El fantasma de la inflación recorre el mundo |
Gracias a que el poder alimenta la entelequia de que la inflación es conveniente, su amenazador fantasma deambula por el mundo. Por reducir el nivel de vida y menguar la capacidad de consumo de los más desfavorecidos muchos economistas la llaman «el impuesto de los pobres». Pero quienes la defienden alegan que si existe demanda, los precios deben subir. ¿Por qué?, ¿para acaparar más riqueza? Ya la tendrán al vender más; no necesitan subir precios porque entrarán en un círculo vicioso en el que los sindicatos exigirán subidas salariales para no perder poder adquisitivo, mientras los empresarios acusarán a estos porque la subida de salarios les obliga a subir los precios.
Este sinsentido beneficia al Gobierno de turno que, sin subir impuestos, recauda más. Y como apresuradamente se esfuma el valor del dinero, se despilfarra generando un consumismo innecesario que aumenta la producción de bienes. En este enredo muchas empresas aprovechan para subir precios, contribuyendo a disparar la inflación y a mermar el poder adquisitivo de los ciudadanos. De este modo sibilino, el dinero pasa de las manos de los ahorradores, a las arcas del Estado y Bancos Centrales.
Cuando una compañía retribuye honestamente a sus trabajadores, reinvierte en mejoras y tiene beneficios justos, no necesita incrementar precios. Y si algún empleado encuentra una mejora en productividad, parte de esos beneficios podrán ir a costes de personal sin necesidad de alzar los precios. Además, si no hubiera inflación, se acabaría el problema de subir las pensiones. Por eso, para evitar retrocesos en el nivel de vida, cada vez son más los economistas que sostienen que la inflación perjudica mucho más de lo que beneficia. Lo advirtió el economista británico John Maynard Keynes: «Mediante un proceso continuo de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta e inadvertidamente, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos».
Este sinsentido beneficia al Gobierno de turno que, sin subir impuestos, recauda más. Y como apresuradamente se esfuma el valor del dinero, se despilfarra generando un consumismo innecesario que aumenta la producción de bienes. En este enredo muchas empresas aprovechan para subir precios, contribuyendo a disparar la inflación y a mermar el poder adquisitivo de los ciudadanos. De este modo sibilino, el dinero pasa de las manos de los ahorradores, a las arcas del Estado y Bancos Centrales.
Cuando una compañía retribuye honestamente a sus trabajadores, reinvierte en mejoras y tiene beneficios justos, no necesita incrementar precios. Y si algún empleado encuentra una mejora en productividad, parte de esos beneficios podrán ir a costes de personal sin necesidad de alzar los precios. Además, si no hubiera inflación, se acabaría el problema de subir las pensiones. Por eso, para evitar retrocesos en el nivel de vida, cada vez son más los economistas que sostienen que la inflación perjudica mucho más de lo que beneficia. Lo advirtió el economista británico John Maynard Keynes: «Mediante un proceso continuo de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta e inadvertidamente, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos».