La patronal sigue buscando el despido gratuito |
Si alguien proclama que para terminar con las guerras hay que abaratar y liberalizar el mercado de armamentos, o que para acabar con el hambre se tiene que reducir a la mitad la superficie dedicada al cultivo, o que para erradicar el sida se debe prescindir de preservativos y dejar de distribuir jeringuillas, todos pensaríamos que la persona en cuestión desvaría al proponer tan formidable disparate, ¿no?
Por el mismo razonamiento, resulta paradójico que si la patronal persigue la creación de empleo, salga siempre con la misma cantinela de abaratar el coste del despido.
Señores patronos, cuando reflexionen en voz alta háganlo con prudencia, sensatez y buen juicio… ¡que se les ven las intenciones!
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
¿Cómo debemos entender el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentan? ¿Nos prohibirán ser hospitalarios? Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha logrado alcanzar la más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!
Por el mismo razonamiento, resulta paradójico que si la patronal persigue la creación de empleo, salga siempre con la misma cantinela de abaratar el coste del despido.
Señores patronos, cuando reflexionen en voz alta háganlo con prudencia, sensatez y buen juicio… ¡que se les ven las intenciones!
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
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El pasado 20 de junio se celebró el día mundial del refugiado. Europa, para conmemorarlo, contó con poco más que miles de muertes de inocentes acaecidas durante su intrincado éxodo porque, olvidando sus raíces solidarias, ha sido incapaz de dar respuesta a la grave tragedia humana protagonizada por personas que huyen, al igual que nosotros en el pasado, de horrores bélicos, políticos, económicos… Los movimientos migratorios que se han producido a lo largo de los tiempos, y que ahora presenciamos exponencialmente agravados en la aldea global, son imparables. No hay “efecto llamada” sino “efecto huida de la miseria y del horror de la guerra”. Y sean cuales sean las vergonzantes medidas disuasivas que implanten los gobiernos de cualquier rincón del mundo, no existe, ni existirá, fuerza capaz de detener la tremenda acometida de la desesperación humana: para el que todo está perdido, no hay más que perder.¿Cómo debemos entender el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentan? ¿Nos prohibirán ser hospitalarios? Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha logrado alcanzar la más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!