Desde que los hombres somos hombres y hollamos este pequeño planeta al que llamamos la Tierra, encontramos en el ámbito natural que nos rodeaba por doquier una enorme fuente de placer estético y de fuerza espiritual, vislumbrando en ella el misterio mismo de la Creación. Con el paso del tiempo fuimos conociendo, interpretando y comprendiendo, y por tanto sirviéndonos de esa bella y desconocida naturaleza que nos rodeaba. Y, tal vez, el exponente más claro de este servicio que continuamente nos brinda la madre naturaleza, aunque más sincero que brindar sería decir que nosotros robamos a la naturaleza sometiéndola de manera utilitaria, sea el del mundo animal.
Mi perrita Lola |
Los seres humanos desde el principio logramos, con mucho esfuerzo y tiempo, domesticar algunas especies animales para vestirnos y darnos calor con sus pieles, las usamos como inestimable ayuda para realizar penosos trabajos, nos divertirnos con ellas teniéndolas como mascotas que nos brindaban satisfacción, pero sobre todas ellas las usamos como alimento.
En la actualidad esta servidumbre no sólo continúa sino que le hemos añadido otras nuevas como puede ser la cruel experimentación e investigación con animales en laboratorios de la industria cosmética y farmacéutica, donde son usados, lamentablemente y en muchísimas ocasiones con total y absoluta falta de ética, para aumentar el conocimiento de la fisiología de nuestra especie y para desarrollar fármacos y procedimientos con los que combatir las enfermedades que la humanidad padece.
No creo que nadie sea capaz de negar que con todo ello el mundo animal ha contribuido y contribuye de manera notoria al bienestar de nuestra especie. ¿Pero cuál ha sido y es nuestro pago a estos favores y servicios que los animales nos han prestado? Generalmente la destrucción y el maltrato: Conforme la humanidad continúa creciendo y extendiéndose por todos los ambientes naturales del planeta, sin quedar ninguno fuera de su alcance, en lugar de cuidar y proteger este inapreciable legado, lo invade, arrasa y contamina, negligentemente, reduciendo los hábitats animales a zonas cada vez más minúsculas y, a menos que esta tendencia se invierta, gran parte de la vida salvaje se encontrará en breve al borde de la extinción. No en vano, la actitud tradicional de nuestra cultura occidental hacia los animales se ha caracterizado no sólo por un maltrato generalizado y usual, con frecuencia bárbaro (desde los circos romanos cuya lacra en el tiempo presente son los espectáculos taurinos, a la tan necesaria caza que ahora ha quedado como deporte en el que sólo impera el placer de matar por matar, pasando por un sinfín de comportamientos inhumanos, por todos nosotros conocidos, que causan un enorme sufrimiento animal), sino especialmente por la convicción de que el hombre está por encima de todo y es poseedor de «espíritu» o mente, en tanto que el animal es «simple materia», o de que el hombre ocupa, sin más según las escrituras sagradas, una posición privilegiada con relación al mundo animal. Éstas y otras posturas similares no son más que muestras destacadas, con alguna imperceptible excepción, del antropocentrismo cultural y ético, dominante a lo largo de los siglos en occidente, posturas diametralmente opuestas a expresiones de mayor comprensión hacia los animales, propias de las religiones y filosofías orientales, que, en un futuro no muy lejano, serán un prólogo universal de un trato que se caracterizará por el respeto y la no-violencia hacia el mundo de nuestros hermanos los animales, pues todos habitamos el mismo hogar.
De todos modos y a decir verdad, algo puede estar cambiando. Resulta evidente que, desde hace algunos años y debido a la evolución natural de la inteligencia humana, la cuestión ética se ha replanteado y algunas personas se formulan la cuestión de si los animales son o no son dignos de consideración y, por tanto, pueden o no pueden ser sujetos de derechos. Si bien es cierto que mucha gente piensa, probablemente de manera errónea, que los animales no tienen derechos, lo que no deja lugar a dudas es que el hombre sí tiene deberes respecto a los animales.
En esta línea ya hay quien discute sin llegar a un acuerdo si son o no seres racionales; pero en lo que no hay lugar para la discrepancia, y por tanto existe total armonía, es en que los animales sufren: el dolor es un proceso neurofisiológico real y objetivo, cuya finalidad, al igual que en nosotros las personas, no es otro que servir a la supervivencia del individuo y de la especie y, de ello se colige que los animales tienen intereses, lo mismo que nosotros los hombres, y esto los iguala, entre otras cosas, en su derecho a no padecer sufrimientos: hacerlos sufrir voluntariamente carece por tanto de cualquier justificación moral y, por consiguiente, los seres racionales tenemos el deber y compromiso ético de no hacer sufrir a los animales. Y en los tiempos actuales también debemos pensar que existen personas que no pueden soportar el sufrimiento animal. Por tanto, aunque sólo sea por consideración y respeto hacia ellas, deberían prohibirse ciertas prácticas dolorosas con los animales como pueden ser las corridas de toros o la caza como, mal llamado, deporte.
Por ello, y si queremos seguir creciendo, me refiero a evolucionar en humanidad, en grandeza interior, y ya que no nos queda otra que utilizarlos como alimento, deberemos tratarlos de manera digna desde su nacimiento hasta su muerte/asesinato (odio aquí el uso eufemístico de la palabra sacrificio) para servirnos en la mesa. Porque ¿qué tiene más vida: un elefante, una hormiga o tal vez el hombre? ¿Tal vez todos posean la misma y enriquecedora vida a la luz de la naturaleza? Desconozco la respuesta, aunque la intuyo, y eso me hace ser prudente. Ya lo dijo Gandhi: "En mi mente, la vida de un cordero no es menos preciada que la de un humano". O San Francisco de Asís :"Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos". O Milan Kundera cuando manifiesta: "La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda, radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales".
Y si de momento no somos capaces de mejorar el destino humano dejando de comer animales, como preconizaba el filósofo H. D. Thoreau, seamos al menos capaces de erradicar la destrucción de la naturaleza y el maltrato hacia los animales en esta sociedad de la opulencia de principios del siglo XXI, sea por sádico placer, por motivos económicos (granjas avícolas, mataderos, transportes de animales vivos, etc.), o por cualquier otra causa como la execrable diversión a costa del sufrimiento (corridas de toros, cacerías...), que también es negocio de sangre y dolor.
Quizás, aprendiendo a amar a los más débiles, en el caso que nos ocupa los animales, aprendamos a amarnos a nosotros. Y así, mientras caminamos por la senda del respeto entre los seres que habitamos este trocito de Universo, esperemos que llegue pronto ese día anunciado por Leonardo Da Vinci en que los hombres veamos el asesinato de los animales como el de nuestros semejantes.