El cadáver de Aylan yace sobre la playa |
En 1995 murieron 37 personas en un mercado de Sarajevo, entre ellas una criaturita de cuatro años que, en su corta vida, sólo había conocido la guerra. En 2015 murieron Aylan, un niño sirio de 3 años junto a su hermano de cinco, su madre y tres niños más. Anteayer murió Nabody, la niña de 2 años que llegó en patera y cuyo cuerpo ahora yace en algún tanatorio de Las Palmas, frente a cuyas costas se ahogó cuando huía con su familia de la miseria y la violencia. En su corta vida no conoció la paz, sino los horrores de una guerra invisible aquí en Europa y, en el mejor de los casos, la indiferencia de las autoridades de los países por los que cruzó durante su peregrinaje. No ha sido, ni será, la última víctima inocente de algo que, seguramente, ni ella misma alcanzaba a comprender: la aplastante lógica de la guerra. La guerra, por tanto la muerte, para ella era la vida, el día a día, no había conocido otra cosa, salvo la constante huida en penosas condiciones. ¿Cómo imaginaría la paz su mente de dos años si jamás la había respirado? ¡Toda una vida, aunque breve eso sí, de guerra y éxodo! ¿Servirá para algo su inmolación? ¿Qué opinión merecerá a sus desgarrados familiares la comunidad internacional por no haber sido capaz de brindarles refugio, de actuar con efectividad en tanto tiempo? ¿Hasta dónde necesitamos que se destape la barbarie humana para que de una vez por todas se revuelvan nuestras acomodadas conciencias de avestruz?