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Las minas deber ser prohibidas y deben limpiarse los terrenos minados |
Afganistán. Alrededores de Kabul. Debido a la altitud del terreno, y a pesar de que el aire es cristalino y de hallarse el sol en el cenit de un cielo azul intenso, el frío se deja notar en el rostro. En este inhóspito paisaje semidesértico, Hasmat, un niño de siete años, recoge leña, ramas secas más bien con la que alimentar el hogar de su vivienda y dar calor a sus padres y hermanos. En su búsqueda, responsabilidad diaria de cooperación con su familia, se encuentra con lo que aparenta ser un maravilloso juguete: un extraño artefacto en forma de mariposa. El chaval, acostumbrado a jugar con simples palos y cajas de cartón vacías, lo mete contento en su cesto y continúa la faena. Al terminar su tarea vuelve corriendo a casa como siempre, pero en esta ocasión más alegre si cabe, deseoso de mostrar a sus familiares su insólito hallazgo. Cuando impaciente llega a su morada, su progenitor aún no ha vuelto del trabajo. Nervioso, en la pequeña cocina, reúne a su madre y hermanos para enseñarles con orgullo su descubrimiento. Con manos temblorosas por la tremenda excitación, con parsimonia, disfrutando cada segundo de su inesperado protagonismo, va sacando del cestillo poco a poco la llamativa mariposa, ante los desorbitados ojos de sus hermanos pequeños que, al verla aparecer, exclaman un “¡oh!” de admiración. Hasmat disfruta como nunca y, en el instante cumbre de su exhibición, alza lentamente su mano con el misterioso juguete. En un gesto natural en un niño de su edad, la lanza al aire. El objeto cae a plomo ante la atenta mirada de todos. Al impactar en el suelo, el diabólico invento muestra el auténtico fin para el que se creó: una tremenda explosión, deja paso en el corazón de esta humilde vivienda al infierno más aterrador. Los vecinos sobresaltados corren hacia el destrozado hogar de Hasmat entre la densa polvareda y los escombros. Cuando logran llegar al interior, se desvela ante su atónita visión un espectáculo dantesco: pequeños cuerpos desmembrados, pero con vida, gimen desgarradoramente su dolor.
Ya se sabe: la guerra es la guerra. Cruel, implacable, desoladora con todas sus muertes, hambrunas, injusticias, crueldades, mezquindades, servidumbres, y todos sus crímenes, heridos, odios, sometimientos. Por este oscuro negocio, cinco miembros de una misma familia, cuatro de ellos niños menores de ocho años, permanecen en el hospital con graves mutilaciones que les impedirán llevar una vida normal durante el resto de sus días. Por ello precisamente, las acciones de las grandes empresas de armamentos, dedicadas al provechoso comercio de la muerte, suben en el mercado de valores puesto que sus objetivos son todo un éxito: continúan segando vidas y dejando lisiados, que es el fin primordial para el que se crearon.
En el mundo existen millones de minas que una vez firmada la paz entre beligerantes van recolectando pacientemente su cosecha de horror entre la vulnerable población civil. Hoy, 4 de abril se celebra el Día Internacional de Información sobre el peligro de las minas que, en pleno siglo XXI, continúan siendo un negocio muy lucrativo.