Ortega Smith, provocador y mentiroso compulsivo |
Ortega Smith, secretario general de Vox, continúa sosteniendo y no enmendando que las Trece Rosas –jóvenes de entre 18 y 29 años de las JSU fusiladas por la dictadura franquista tras la guerra civil, junto a un grupo de 49 hombres y un niño de 14 años–, «lo que hacían era torturar, violar y asesinar vilmente y cometer crímenes brutales». Se burló diciendo que «menos mal que no se ha pedido que se me condene a trabajos forzosos o a latigamiento (sic) en plaza pública», llamó «totalitarios» a sus familiares y, como colofón, que se «intenta condicionar su libertad de expresión».
Señor Ortega, su libertad de expresión no es compatible con el insulto y, como cargo público, su irresponsabilidad al manipular la realidad histórica, quebranta la fidelidad y exactitud de lo acaecido. La difamación fraudulenta tampoco es libertad de expresión.
Yo –usted era un niño cuando murió el dictador– sufrí de joven la dictadura y por eso conozco muy bien el totalitarismo castrante que prohíbe participar en el poder político y acalla con cárcel, garrote vil o paredón cualquier disidencia que pretenda salirse de la corriente oficial. Por censurar, se censuraba hasta la música, sus portadas y letras. Teníamos que escuchar una canción tan inocente como “American Pie” de Don McLean, cuando pocos hablaban inglés, con estridente pitido al final de la misma. Muchas, ni con tan desagradable estridencia.
Y no se confunda con los trabajos forzados. En democracia, al contrario que en la dictadura, no existen. Lo que puede ordenar el juez, con todas las garantías de defensa de las que carecíamos con Franco, es condenar a servicios para la comunidad con el fin de evitar un posible ingreso en prisión.
Le pido, aunque como alborotador que es no me hará ni caso, que discrepe cuanto quiera, pero con rigor y educación. Sin injuriar ni faltar a la verdad.
Señor Ortega, su libertad de expresión no es compatible con el insulto y, como cargo público, su irresponsabilidad al manipular la realidad histórica, quebranta la fidelidad y exactitud de lo acaecido. La difamación fraudulenta tampoco es libertad de expresión.
Yo –usted era un niño cuando murió el dictador– sufrí de joven la dictadura y por eso conozco muy bien el totalitarismo castrante que prohíbe participar en el poder político y acalla con cárcel, garrote vil o paredón cualquier disidencia que pretenda salirse de la corriente oficial. Por censurar, se censuraba hasta la música, sus portadas y letras. Teníamos que escuchar una canción tan inocente como “American Pie” de Don McLean, cuando pocos hablaban inglés, con estridente pitido al final de la misma. Muchas, ni con tan desagradable estridencia.
Y no se confunda con los trabajos forzados. En democracia, al contrario que en la dictadura, no existen. Lo que puede ordenar el juez, con todas las garantías de defensa de las que carecíamos con Franco, es condenar a servicios para la comunidad con el fin de evitar un posible ingreso en prisión.
Le pido, aunque como alborotador que es no me hará ni caso, que discrepe cuanto quiera, pero con rigor y educación. Sin injuriar ni faltar a la verdad.