sábado, 20 de junio de 2015

A propósito de los presos

Madrid, 29 de agosto de 2000.

Érase una vez un preso que cumplía condena muy cerca de su hogar. Sus familiares y amigos le visitaban a diario, y tras esas visitas se cuestio­naba si no estaría errado en sus planteamientos puesto que sus allegados, manteniendo casi idéntica ideología, gozaban de plena libertad en tanto él permanecía detrás de los barrotes.
Érase otro preso que penaba su castigo muy lejos de su casa. A éste, por contra, sus familiares y amigos le visitaban rara vez por lo gravoso del viaje. En las escasas ocasiones que el reencuentro tenía lugar, al llegar la hora de la partida maldecía a las autoridades que lo mantenían separado de los suyos, y esta situación, por incongruente, alimentaba la llama de su odio interior.
Moraleja: una de las medidas más integradoras que se puede ofrecer a la población reclusa es que la cárcel se encuentre próxima a sus seres queridos.

Etiquetado transgénico

Madrid, 30 de octubre de 1999.

Es sabido por todos que desde la revolución del neolítico la selección de plantas y animales por parte del hombre jamás se ha detenido, pero en la actualidad, este proceso de selección de especies más o menos natural ha llegado a un punto crucial. Ya no se trata de cruzar variedades de plantas y animales para lograr la suficiencia alimentaria de la población, ni para conseguir la especie más interesante desde el punto de vista crematístico sino que, ávidas de poder económico, las multi­nacionales desarrollan en el laboratorio nuevas variedades mediante la manipulación genética. En otras palabras: lo que antes nunca se hubiera logrado a través de un lento, pero casi libre de riesgo, proceso de selección natural, ahora es posible gra­cias a los descubrimientos de los ingenieros genéticos. Ponerlas en el mercado es tan sólo cuestión de días: Semillas que germinan la primera vez pero de descenden­cia estéril, cultivos resistentes a los pesticidas, plantaciones enteras modificadas genéticamente para envenenar a sus parásitos naturales...
A todo esto la UE se pliega a los intereses de las grandes industrias de países como EE UU, donde las cosechas transgénicas están mucho más extendidas que en Europa, aún a costa de exponer a su población a riesgos desconocidos... o conoci­dos (como pueden ser, a título de ejemplo, la resistencia a los antibióticos o contraer enfermedades como la diabetes).
La normativa de marras, con la que más parece que la UE quiere llamar gilipollas a sus ciudadanos, manifiesta que sólo se especificará si algún ingrediente está alterado en más del 1%. Se calcula que el ser humano tiene al menos 3.000 millones de pares de bases de ADN­ distribuidos entre los 23 cromosomas y es sabido que la variación media de los genomas de dos personas distintas es muy inferior al 1%. Incluso el organismo vivo más simple, una bacteria, cuenta con un genotipo de 2.000 genes. Imaginen cuántos más podrá tener cualquier vege­­­tal. ¿De qué vale, pues, el borrador de la Comisión si con sólo alterar un gen, lo que supon­dría un porcentaje despreciable cercano al cero, sería más que suficiente para lograr la mayor de las aberraciones destapando de nuevo la caja de Pandora?

Vaticano y Cristianismo

Madrid, 24 de febrero de 1999.

Confieso que, como el resto de los mortales, soy fruto de la casualidad a la hora de venir a este mundo. Nací en España, en este país eminentemente católico. Por tanto, me bautizaron en dicha fe y, como consecuencia directa, hoy soy cristia­no, católico, apostólico, romano y practicante; esto último al menos en lo referente a ir a misa; en el resto, es decir en el día a día, debo manifestar que, aunque lo intento, no es nada fácil puesto que, el cristianismo bien entendido, es una religión comprometida y, sobre todo, comprometedora. Lógicamente, ello afecta a mi idio­sincrasia; pero no reniego de mi religión ya que la figura de Jesús me apasiona, me arroba el espíritu. Bien, sigamos: como cualquier ser humano tengo derecho a opinar y, como miembro activo de la Iglesia, me considero capacitado para dar mi opinión sobre temas que a ella afectan, y recordando que el cristianismo debe tener carácter de denuncia profética, me considero con derecho denunciar, en este caso a criticar, de manera razonada y constructiva, la intercesión del Vaticano por Pinochet, aunque para ello haya alegado razones humanitarias ya que, cuando éste dio el golpe de estado, la Iglesia oficial (aclaro que por desgracia ésta no es la de la Comunión sino la de la jerarquía) no alzó su voz en defensa de los más elementales derechos huma­nos, al fin y a la postre razones humanitarias también.
El Papa, en su homilía del nuevo año dijo algo muy bello: el secreto de la auténtica paz pasa por el respeto de los Derechos Humanos. Pues bien, la citada declaración en su artículo VIII recoge el derecho que toda persona tiene a presentar recurso ante los tribunales cuando se violen sus derechos fundamentales. Por consi­guiente, si queremos continuar con el compromiso cristiano de luchar por un mundo mucho más justo y humanizado en lo social y político, debemos plantar la simiente que haga temblar a futuros tiranos. Esta semilla, ahora, está en nuestras manos y podemos sembrarla, desde una actitud coherente y responsable, haciendo que Pino­chet sea juzgado; o podemos malbaratar esta ocasión y ocultarla en el granero haciendo que, una vez más, todo quede en una esperanzada ilusión.
Jesús en su estancia en este mundo fue un hombre en continuo conflicto que tomó durante su vida la actitud de una resistencia esperanzada; fue lo que ahora llamaríamos un insumiso, un rebelde, un revolucionario. No creo, por tanto, que en esta oportunidad tomara partido por el poderoso y más, cuando éste ha sido un cruel dictador responsable de la muerte de cientos de personas inocentes. Es por esto por lo que la actitud del Vaticano me duele más si cabe; ahora y en otras ocasiones, como cuando entró a criticar la concesión al último Premio Nobel, José Saramago.
Lo peor sobre este tipo de pareceres es que algunos cristianos nos encontra­mos sin argumentos convincentes frente a quienes, sabiendo que profesamos nuestra fe, atacan a la Iglesia. Y no sólo eso. Me consta que, con actitudes de este porte, se abren fisuras en las almas más volubles que hacen tambalear sus creencias a la vez que surgen serías dudas sobre la autenticidad del mensaje de la Iglesia de los po­bres.
Sin ambages: el cristianismo tiene que hacer ver su fe y su compromiso con el débil.

La ONU ¿dechado para la humanidad?

Madrid, 18 de febrero de 1999

Existen ocasiones en las que uno se avergüenza de la humana condición: cuando el juez, atenazado por el miedo o movido por oscuros intereses, prevarica; cuando el policía, atraído por la tenue llamada de lo ajeno, resulta ser el delincuente; cuando el político, complacido por el olor del dinero fácil, se convierte en corrupto; cuando el militar, en un arrebato de patriotismo mal entendido, se torna en salvapa­trias oprimiendo al pueblo al que se debe; cuando el gobernante sintiéndose llamado a mayores glorias, y aupado por el anterior, se convierte en cruel dictador; cuando el banquero, tentado por la riqueza desmedida, comete usura; cuando el empresario, educado con mentalidad neoliberal, no administra personas sino simples números, y se hace un frío y calculador explotador; cuando el religioso, en lugar de predicar la buena nueva, se transforma en inquisidor fundamentalista; cuando el médico olvida su juramento hipocrático y no atiende al inmigrante por falta de papeles...
Pero esta vergüenza se transmuta en una mezcolanza de estupor, indignación y rabia difícilmente contenida por ser parte de la humanidad cuando vemos que, precisamente aquél que debiera sanar nuestras pustulosas heridas, se torna en origen y pesadilla viviente de nuestros males o, lo que es lo mismo, cuando a las violacio­nes de mujeres inválidas perpetradas hace ya dos años por cascos azules de la ONU durante el desempeño de sus “misiones humanitarias de pacificación” amparados precisamente en la incapacidad de éstas para huir de sus garras, se añaden hoy las denuncias a altos diplomáticos del citado organismo por explotación rayana en la esclavitud a sus empleados del hogar y a los trabajadores en sus misiones diplomáti­cas (sueldos míseros en condiciones deplorables).
He meditado mucho sobre este asunto. Pero tras recordar las increíbles decla­raciones de hace dos años en el sentido de que la ONU no tiene capacidad para hacer casi nada (ni siquiera nos pueden desvelar el país de procedencia de tan ho­nesto ejército violador de mujeres desvalidas) y de que, en los casos actuales de esclavitud y abusos sexuales a sus asalariados, los altos imputados se niegan a cumplir las condenas e indemnizaciones dictadas, sólo se me ha ocurrido una res­puesta coherente a todo este tenebroso asunto: por favor, díganme dónde me tengo que apuntar para presentar mi baja testimonial del género humano, en tanto que los culpables de estas atrocidades no sean sometidos a un juicio público y castigados como corresponde de manera efectiva, tal y como sucedió en Nuremberg con los responsables de crímenes contra la humanidad cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.

De vicios y virtudes: La egolatría de Arzallus

Madrid, 21 de enero de 1999.

Debe ser cierto aquello que comentan filósofos y psicólogos sobre la admiración que profesa en nosotros el reconocimiento en otro de virtudes que no poseemos. De este modo, y aunque sólo sea por no tenerlas cogidas el truco y ser conscientes de que nos rebasan, nada nos asombra tanto como ver a alguien actuando del modo que nos gustaría hacerlo pero a sabiendas de que somos incapaces.
Sostienen dichos expertos que por idéntica razón, a nada despreciamos tanto como a nuestros propios vicios mostrados en la forma de ser de los demás. De ahí puede ser que Arzalluz, viendo reconocido su defecto en el otro, llame ególatra a Tarradellas.

Pinochet: el rostro de la vergüenza

Madrid, 18 de diciembre de 1998.

Parafraseando a Luther King: “He tenido un sueño...”, soñé que flotaba en una nube y desde allí podía observar cómo nuestro mundo se concienciaba para hacer que la justicia se impartiese sin importar a qué condición perteneciera aquél que la había violado. Un mundo en el que lo verdaderamente importante en política mundial era cumplir objetivamente con los compromisos firmados sobre respeto a los Derechos Humanos. Un mundo en el que todos los políticos y jueces debían estar efectivamente comprometidos en la defensa de la citada Declaración Universal que, por si fuera poco y con gran cinismo de su parte, sus países habían firmado hacía cincuenta años. Un mundo en el que el hombre fuese hermano para el hom­bre...
Pero de repente, en mitad de este bello sueño, los señores del mundo supues­tamente encargados de velar por el cumplimiento de tan elemental principio, de un pase de varita mágica transmutaron la impunidad en inmunidad logrando deshacer lo hecho y desbaratando, de este modo, los escasos cimientos que una esperanzada humanidad se esforzaba en construir. Con el fabuloso toque mágico de varita, también mi nube se deshizo en la nada precipitándome contra las duras piedras de un gran muro de la vergüenza con forma de rostro humano. Me desperté súbitamen­te en medio de sudores, con gran desasosiego en mi alma, jadeando porque me faltaba el oxígeno del aire limpio y fresco que había ventilado mis pulmones durante el sueño. Y allí, tendido sobre mi lecho en mitad de la oscura noche recordé, no sin amargura, que justicia es “dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece...”.
Una vez caído del guindo, de manera tan desoladora e impactante por cierto, me di cuenta de que los hombres no estamos capacitados para impartir justicia. Con gran pesar de mi ánimo deduje que la justicia no es de este mundo. Del otro, tal vez. Pero habrá que esperar a llegar a él o gritar antes a nuestros gobernantes, aunando todas las voces en un clamor inconformista: ¡Que paren el mundo que nos queremos bajar!

Pinochet: que se haga justicia

Madrid,  de octubre de 1998.

Señores miembros del Gobierno de España:

Si ustedes tramitan la solicitud de extradición de Pinochet, supuesto responsa­ble de desapariciones, torturas y muertes de algunos españoles (de cara a hacer justicia carece de importancia de qué nacionalidad sean), tendrán una oportunidad inigualable de demostrar al mundo que Vds. están del lado de la Justicia, y que desean cumplir con aquello que está claramente expresado en la Declaración Uni­versal de los Derechos del Hombre, de la que, por otro lado, nuestro país es signata­rio y de la que el próximo 10 de diciembre se cumplen 50 años. La citada Declara­ción proclama, "a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión" el que “todas las naciones deben asegurar su reconocimiento y aplicación universales con medidas progresivas de carácter nacional e internacional”; el que todos "los estados miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo de los derechos y libertades fundamentales del hombre"; el que "no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacio­nal del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía"; el que "todo indivi­duo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona"; que "nadie será sometido a torturas"; el que "nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado"; el que "nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida priva­da, su familia, su domicilio o su correspondencia"; el que "en caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país" teniendo en cuenta, eso sí, que "este derecho no podrá ser invocado contra una acción judicial, realmente originada por delitos comunes o por actos opuestos a los propósitos y principios de las Naciones Unidas"; el que "todo individuo tiene dere­cho a la libertad de opinión y de expresión" y a "no ser molestado a causa de sus opiniones", y que nada de la citada "Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho al Estado, a un grupo o a una persona para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendentes a la supresión de cualesquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración".
Señores del Gobierno, más claro imposible. Ahora que el Reino Unido ha movido ficha, un clamor que se eleva desde todos los rincones del planeta, les exige un gesto claro de modo que no dejen pasar el tiempo sin más. En sus manos está el dar un paso de gigante para que sirva de escarmiento a los dictadores del presente (aunque estén retirados) y de freno a futuros tiranos, para que nadie se crea ya con derecho a la impunidad absoluta. Dar ese paso seria una excelente forma de cumplir con la Justicia y de celebrar el quincuagenario de uno de los más bellos manifiestos que jamás haya alumbrado la mente humana: la Declaración de los Derechos del Hombre. De todos modos, no olviden que, al fin y al cabo, Pinochet dispondrá de todo aquello que sus detenidos carecieron: un juicio justo e imparcial con todas las garantías democráticas que le permitan demostrar al mundo la inocencia que tanto pregona. Que se haga justicia.