|
Evidentemente, Hacienda sólo son algunos |
Según datos del Eurostat, la presión fiscal en España es del 34,4 % del PIB, muy lejos de la media de la eurozona que es del 41,5 %. En nuestra vecina Francia, llega al 47,9 %.
Según cálculos, un español con un salario medio en torno a los 25.000 euros anuales, paga al erario, entre impuestos directos como el IRPF, e indirectos como el IVA, casi la mitad, el 49,8 % o, lo que es lo mismo, tiene que trabajar 182 días al año para hacer frente a sus deberes con Hacienda. Estos datos desvelan la injusta realidad de la presión impositiva española y se colige que si un sueldo medio contribuye muy por encima, más 15,5 puntos, de la presión fiscal media en nuestro país, es porque esta carga la soportan principalmente las rentas de trabajo, sobre todo las de clase media y baja. Las grandes fortunas y las grandes empresas parecen estar exentas y apenas tributan al Estado. Por eso se puede concluir, sin temor a caer en la demagogia, que la fiscalidad en España es palmariamente injusta y hay que lograr que aquellos que más rendimiento obtienen de la sociedad, colaboren a mantener el Estado con idénticas reglas de juego que los ciudadanos de a pie y así acercarnos a la media de la eurozona. Como resultado, los trabajadores pagarán menos y, los que hasta ahora cotizan nimiamente, deberán aportar más para equilibrar la balanza. Así, y sólo así, podremos argumentar que España es un país más justo.
¡Ay, Carmena! ¡La que estás liando!
---oOo---
Por otro lado, después de muchos meses de muertes de inocentes, dejación y dudas, se ha consumado lo que muchos europeos contemporáneos jamás imaginamos poder llegar a ver: la incapacidad de dar respuesta a una grave crisis de refugiados que huyen, al igual que nosotros en el pasado, de los horrores bélicos, políticos, económicos…
El indecente pacto que ha acordado la política europea para expulsar a Turquía a los refugiados que llegan a Grecia, es una burla colosal que incumple los principios de derecho internacional por quebrantar las garantías de protección, que Europa tiene obligación de cumplir, como son la Convención de Ginebra y el Estatuto de los Refugiados, porque así lo manifiesta en su artículo 18 la Carta Europea. Todo lo demás es pura patraña. Los europeos decentes nos hallamos sumidos en la consternación, la indignación, el dolor y el sonrojo.
Con esta firma Europa olvida sus raíces cristianas. ¿Cómo entenderemos, a partir de este indecente acuerdo, el concepto de ciudadanía europea? ¿Qué valores nos sustentarán? ¿Estará prohibido ser hospitalario en Europa? A pesar de esta obscena traición a nuestros principios solidarios, nada frenará el flujo si el horror persiste. Seguirán intentándolo una y otra vez.
Dos certezas se instalan en mi conciencia para defender a los refugiados: Nadie deja atrás sus raíces, su familia, sus amigos, su país, sus seres queridos, la tierra que le vio nacer, porque sí. Usted que me lee en este preciso momento, y yo, haríamos lo mismo en idénticas circunstancias: buscar lo mejor para nuestras familias.
Parafraseando a Groucho Marx: “Europa, partiendo de la nada, ha logrado alcanzar la más altas cumbres de la miseria intelectual con su único esfuerzo”.
Me niego a aceptar este despropósito. ¡Qué descomunal deshonra para esta decrépita, acomodada e hipócrita Europa!