Viví la dictadura y sé lo criminalmente totalitaria que es. Por eso comprendo y valoro perfectamente el significado de la palabra “libertad” y conozco su carencia. De joven tuve que correr, como muchos, delante de los “grises” –policía armada franquista conocida por su brutalidad al reprimir, detener y dar palizas– para conquistarla. También hice pintadas reivindicándola. Ambas cosas podían entrañar la muerte a manos de los cuerpos represivos del Estado o de los numerosos grupos paramilitares. Así asesinaron a Carlos González, Mari Cruz Nájera, Arturo Ruíz, Javier Verdejo… nombres cincelados en el recuerdo que, junto a tantos otros, se quedaron en el camino. Y, aunque no debería asombrarnos, pues desde 1940 estamos avisados por Thomas Mann –«Cuando el fascismo regrese, lo hará en nombre de la libertad»–, sí que zahiere la banalidad con que la derecha –la ultra (PP) y la extrema (Vox)– la ponen en su boca y acusan a este Gobierno de dictadura.
Tener libertad nunca ha sido fácil y, en muchos momentos de la historia, imposible. Y más que nunca, en estos tiempos convulsos de bulos colosales, derechas cavernarias extremas y regreso del aterrador fascismo, hay que conquistarla cada día.
Estos neofascistas persiguen, como bien explicaba el historiador Tony Judt, que las palabras pierdan su integridad, para perder así las ideas que expresan.
¡Basta ya de decir sandeces!
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