El golpista Tejero, pistola en mano, entra al Congreso de los diputados. (Fotograma de RTVE) |
Recuerdo aquella tarde. El Congreso votaba la investidura de Calvo Sotelo. Me llamó mi compañera: «¿Te has enterado?», me dijo. «¿De qué?», respondí. «Un golpe de Estado. Pon la radio». Corrí a encender la radio y el corazón me dio un vuelco. Radio Nacional emitía música militar. TVE no informaba. La Cadena SER –menos mal–, sí. Las noticias que llegaban eran alarmantes. Sensación de impotencia y rabia. Había que defender la incipiente democracia. A partir de ahí, muchas ideas se cruzaron en mi mente. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? En Valencia, los golpistas sacaban los tanques a la calle. No podía ser. Si en Madrid ocurría lo mismo, intentaría comunicar con mis amigos para salir a plantar cara. Noche tensa. De madrugada el rey –mucho tardó– ordenó mantener el orden constitucional. Horas después, todo quedó en un mal trago.
Estaba claro, el franquismo todavía coleaba con ira. Éramos una democracia tutelada por sables. Y a día de hoy aún me sorprende que en Valencia nadie se echara a la calle.
Estaba claro, el franquismo todavía coleaba con ira. Éramos una democracia tutelada por sables. Y a día de hoy aún me sorprende que en Valencia nadie se echara a la calle.
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