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El goteo de muertos en el Mediterráneo es continuo. Aylan yace sin vida en la orilla |
¿Pero qué hago aquí, Dios mío? Todo el dinero que pedí prestado a mis vecinos para llegar a Europa, ¿lo podré devolver algún día? ¿Merecerán la pena los peligros corridos o habrán sido una locura? Me siento como un pelele sin voluntad propia al que fueran a mantear… como si no tuviera capacidad de acción… simplemente me dejo arrastrar en el torrente de acontecimientos: asustado, metido en esta barcaza de mala muerte atestada de otros muchos que, como yo, van en busca de una oportunidad, de un futuro que poder construir. En esta noche sin luna, plagada de estrellas, puedo oler sus miedos. Puedo ver sus enormes ojos blancos exageradamente abiertos. Percibo el brillo del sudor que, en pequeñas gotas, perla sus frentes... Me doy cuenta de que tirito –no sé si de frío o de estrés–, mis manos están heladas pero sudorosas. Comparto sus temores y angustias: nos hallamos en medio del agitado mar tratando de entrar en un país que no es el nuestro de forma ilegal, la única que podemos. Sé que no hacemos nada malo. No comprendo por qué no podemos viajar a donde queramos. Es arbitrario e injusto. Los ricos y poderosos sí pueden. ¿Qué nos diferencia? ¿El dinero? ¿Acaso no somos seres humanos como ellos? En esta barcaza abarrotada de personas, las enormes olas, con sus crestas blancas sobre el oscuro telón de la noche, que en un barco de línea ni se dejarían sentir, resultan sobrecogedoras. Me pregunto una vez más para qué tanto riesgo, ¿por qué?... Sí, ya sé: para buscar un futuro mejor a mi prole, para dar una esperanza por la que vivir a mi familia que ahora siento tan desgarradoramente lejana. Mi familia... qué palabra tan evocadora de gratos y felices momentos... Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué son esos focos? Aquellos gritos lejanos vienen de otras barcas como la nuestra. ¡Dios mío! ¿Qué hacéis? ¡No os lancéis al agua! ¡Quietos! ¡Vais a volcar el bote! ¡No sé nadar! Si me ocurre algo, ¿qué será de mis hijos y mi mujer anclados en la miseria y sin esperanza?... Esto se vuelca. ¡Qué alguien me ayude!...
Entretanto Juanito, que hace sus deberes en su confortable hogar ante un globo terráqueo físico, observa abstraído el mundo como lo que es: algo insignificante y sin las fronteras disgregadoras que dibujan los hombres.
Al día siguiente, en el desayuno el padre de Juanito lee en el periódico la trágica noticia del naufragio de unas pateras en la cercana costa y llega a la conclusión de que lo único que puede ayudar a solventar esta inmoralidad, de la que todos somos algo responsables, es un desarrollo justo, equilibrado y verdadero, henchidor de anhelos y esperanzas en las zonas deprimidas del hermoso, aunque irracional, planeta que habitamos.