Rafael Hernando, el pendenciero del Congreso |
Cuando se supo que Rafael Hernando intervendría en la moción de censura, cundió la expectación entre sus filas, siempre prietas, «¡A dar caña, Rafa!, je, je...», el hartazgo entre la oposición, «Uf, seguro que enfanga el debate» y la curiosidad entre la prensa, «¿Volverá a calentársele la boca?». Y no defraudó. Un desfasado Hernando, avezado camorrista que rehúsa conducirse con corrección y respeto cuando la ocasión lo requiere, con su lenguaje tobillero de palabrería cicatera, cruzó la raya de lo tolerable –como cuando se burló de las víctimas del franquismo–, y violentó la privacidad de los sentimientos más íntimos. Espoleado por su rancio automachismo, aludió a lo peligroso, según él, de que una mujer brille más que su pareja. Y, por indigno e inconcebible, anonadó a muchos españoles, «¿Cómo es que una tras otra el PP mantiene de portavoz a semejante perdonavidas?, ¿será la plana mayor popular del mismo parecer?».
Rafa, en serio, ¿34 años de político profesional para llegar a esto?
Rafa, en serio, ¿34 años de político profesional para llegar a esto?
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