Este dañino virus, además de matar, nos tortura el alma |
Al privarnos de emotivos gestos cotidianos –un beso, un abrazo, un roce, una caricia, la simple cercanía o, en el más desolador de los casos, el último adiós–, esta despiadada plaga nos erosiona el alma.
Como todos, anhelo el reencuentro con familiares y amigos que llevo en el corazón; pero mi nieta, que vive a cinco calles de distancia, por su delicada fragilidad infantil posee un cachito propio. Me cuentan que todos los días pide ver a su gente e ir al parque. No imagino qué imagen del virus, que le impide ver a sus seres queridos, fantasea su vivaz cabecita. Añoro su alegre sonrisa, contemplar sus asombrados ojazos cuando le leo un cuento, darle un achuchón, comerla a besos, reírnos juntos, cantarle, bailar, jugar al pillapilla, al veoveo, al escondite, oír su dulce voz tratando de comunicarme algo esencial para ella con su lengua de trapo, arrobarme con su mirada curiosa demandando unos porqués…
Si arrimamos el hombro, pronto volveremos a juntarnos. Hasta entonces, mucho ánimo y más paciencia.
Como todos, anhelo el reencuentro con familiares y amigos que llevo en el corazón; pero mi nieta, que vive a cinco calles de distancia, por su delicada fragilidad infantil posee un cachito propio. Me cuentan que todos los días pide ver a su gente e ir al parque. No imagino qué imagen del virus, que le impide ver a sus seres queridos, fantasea su vivaz cabecita. Añoro su alegre sonrisa, contemplar sus asombrados ojazos cuando le leo un cuento, darle un achuchón, comerla a besos, reírnos juntos, cantarle, bailar, jugar al pillapilla, al veoveo, al escondite, oír su dulce voz tratando de comunicarme algo esencial para ella con su lengua de trapo, arrobarme con su mirada curiosa demandando unos porqués…
Si arrimamos el hombro, pronto volveremos a juntarnos. Hasta entonces, mucho ánimo y más paciencia.