Lo que vamos a dejar a las generaciones futuras solo tiene dos nombres: Antropoceno y Vergüenza |
Nuestra actividad especulativa y depredadora produce tan demoledor impacto en el ecosistema, que existe un amplio debate científico para designar los negativos efectos de la acción humana como una nueva época geológica: el Antropoceno.
Habitamos la Tierra 7.800 millones de personas y tan ingente población, más la predominante economía de mercado que no debe parar de crecer para no entrar en recesión, hace tiempo que nos abocó a un punto de no retorno. Si se frenara el ritmo, sería el caos con hambrunas y revueltas.
En nuestro funesto recorrido, jamás importó que los científicos alertaran de que debíamos cambiar drásticamente nuestro modo de entender la vida. Jamás importó sobrepasar el día de sobrecapacidad de la Tierra, día del año en que se consume tanto como nuestro mundo es capaz de regenerar en 365 días, y que actualmente se viene produciendo en agosto. Tampoco importó que décadas de depredar los recursos y contaminar sin control, nos llevaran a un callejón sin salida sin hacer nada para limitar el crecimiento demográfico y frenar la tensión a que sometemos el planeta y los seres que lo moran. No supimos y no quisieron parar. Somos culpables por no haber dicho basta a nuestros dirigentes. Ni ellos estuvieron a la altura, ni nosotros por ponerlos ahí. Ya la hecatombe es imparable.
Antes, ser joven era un plus: el futuro por delante. Ahora, con el inminente horror de un mañana tan adverso –inundaciones, devastadores incendios, récord de temperatura ártica, huracanes arrasadores, granizadas insólitas que asolan cultivos, enorme oleaje, desplazados climáticos, eclosión de pandemias por nuevos virus, guerras por el agua, sequías y hambrunas jamás vistas–, será un pesado lastre. Me aflijo con y por vosotros.
Soñé con dejar un planeta mejor al que encontré y, al no ser así, mi decepción es tan grande que me siento incapaz de expresar el profundo dolor que me embarga al legaros la hiel de nuestro colosal fracaso.
Habitamos la Tierra 7.800 millones de personas y tan ingente población, más la predominante economía de mercado que no debe parar de crecer para no entrar en recesión, hace tiempo que nos abocó a un punto de no retorno. Si se frenara el ritmo, sería el caos con hambrunas y revueltas.
En nuestro funesto recorrido, jamás importó que los científicos alertaran de que debíamos cambiar drásticamente nuestro modo de entender la vida. Jamás importó sobrepasar el día de sobrecapacidad de la Tierra, día del año en que se consume tanto como nuestro mundo es capaz de regenerar en 365 días, y que actualmente se viene produciendo en agosto. Tampoco importó que décadas de depredar los recursos y contaminar sin control, nos llevaran a un callejón sin salida sin hacer nada para limitar el crecimiento demográfico y frenar la tensión a que sometemos el planeta y los seres que lo moran. No supimos y no quisieron parar. Somos culpables por no haber dicho basta a nuestros dirigentes. Ni ellos estuvieron a la altura, ni nosotros por ponerlos ahí. Ya la hecatombe es imparable.
Antes, ser joven era un plus: el futuro por delante. Ahora, con el inminente horror de un mañana tan adverso –inundaciones, devastadores incendios, récord de temperatura ártica, huracanes arrasadores, granizadas insólitas que asolan cultivos, enorme oleaje, desplazados climáticos, eclosión de pandemias por nuevos virus, guerras por el agua, sequías y hambrunas jamás vistas–, será un pesado lastre. Me aflijo con y por vosotros.
Soñé con dejar un planeta mejor al que encontré y, al no ser así, mi decepción es tan grande que me siento incapaz de expresar el profundo dolor que me embarga al legaros la hiel de nuestro colosal fracaso.