida de la Iglesia” de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, aprobado por la LX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española en noviembre de 1993.
¿Qué imagen daríamos de Dios si los cristianos calláramos ante la injusta situación de tantos millones de seres humanos en el mundo? ¿No facilitaríamos así, como dijo el Concilio Vaticano II, el ateísmo de tantos hombres de buena voluntad, que no pueden comprender un Dios que permite que algunos derrochen mientras otros mueren de hambre? (Gaudium et spes, 19). Para evitar ese silencio de Dios, que sería culpable y blasfemo, la Iglesia debe hablar y debe obrar, bien sea luchando por la justicia cuando la pobreza sea ocasionada por la injusticia, bien actuando por caridad.
¿Y por qué debe actuar la Iglesia y no Dios? Sencillamente, porque Dios creó al hombre libre, por eso no puede intervenir en el mundo sin que salga perdiendo la dignidad humana, y puesto que Dios no quiere permanecer indiferente ni desea mantenerse en silencio ante la injusticia, es obligación de los cristianos actuar en Su nombre estando siempre interesados y preocupados por la injusticia que produce tanta pobreza y miseria entre los hombres, y mediante la acción y la denuncia (denuncia que tiene al fin y a la postre la doble finalidad de defender al inocente y transformar al culpable) hacer todo lo posible para que, por fin, reine la justicia en la Tierra.
Si existe algo que se opone nítidamente a la justicia y que por tanto hay que luchar para erradicar de este mundo es la pobreza, que no es otra cosa que la manifestación y el resultado de una insolidaria desigualdad en el reparto de las riquezas, donde nuestro sistema económico es culpable por tener grandes desequilibrios sociales. Por ello, moralmente, no se puede dar la espalda a la realidad de la pobreza ya que está en juego “la dignidad de la persona humana, cuya defensa y promoción nos ha sido confiada por el Creador y de la que, rigurosa y responsablemente, son deudores los hombres y mujeres de cada coyuntura histórica” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 47).
En la medida que actuemos todos de esta manera, practicando la justicia y el amor misericordioso, iremos haciendo que la sociedad sea más justa, fraternal y humana (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14). La Iglesia y los cristianos debemos mirar a los pobres con la mirada de Dios, que se nos ha manifestado en Jesús, y tenemos que tratar de hacer nuestros sus mismos sentimientos y actuaciones respecto de ellos, por medio del servicio a los pobres, que es una manera evidente de hacer presente a Jesús (“a mí me los hicisteis” Mt 25, 40 ss). Por tanto, en el grito de todos los pobres, los creyentes descubrimos y reconocemos la presencia del Señor doliente.
Con este espíritu se debe salir al encuentro con el necesitado. Pero este encuentro no puede ser para la Iglesia y el cristiano una mera anécdota intrascendente, ya que en su reacción y en su actitud se define su ser y también su futuro. En esa coyuntura quedamos todos, individuos e instituciones, implicados y comprometidos de un modo decisivo. La Iglesia sabe que ese encuentro con los pobres tiene para ella un valor de justificación o de condena, según nos hayamos comprometido o inhibido ante los pobres. Los pobres son sacramento de Cristo. No olvidemos que, según Juan Pablo II, “la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia” (Dives in misericordia, 13). Y, en ese profesar y proclamar la misericordia, se encuentra obviamente la solidaridad de compartir bienes económicos. Por tanto, el testimonio de la Iglesia ha de ser elocuente y significativo, como profecía en acción. Si en algún sitio se juega el ser y actuar de la Iglesia es precisamente en el mundo de la pobreza y del dolor, de la marginación y de la opresión, de la debilidad y del sufrimiento. La actuación, el mensaje y el ser de una Iglesia auténtica consisten en ser, aparecer y actuar como una Iglesia-misericordia; una Iglesia que siempre y en todo es, dice y ejercita el amor compasivo y misericordioso hacia el miserable y el perdido, para liberarle de su miseria y de su perdición. Por consiguiente, como Jesús, toda la comunidad cristiana debe estar al servicio del Reino, abandonando falsas seguridades. No es posible servir al Dios verdadero, que quiere la vida para todos, y vivir obsesionados con la seguridad de las riquezas. El que trata de “guardar la vida”, realizarse como persona, despreocupándose de los otros, oprimiéndoles, o siendo cómplice de la opresión, se deshumaniza (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 38). La misión de la Iglesia es ser la Iglesia de los pobres, en un doble sentido: en el de una Iglesia pobre, y una Iglesia para los pobres (Juan Pablo II, Dives in misericordia).
La Iglesia concibe la pobreza como una forma de vida modesta y sencilla, pero digna y honesta; que no busca acaparar riquezas para un mañana siempre incierto, sino que vive trabajando honestamente para vivir en el presente (Catecismo de la Iglesia Católica, nn 2544-2547). Para lograrlo, la pobreza evangélica debería ser la actitud ideal del cristiano ante los bienes materiales, viviendo con sencillez y sobriedad, compartiendo generosamente con los necesitados, no acumulando riquezas que acaparan el corazón, trabajando para el propio sustento y confiando en la providencia de Dios Padre. No está de más en este punto, recordar a San Ambrosio cuando decía: “Aquel que envió sin oro a los Apóstoles (Mt 10,9) fundó también la Iglesia sin oro. La Iglesia posee oro no para tenerlo guardado, sino para distribuirlo y socorrer a los necesitados. Pues ¿qué necesidad hay de reservar lo que, si se guarda, no es útil para nada? Acaso nos dirá el Señor: ¿Por qué habéis tolerado que tantos pobres murieran de hambre, cuando poseíais oro con el que procurar alimento?” (San Ambrosio, De officiis ministrorum II, XXVIII, 137 PL 16, 140). O recordar también que, cuando San Juan de Dios gritaba por las calles de Granada pidiendo para sus pobres, empleaba el siguiente eslogan: “Hermanos: haced bien a vosotros mismos”. Así que la pobreza evangélica ha de ser una vocación universal para todos los bautizados, pero sobre todo para los que asumen con un voto especial la pobreza de la vida consagrada.
Las palabras de Jesús son claras al insistir frecuentemente en su predicación sobre el grave peligro que para la salvación suponen las riquezas: más difícil que entrar un camello por el ojo de una aguja (Mt 19, 24). Por ello, no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt 6, 24). De este modo advirtió que los ricos tienen grave peligro de perderse, por orgullosos, injustos, y adoradores del dios-dinero. Jesús predica y vive conforme a su predicación. Como Hijo de Dios, Jesús vive abandonado y confiado en la providencia de su Padre, e impone la misma actitud a sus discípulos. No hay que vivir angustiados por el mañana, diciendo; “¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?”, “pues ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso (Mt 6, 31-32)”. La experiencia de todos los tiempos demuestra que las riquezas terminan por acaparar y esclavizar el corazón del hombre, convertido en un servidor dependiente del dios del dinero, al que sacrifica y se sacrifica constantemente. El Señor también supone que muchos obrarán a su favor sin saberlo expresamente: “¿Cuándo te vimos desnudo y te vestimos? Cuando lo hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis (Mt 25, 31-46)”. No olvidemos pues que nuestro destino eterno, estará condicionado por nuestra actitud afectiva y efectiva hacia los hombres más débiles y necesitados. Bien podríamos decir, por tanto, teniendo en cuenta la necesaria adaptación del mensaje cristiano a las condiciones sociales de cada tiempo y lugar, que la acción caritativa y social será la piedra de toque para los cristianos y la Iglesia de nuestro tiempo, para que el Señor pueda decirnos al fin de nuestra vida terrena y al final de los tiempos: Venid, benditos de mi Padre, porque estaba parado y me disteis trabajo; era inmigrante y me acogisteis; estaba hundido en la droga, el alcoholismo o el juego, y me tendisteis una mano para levantarme... Conmigo lo hicisteis (Mt 25, 31-46).
Por desgracia, la Iglesia con su actitud ha ayudado, a lo largo de los siglos, al desprestigio de la palabra caridad, alabando como muy caritativas a personas que daban como limosna unas migajas de lo mucho que, por otra parte, adquirían injustamente en sus empresas o negocios. Y puesto que cada domingo afirmamos que la actividad caritativo-social pertenece esencialmente a la constitución de la Iglesia, no logro comprender, por mucho que traten de explicármelo leyéndome una carta, en lugar de hacer la correspondiente homilía, cómo habiendo tanta penuria en el mundo (recordemos que ahora mismo una tremenda hambruna azota las tierras de Centroamérica donde cada día mueren un sinnúmero de niños) se pueda tratar de justificar, manifestando incluso que los inversores de Gescartera no son culpables sino víctimas (nadie discute eso), destinar el dinero a la especulación financiera en la Bolsa (se invierte lo que a uno le sobra) donde, también cabe recordar, cotizan muchas empresas que, precisamente en este primer mundo rico y lleno de desigualdades, no brillan por su ética (fabricantes de armamentos, multinacionales farmacéuticas que se niegan a ceder sus patentes al tercer mundo, empresas que despiden a sus trabajadores, no por no obtener beneficios, sino por querer más, etc.). El dinero que sobra (insisto que es el que se invierte), siempre será indispensable para el ejercicio de la caridad cristiana en forma de asistencia inmediata a los necesitados, con el fin de paliar o remediar una situación, que no admite espera, sino que necesita urgentemente del buen samaritano que se le acerque, le vende las heridas y le lleve a la posada. ¿Cómo podríamos concebir la vida de Jesús, viviendo en la abundancia mientras otros hombres estuvieran en la miseria? ¿No es una contradicción flagrante que nos llamemos Hijos de Dios si no nos sentimos hermanos de todos los hombres? ¿Y cómo podemos decir con verdad que somos hermanos de los hombres si nosotros acaparamos lo que nos es innecesario cuando a otros les falta hasta lo imprescindible para poder vivir?
Y si en la Iglesia falta la caridad, nuestras instituciones serán frías, sin alma, y nuestra acción caritativa y social carecerá de impulso, entusiasmo, entrega, constancia, paciencia, ternura y generosidad, tan necesarias siempre en este campo de la atención a la indigencia, la miseria y la marginación. Y puesto que según el Concilio Vaticano II “es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Lumen Gentium, 4), es mi deber, como parte integrante de la Iglesia que soy, tratar de interpretar estos tiempos sorprendentes que corren donde el hombre pobre y excluido, el dolor y la miseria humana, las vivas y lacerantes heridas abiertas por la pobreza y la marginación social en el corazón de la libertad y la dignidad de tantos seres humanos están llenos de interrogantes, hacer que mis pulmones anhelen estallar gritando alto y claro, para que lo escuche el alto clero, y dejen de una vez por todas de justificar lo injustificable: la Bolsa o... la Vida Eterna.