Gandhi encabezando la Marcha de la Sal |
Estoy molesto por el uso despectivo que se da al término “radical”, intentando equipararlo al de intolerante. Según la primera acepción que recoge la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, radical es “perteneciente o relativo a la raíz de algo” y nuestros orígenes están en las raíces, ellas nos dan la vida y nos sustentan en momentos difíciles, por eso, en estos tiempos en que se prostituye hasta el lenguaje retorciendo el significado de las cosas, no está mal regresar a los inicios y ver lo que fuimos, mirar nuestras raíces. En su segunda significación dice de aquello “fundamental o esencial”, es decir lo que no sólo es importante sino que, además, es necesario. En su tercera acepción manifiesta de aquel “partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático”. Y es al hilo de esta definición, en el momento que en la sociedad capitalista existen situaciones objetivas que perjudican claramente a la parte más débil de la población, cuando uno no puede andarse por las ramas, ni mantener posiciones “tibias” o equidistantes ni, como muchas veces ha ocurrido en nuestra reciente democracia, hacer ver que se van a cambiar las cosas para que no se cambie nada a mejor o, como decía con gran cinismo un personaje del escritor italiano Giuseppe di Lampedusa “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Precisamente por esto hay que ser radical y actuar yendo a la raíz del problema, a su origen, a su esencia, buscando el fondo del asunto, de manera rápida pero con inteligencia, con firmeza y defendiendo con pasión lo que para uno es importante y justo, proponiendo, comunicando e implantando un cambio profundo en las estructuras del Estado con soluciones eficaces, sin que suponga un mal para la ciudadanía. Y se debe actuar así porque sino, en demasiadas ocasiones y siguiendo la añagaza conservadora citada anteriormente, todo seguirá igual cuando lo realmente dañino para la sociedad es permanecer en lo mismo. Sólo obrando de esta manera y dando con la puerta en las narices al joven Tancredi, el personaje del Gatopardo de Lampedusa, el radical será honesto consigo mismo.
A lo largo de la historia ha habido personajes que han seguido una ideología radical para cambiar el mundo. Sin ellos, el planeta en que vivimos sería distinto, con toda probabilidad peor. El mismo Jesucristo, en muchos sentidos, fue un radical. Abraham Lincoln fue radical en su oposición a la esclavitud y logró abolirla. Karl Marx, con su forma de pensamiento radical, cambió la política y la sociedad con su crítica de la economía política. A finales del siglo XIX y principios del XX las sufragistas británicas y americanas, con su actitud radical y perseverante, acabaron consiguiendo el voto para la mujer. En 1930 Mahatma Gandhi inició su Marcha de la Sal para protestar, mediante la desobediencia civil pacífica, contra el Imperio Británico. En 1947 India lograría la independencia. Estos son sólo unos ejemplos entre un amplísimo abanico.
El filósofo alemán Karl Marx dijo: “Ser radical quiere decir captar radicalmente las cosas. Pero la raíz para el hombre es el hombre mismo”. Y el pensador y político cubano José Martí apostilló: “Un hombre auténtico va a las raíces. Ser radical no es más que eso: ir a las raíces”.
Pero seguro que, de continuar con esta perversión del vocablo “radical”, su significado acabará cambiando a algo peyorativo.
Lo que es verdaderamente dañino no es ser radical sino evitar el diálogo, impedir el consenso, manteniendo la cerrazón de pensamiento y ningunear al que no es de tu misma opinión, tal como ha hecho el PP en sus cuatro años de gobierno de Rajoy o como hizo durante los cuatro últimos de Aznar, y amparar, por tanto, la intolerancia.
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
A lo largo de la historia ha habido personajes que han seguido una ideología radical para cambiar el mundo. Sin ellos, el planeta en que vivimos sería distinto, con toda probabilidad peor. El mismo Jesucristo, en muchos sentidos, fue un radical. Abraham Lincoln fue radical en su oposición a la esclavitud y logró abolirla. Karl Marx, con su forma de pensamiento radical, cambió la política y la sociedad con su crítica de la economía política. A finales del siglo XIX y principios del XX las sufragistas británicas y americanas, con su actitud radical y perseverante, acabaron consiguiendo el voto para la mujer. En 1930 Mahatma Gandhi inició su Marcha de la Sal para protestar, mediante la desobediencia civil pacífica, contra el Imperio Británico. En 1947 India lograría la independencia. Estos son sólo unos ejemplos entre un amplísimo abanico.
El filósofo alemán Karl Marx dijo: “Ser radical quiere decir captar radicalmente las cosas. Pero la raíz para el hombre es el hombre mismo”. Y el pensador y político cubano José Martí apostilló: “Un hombre auténtico va a las raíces. Ser radical no es más que eso: ir a las raíces”.
Pero seguro que, de continuar con esta perversión del vocablo “radical”, su significado acabará cambiando a algo peyorativo.
Lo que es verdaderamente dañino no es ser radical sino evitar el diálogo, impedir el consenso, manteniendo la cerrazón de pensamiento y ningunear al que no es de tu misma opinión, tal como ha hecho el PP en sus cuatro años de gobierno de Rajoy o como hizo durante los cuatro últimos de Aznar, y amparar, por tanto, la intolerancia.
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
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Cambiando de asunto, el inclemente, duro
y frío invierno hace mucho tiempo que llegó, señor Jean-Claude Juncker, presidente
de la CE, y es
duro de verdad para los que recorren como pueden los campos Europa, y sus
palabras de tahúr, a estas alturas, resuenan pomposas,
grandilocuentes, infladas, afectadas, hipócritas, engañosas, falsas, tramposas,
insensibles, vacías, huecas y febles, mientras la ineptitud y dejación de
funciones de su política europea, entre cuyas transcendentales obligaciones está
el vinculante cumplimiento, desde 2009, de la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE que, en su artículo 18 sobre
el Derecho de Asilo reza: “Se garantiza el derecho de asilo dentro del respeto de las normas de la Convención de
Ginebra de 28 de julio de 1951 y del Protocolo de 31 de enero de 1967 sobre el Estatuto
de los Refugiados y de conformidad con el Tratado constitutivo de la
Comunidad Europea”. Mientras, su desidia
continúa azotando a miles y miles de refugiados, niños, jóvenes, adultos y
ancianos que viven un innecesario y trágico calvario por las tierras y costas
de Europa que muchas veces acaba trocando su anhelo de paz por la lóbrega y
fría tumba. Gobernantes de Europa: Asuman sus responsabilidades o que todas estas
víctimas inocentes, incluidas las pequeñas vidas truncadas, atormenten sus adineradas
pero pobres conciencias.
Me reitero en dos certidumbres:
• Nadie deja atrás sus raíces, su
familia, sus amigos, su país, la tierra que le vio nacer, porque sí.
• Usted, señor Jean-Claude Juncker, usted
que me está leyendo en este momento, y yo, haríamos lo mismo que ellos en idénticas
circunstancias.
¡Qué monumental deshonra para esta vieja,
acomodada e hipócrita Europa!