Mi pequeña Emma observa atenta un hormiguero |
Si algo ha demostrado este maldito virus es que, además de ser un consumado ladrón –nos ha arrebatado seres queridos–, es un mangante de momentos gratos compartidos con familiares y amigos, ratos íntimos concretos que se llevó a algún universo paralelo y no volverán: besos, abrazos, charlas, paseos, risas...
Y entre las muchas vivencias que me ha birlado la covid-19, están las que debería haber experimentado junto a mi nieta que transita una preciosa edad que desdibujará las ruinas del tiempo. Odio el teléfono porque siempre he preferido el contacto vis a vis para poder mirar los ojos de mi interlocutor; pero reconozco su utilidad, y más aún en estos tiempos que nos permite acercarnos en la distancia con videoconferencias y verla todos los días.
En pocas semanas, mi pequeña Emma cumplirá tres añitos. Su cerebro es una esponja que todo absorbe. En los dos meses de alejamiento, ha crecido mucho como personita. Está revelando su carácter, su genio. Construye frases infantiles que dejan entrever la intensidad de un pensamiento que comienza a labrarse. Anhela saber. Pregunta y espera la respuesta para repreguntar, y así, hasta el infinito. Me cuentan que ahora que ha podido salir a pasear, harta de estar con mayores, al cruzarse con otro niño mantiene un contacto visual estrecho, casi inquisidor y, con su dulce vocecita grita «¡hola!», ansiando entablar contacto social, parloteos y juegos. Pobre.
Ya que el virus nos ha robado instantes irrecuperables, aprendamos a valorar lo que tenemos para tratar de rescatar mañana el tiempo que se malogró ayer.
Y entre las muchas vivencias que me ha birlado la covid-19, están las que debería haber experimentado junto a mi nieta que transita una preciosa edad que desdibujará las ruinas del tiempo. Odio el teléfono porque siempre he preferido el contacto vis a vis para poder mirar los ojos de mi interlocutor; pero reconozco su utilidad, y más aún en estos tiempos que nos permite acercarnos en la distancia con videoconferencias y verla todos los días.
En pocas semanas, mi pequeña Emma cumplirá tres añitos. Su cerebro es una esponja que todo absorbe. En los dos meses de alejamiento, ha crecido mucho como personita. Está revelando su carácter, su genio. Construye frases infantiles que dejan entrever la intensidad de un pensamiento que comienza a labrarse. Anhela saber. Pregunta y espera la respuesta para repreguntar, y así, hasta el infinito. Me cuentan que ahora que ha podido salir a pasear, harta de estar con mayores, al cruzarse con otro niño mantiene un contacto visual estrecho, casi inquisidor y, con su dulce vocecita grita «¡hola!», ansiando entablar contacto social, parloteos y juegos. Pobre.
Ya que el virus nos ha robado instantes irrecuperables, aprendamos a valorar lo que tenemos para tratar de rescatar mañana el tiempo que se malogró ayer.