Mientras no nos desembaracemos del armamento nuclear, el mundo estará al borde del abismo |
Habrá que repetirlo una y otra vez:
Hace 78 años, dos refulgentes pájaros de aluminio pulido (Enola Gay y Bock’s car) dejaron caer sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki sus apocalípticos huevos plateados, custodios del arcano de la fisión del átomo, desatando el mayor armagedón hasta entonces conocido. En cuestión de segundos, un espeluznante, cegador y devastador hongo nuclear anaranjado se dibujó contra el azul límpido del cielo y evaporó en la zona cero, a temperaturas solo alcanzadas en el interior del sol, la vida de centenares de personas cuyos negativos quedaron litografiados para la eternidad en los níveos muros de ambas ciudades que se mantuvieron en pie. Decenas de miles más murieron abrasadas y, con el devenir del tiempo, otras lo harían en lenta agonía. Niños, que ni siquiera eran imaginados en la mente de sus progenitores cuando se arrojaron las bombas, padecerían insufribles enfermedades y horrendas malformaciones durante su existencia, fruto de la radioactividad acumulada de sus padres.
No hemos aprendido nada. Hoy nuestro mundo se balancea al borde del abismo y continúa siendo un inestable arsenal atómico ante la amenaza de una alocada hecatombe nuclear.
¡Malditos bastardos!